Apuntes sobre la dulzura | Sobre rutinas de escritura, deshoras y desplacer

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¿Es posible escribir sin tiempo? ¿O desde el desplacer? Reflexiones y recomendaciones involuntarias en un texto que pudo hacerse su propio tiempo a los empujones, sin ninguna esperanza, pero con un hilo tenso de voluntad. Ursula K. Le Guin y Hebe Uhart al rescate. 



¿Qué pasa cuando no se tiene tiempo para escribir pero tiene que hacerse de todas formas? La idea de una columna semanal conlleva ese problema. Entre sus tweets irónicos, el escritor Carlos Busqued sentenciaba: «nadie necesita leer mas columnas de una mierda de nada, nadie puede escribir una columna por semana, nadie tiene tanto para decir». Aunque era un asiduo usuario de esa red, en la que escribía bastante seguido, puede haber algo de razón en esa sentencia.

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Hace poco, una escritora que tiene una columna periódica en un diario, me decía que se quedaba ahí a pesar del mal pago que recibía porque le servía el ejercicio de la frecuencia. Adhiero más aún a esa postura: el ejercicio de escribir y pensar, al igual que el entrenamiento físico, hay que practicarlo aún cuando no hay tiempo, no hay placer. Apenas un hilo de voluntad es el que mantiene todo, al final de cuentas. 

el ejercicio de escribir y pensar, al igual que el entrenamiento físico, hay que practicarlo aún cuando no hay tiempo, no hay placer. Apenas un hilo de voluntad es el que mantiene todo, al final de cuentas.

Esta columna es un ejemplo concreto: escrita entre deshoras y con una cuota de desplacer latente, es un rutina tosca de escritura, en la que sin saberlo estoy poniendo a prueba todo lo que dije en columnas anteriores. Por ejemplo, la idea de perderse en el intento, que sea el texto mismo el que me diga lo que voy a decir y lo que no voy a decir. En el medio, las obligaciones de la casa: ordenar, limpiar, hacer espacios en agendas más apretadas que un vagón de subte en hora pico.

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Ursula K. Le Guin

Conversaciones sobre la escritura (Alpha Decay, 2018), de Ursula K. Le Guin con David Naimon


Bueno, ya vamos por la mitad del texto: hay esperanza. ¿Existe lugar para ese sentimiento cuando los pilares fundamentales fueron la esperanza y el desplacer? Sí. En el libro Conversaciones sobre la escritura, Ursula K. Le Guin, señala sobre lo difícil que es empezar a escribir ensayos en comparación a la narrativa o poesía: «Empezar es difícil. He perdido la cuenta de las primeras páginas que he tirado a la basura, ¡ay si chirrían los engranajes hasta que consigues poner la máquina en marcha!». Este texto sin rumbo logró, entonces, el escollo más importante: sobrevivir los primeros pasos, incluso aunque esté lejos de ser un ensayo propiamente dicho.

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Avanzamos: en el tenis, deporte al que fui aficionado de chico pero del que a poco fui alejándome, hay un momento clave: el séptimo game. Si uno de los jugadores pierde su saque en ese momento, es altamente probable que se pierda el set. Lo dicen las estadísticas y también la psicología: ¿qué peor escenario que cuando esas dos se hacen amigas? Creo que este texto ya empezó esa etapa, en donde su futuro empieza a escribirse, pero todavía no se sabe el color de la tinta, igual que las viejas maestras de primaria que utilizaban el verde para los aciertos y el rojo para los errores.

 este texto es el fruto de la disconformidad: los árboles secos también pueden dar lo suyo. Una rutina completada que genera placer pero no en términos resultadistas o estadísticos. Sino, más bien, la satisfacción de haber entrado y salido, de sellar un pasaporte imaginario que es la literatura

Seguimos un poco más: aún se conserva la esperanza, sobre todo cuando se empieza a ver la orilla del final. Las deshoras que llevaron a que este tiempo exista, el desplacer de tener que escribirlo de todas formas, dan lugar a un sentimiento de recompensa. En Las clases de Hebe Uhart, Liliana Villanueva recupera lo siguiente de la gran cronista: «El arte de la literatura es el arte de entrar y salir. Se puede salir, pero lo anterior debe quedar sedimentado. Las digresiones son buenas pero el que escribe debe saber volver. Me puedo perder, pero siempre vuelvo(…) Cuando uno se queda, tiene su fruto. Lo que le da unidad al cuento es el estado de ánimo. Pienso en profundidad en el sentimiento que generó esa historia, hago una autoindagación. Las cosas nunca son unicausales. Todo es multicausal».

Pienso, a modo de cierre, que este texto es el fruto de la disconformidad: los árboles secos también pueden dar lo suyo. Una rutina completada que genera placer pero no en términos resultadistas o estadísticos. Sino, más bien, la satisfacción de haber entrado y salido, de sellar un pasaporte imaginario que es la literatura. Pero como decía Le Guin, así como es difícil empezar, también lo es terminar. ¿Qué iría ahora? ¿Una conclusión? ¿Un consejo? Quizás sea mejor una cita: preferiría no hacerlo. 

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