Martín Kohan: «Se equivoca quien piensa que por leer este libro me conoce»

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El escritor, crítico y docente acaba de publicar Me acuerdo (Ediciones Godot, 2020), en donde retoma un formato  que le permite acercarse a lo autobiográfico con distancia: «Me abría la posibilidad de escribir con material de la propia vida, que es algo que a mí no me atrajo nunca y sigue sin atraerme», señala en diálogo con La Primera Piedra. Respecto a la crisis que vive el sector editorial y cultural, afirma: «Las condiciones del mundo del libro ya estaban deterioradas por esa otra calamidad que ocurrió aquí que fue el macrismo». (Foto: FILBA)



En medio de la crisis económica que se vive a nivel global por los efectos de la pandemia de Covid-19, el sector cultural en general y el mundo editorial en particular se encuentran entre los más afectados. En Argentina hay que sumar las políticas económicas durante la gestión de Mauricio Macri que, entre otras medidas, redujeron el Ministerio de Cultura a Secretaría. En este contexto, que un libro salido durante la cuarentena alcance notoriedad es un motivo a celebrar y pensar que no todo está perdido. Tal es el caso de Me acuerdo (Ediciones Godot, 2020), de Martín Kohan.

El autor nacido en Buenos Aires en 1967 retoma el formato iniciado por el artista y escritor estadounidense Joe Brainard, que luego sería seguido por George Perec y Margo Glantz, entre otros. El resultado es un libro compuesto por recuerdos que se cuentan de una manera literal y ascética, sin la intervención de la mirada subjetiva de quien lo escribe a la distancia. «Me sedujo el formato porque me abría la posibilidad de escribir con material de la propia vida, que es algo que a mí no me atrajo nunca y sigue sin atraerme«, destaca Kohan en diálogo con La Primera Piedra. En la misma dirección, complementa:  «El atractivo de ese formato para mí fue esa dificultad: cómo escribir sobre cosas que lo involucran a uno en lo personal y no involucrar la dimensión personal en la escritura». 

Estoy seguro de que pasé más tiempo dentro de mi casa en estos 70 día que en 50 años. Me pude acostumbrar a esta nueva situación y disfrutar las ventajas del repliegue

«Néstor Frenkel tenía tres hermanas mayores: Alicia, Noemí y Beatriz. Cuando iba de visita a su casa y Noemí no estaba, yo sentía que la visita no tenía ningún sentido», puede leerse en uno de los recuerdos. A lo largo del libro, que abarca hasta los 12 años del autor, desfilan amores de infancia, amistades, así como también las primeras impresiones económicas y políticas de alguien de esa edad.  «El señor Stoll era muy probablemente un nazi refugiado, pero en mi familia jamás se mencionó el tema», se lee en otro momento de Me acuerdo. Al respecto, Kohan destaca:  «Algo que queda en primer plano en este libro y que puedo retomar es el judaísmo asumido desde el hostigamiento del odio contra el judío».

Sobre el contexto de cuarentena, el autor destaca que pudo acostumbrarse y sobrellevar los cambios de este momento excepcional, a la vez que reflexiona sobre la necesidad de no fabricar expectativas apresuradas ante la incertidumbre: «Obvio que a mí también me gustaría saber qué va a pasar, pero el vértigo de fraguar certezas para calmarnos termina siendo contraproducente. Asumir que no sabemos, da condiciones de posibilidad para ver qué se puede hacer». 

Además, Kohan se detiene en la importancia de la condición de lector para cualquier escritor y los desafíos que enfrentará el sector editorial y literario para salir adelante en tiempos de vacas flacas. En relación al debate que tuvo lugar estas últimas semanas acerca de la profesionalización del escritor y el debate por su lugar en las ganancias que se puedan generar, el docente de la carrera de Letras en la UBA es categórico: «Reponer ese debate no tiene que ser entendido como una profanación, porque justamente la sacralización de la literatura y del escritor no conducen sino a escamotear esa condición de trabajo y se vuelve una coartada para que te caguen, para decirlo de un modo rústico».



— La primera pregunta, un poco inevitable hoy en día, es cómo estás llevando la cuarentena, ya sea en el plano del ánimo como también en el terreno de la escritura o la lectura.
— La verdad la estoy llevando muy bien, sobre todo teniendo en cuenta cómo suponía que la iba a llevar. Por mis hábitos personales, soy bastante reacio a estar dentro de mi casa, nunca paso un día entero sin salir, independientemente de qué tipo de casa sea: más amplia, más estrecha, viviendo solo, con otros, etc. Me gusta la calle, los bares, los espacios abiertos, la ciudad. Cuando se estableció esto pensé que no iba a poder, por ejemplo no tenía lo que se conoce como «lugares de escribir» o «lugares de leer» dentro de la casa, eso lo suelo hacer afuera. Sobre la base de un efecto de resignación, pude llevarla muy bien.

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— ¿Resignación en qué sentido?
— Ante el hecho de que los bares no están funcionando, es diferente a cuando estoy enfermo, que ahí sé que todos los demás parroquianos están ahí y yo me lo estoy perdiendo. Eso no pasa: de hecho, cuando salgo a hacer una compra y paso por algún café cercano, están cerrados, con las sillas arribas de las mesas, una escena desolada. Ese desaliento me ayudó, me acomodé dentro de mi casa. Estoy seguro de que pasé más tiempo dentro de mi casa en estos 70 día que en 50 años. Me pude acostumbrar a esta nueva situación y disfrutar las ventajas del repliegue, estar con mi mujer (NdE: la psicoanalista y docente universitaria Alexandra Kohan), la falta de acumulación de compromisos. Cuando rememore esta etapa en el futuro, en mi recuerdo va a ser una etapa buena. 

No es una situación para agregar exigencias de rendimiento, porque disfrazada de optimismo no hace más que meter presión y por lo tanto mortificación para el que no puede concentrarse o está angustiado.

— Hablando con distintos autores y autoras, obtuve diferentes respuestas en cuando a la capacidad de escribir o leer por estos días. ¿En tu caso cómo te afecta esta incertidumbre dentro de ese plano?
— Tuve alguna intervención criticando eso que apareció como un mandato de aprovechamiento y productividad, porque me parecía de poca consideración con los estados de ánimo que cada uno pudiera tener. No es una situación para agregar exigencias de rendimiento, porque disfrazada de optimismo no hace más que meter presión y por lo tanto mortificación para el que no puede concentrarse o está angustiado. Los requisitos para la lectura no son simplemente disponer de tiempo, sino que es más necesario disponer de condiciones de concentración para una lectura de calidad. En mi caso personal, mantuve todo cómo venía, porque tengo un ritmo de trabajo propio. Si bien un poco se alteró, ya que un día habitual mío me tiene a las ocho y media, nueve de la mañana en el bar escribiendo y trabajando, lo que más me modificó fue el estar todo el tiempo conectado. Ir a un café para mí significa alejarme de internet, las redes sociales, los correos electrónicos: si me acuerdo que tenía que mandar un mail o estoy esperando recibir uno, en el bar no puedo hacerlo, puedo esperar (NdE: Martín Kohan no utiliza smartphone, sino un celular antiguo sin siquiera whatsapp). Al estar en mi casa y tener internet al alcance de mi mano, los factores de desconcentración fueron muchos más grandes. Sobre todo me pasó durante los primeros días, en los que había muchas cosas para resolver a nivel laboral. La conexión a internet no es mi estado permanente, y eso me llevó a preguntarme si en otros casos, los lectores que sí están más tiempo conectados, tienen estrategias al respecto o leen en estado de dispersión. Con respecto a la escritura, puede que esté escribiendo un poco más, pero no lo marcaría como una gran diferencia.



Martin Kohan

Martín Kohan. Foto: Fm La Tribu.


— En relación a lo que planteabas sobre la lectura dispersa y la hiperconectividad, ¿creés que son los grandes desafíos para las nuevas generaciones de autores que ya nacieron inmersos en ese contexto? Zadie Smith, en su decálogo de consejos de escritura, habla de trabajar «con un equipo informático que no tenga conexión internet».
— No lo sé, habría que ver si eso le pasa a los más jóvenes o también a los no tan jóvenes. Habría que ver cómo le funciona a cada uno. En un café, que es donde yo pasaba mis días – y volveré a hacerlo ni bien se pueda-, también tenés factores de distracción: una frenada, un bocinazo, se larga a llover, uno levanta la vista. Yo tengo incorporado el ritmo de concentración y dispersión de un café, me pone al mismo tiempo conectado y aislado con el entorno. Podría decir, sin que suene como protesta generacional, es que a veces leo lecturas o comentarios de lecturas de texto que yo conozco o incluso que yo escribí, y me da la fuerte impresión de que esa lectura se hizo, para decirlo amablemente, con un bajo nivel de concentración. Capaz no sea culpa de las nuevas tecnologías, quizás simplemente lean mal. Me da la impresión de que hay cada vez más una lectura en diagonal o una lectura de sobrevuelo, que siempre existió, pero el hecho de que el espacio de trabajo sea el mismo sí es nuevo. ¿Qué pasa cuando la pantalla te distrae de la pantalla? ¿Cuando la charla con amigos y el libro que tenés que comentar están en el mismo lugar?

— En diferentes entrevistas señalaste, ante el contexto de pandemia, que estamos en uno de los primeros momentos de la contemporaneidad en los que realmente no sabemos qué es lo que va a pasar. ¿Cómo transitás ese sentimiento de incertidumbre?
— Algunos gestos defensivos, que yo también he tenido, ante una situación de incertidumbre o de angustia te terminan mortificando, con la idea de fabricar certezas o tapar esa angustia. En la manera en que eso se hace de manera precipitada, en realidad no se logra más que aumentar el efecto de esos sentimientos. Esas certezas se terminan cayendo porque eran precipitadas por el solo hecho de no soportar la incertidumbre. Evidentemente, darle cierto lugar a la angustia es lo que te permite resolverla, superarla o maniobrar en ella. Eso no supone una apología de la angustia o del padecimiento, pero si para no caer en eso uno se fabrica un vértigo, terminás cayendo de manera peor. Obvio que a mí también me gustaría saber qué va a pasar, pero el vértigo de fraguar certezas para calmarnos termina siendo contraproducente. Asumir que no sabemos, da condiciones de posibilidad para ver qué se puede hacer. Por ejemplo, yo soy docente en la UBA, que anunció el inicio de las clases presenciales para el primero de junio, algo descabellado porque teníamos que programar las clases con eso en cuenta. Fabricar esa certeza de futuro falsa, imposible, inviable, terminó siendo contraproducente.

Darle cierto lugar a la angustia es lo que te permite resolverla, superarla o maniobrar en ella. Eso no supone una apología de la angustia o del padecimiento, pero si para no caer en eso uno se fabrica un vértigo, terminás cayendo de manera peor

— Ya pasando a Me acuerdo, que fue un libro que tuvo mucha repercusión en los medios, de alguna manera generó un debate acerca de la autobiografía en la literatura. Al respecto, me acordaba de algo que decía Hebe Uhart en sus clases y que recupera Liliana Villanueva, sobre recuperar un hecho y describir su repercusión. ¿Qué podrías decir sobre esa suerte de polémica que se generó?
— La polémica podrá transcurrir o no, yo tengo una mirada sobre algunas de esas cuestiones. Respecto a lo que señalás de Hebe Uhart, creo que hay algo de eso en Me acuerdo. Tomaría la idea de repercusión, en la línea de algo que me interesa en general: correrse de los tópicos de la literatura realista, que se propondría reflejar ciertos hechos, dar cuenta o testimonio de manera fiel de las cosas que pasaron, apostando a otro tipo de elaboración de formas y de lenguajes. En Me acuerdo, yo diría que por el formato de escritura, esa repercusión no estaría en la subjetividad del sujeto de escritura, sino en el recuerdo mismo. Podríamos llamarlo, de una manera un tanto pomposa, como «huella». No es la huella que el recuerdo produce en el sujeto, sino el recuerdo mismo como huella de algo que pasó. Entonces, a diferencia de una escritura con más marcas de subjetividad, acá el sujeto se retira por decirlo de alguna manera en la escritura, con todo lo que eso implica, y ofrece el recuerdo mismo como huella.

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Martin Kohan

Me acuerdo (Ediciones Godot, 2020), de Martín Kohan


— Quedándonos con Hebe Uhart, ella también señalaba que no hay escritor, sino personas que escriben, algo que vos retomabas en una entrevista anterior al afirmar que eras escritor solo cuando escribías. En Me acuerdo se puede ver eso, no cargan con la impostura de alguien que se quiere mostrar como escritor todo el tiempo, sino como persona.
— Absolutamente, e incluso lo ajustaría un poco más: de quien no se quiere mostrar sino como escritura. No soy yo el mostrado, estrictamente hablando, ni siquiera en las fotografías del libro, los recuerdos son los mostrados. En la manera de escribir de Me acuerdo, que es registrar el recuerdo y no lo que a uno le pasa con ese recuerdo, funciona así: a mi entender, se equivoca quien piensa que por leer este libro me conoce. No es la idea del libro darme a conocer, sino exhibir la huella de los recuerdos. Ahora, lo que planteabas de Hebe Uhart es una idea para mí fundamental, porque toca la idea de la escritura, de la literatura. Yo no participo de esa especie mitoligización solemne de la figura del escritor. Sé que muchos sí y cada uno hace lo que quiere, pero me doy cuenta que al tocar esa mitología, esos rituales de la figura del escritor, hay posturas de fastidio cuando alguien se corre de ahí. Los que practican ese culto a la idea del escritor tienen algo que quieren proteger, pero en mi caso la pasión, el fervor, tiene que ver con la escritura y la lectura. La condición del escritor, así como figura social, no es algo que me haya atraído nunca. Ser escritor cuando se escribe implica definir la condición de un escritor por una práctica, y no por un ser. Como identidad social a mí no me seduce demasiado, pero advierto que para muchos es fundamental. Es más, tengo la impresión de que en algunos casos, lo que parece gustarles es ser escritor, no exactamente escribir, como si fuera el precio a pagar para «Ser Escritor» (uso mayúsculas de manera irónica). 

La condición del escritor, así como figura social, no es algo que me haya atraído nunca. Ser escritor cuando se escribe implica definir la condición de un escritor por una práctica, y no por un ser. Como identidad social a mí no me seduce demasiado, pero advierto que para muchos es fundamental.

— Es interesante pensar cómo el modelo de Me acuerdo, iniciado por Joe Brainard, después retomado por Georges Perec o Margo Glantz, tiene un doble filo: la idea motivadora de imitarlo y a la vez un formato que restringe. ¿Cómo te motivó a vos? 
— Hace a una concepción, entre otras posibles, de la literatura. Escribir desde la restricción que podría ser un poco la idea de OuLiPo, que es donde estaba Perec, no por ir detrás de algo que puede ser solo un ejercicio experimenta, sino como concepción de escribir planteándose el desafío de las dificultades o hacer lo que resulta fácil, lo que uno sabe que va a salir. Fabián Casas habla de eso, de que el escritor tiene que ir en contra de su habilidad. En ese sentido, esa restricción la tomo como vos decís, como un estímulo. Eso conlleva de escribir algo sin saber si te va a salir o no. A mí me interesa siempre escribir de esa manera, y no volver sobre lo ya hecho o lo que se sabe que sale bien. Eso llevaría a la literatura a una instancia de simple ejecución o repetición, y eso a mí me aburre.

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— Otro factor que se da con Me acuerdo es que te invita a vos como autor a un formato breve que no es el que exponés en tus otros libros.
— Sí, yo tiendo a lo expansivo. Al leer a Brainard y a Perec me sedujo el formato porque me abría la posibilidad de escribir con material de la propia vida, que es algo que a mí no me atrajo nunca y sigue sin atraerme, si algo me ocurre en mi vida personal, deja de parecerme interesante como objeto de escritura literaria. En cambio, al leerlos encontraba un formato del despojo, de la prescindencia, del repliegue del sujeto. Eso me motivó a escribir, y en primera instancia no estaba ni la idea ni la forma del libro. Es algo que surgió después. El atractivo de ese formato para mí fue esa dificultad: cómo escribir sobre cosas que lo involucran a uno en lo personal y no involucrar la dimensión personal en la escritura. 



— A lo largo del libro, en los recuerdos escritos para no hablar de tu vida, aparecen algunas temáticas como la clase media y ese carácter aspiracional en relación a marcas y consumos. ¿Cómo te sirve a vos eso como material de escritura?
— Esas marcas pueden ser muy significativas también para escribir ficción (el caso de Vivir afuera del Fogwill, por ejemplo). En Me acuerdo yo corto la secuencia de recuerdos hasta mis doce años, y lo que puede haber quedado ahí plasmado es el tipo de registro de esos hechos en la infancia. Si el recuerdo aparece, es porque eso en su momento produjo una huella. En mi caso, se da al venir de una clase media algo alicaída, tratando de acomodarse como clase media media, en un entorno de a veces clase media alta. En la infancia, eso se transmitía en las marcas de lapicera, en un equipo de gimnasia que sí o que no. En un relato autobiográfico, que no es lo que yo hice, esos elementos asumen otra dimensión. Pero en Me acuerdo permite a lo que el lector pueda reponer. En ese sentido, algo que me fui dando cuenta con las entrevistas es que mi relación principal con el Me acuerdo es el olvido, no me acuerdo demasiado lo que hay ahí. Mi mujer me lo marcó más de una vez: «Lo que más decís del libro Me acuerdo es ‘no me acuerdo'». En las lecturas quedan en primer plano cosas que, si hubiera puesto más en juego mi subjetividad, no aparecerían ahí. 

Algo que queda en primer plano en este libro y que puedo retomar es el judaísmo asumido desde el hostigamiento del odio contra el judío. Odio quizás es mucho decir, ya que al ser escena de infancia hay una especie de odio involuntario, donde el que odia sufre por odiar, alguien que se encuentra reproduciendo un odio social y que lo sufre.

— Una de esas cuestiones que aparecen sin el filtro de la adultez rememorando, es el ser judío en una sociedad más cercana al nazismo en tiempos históricos y cómo se vivía como un tema tabú. Incluso en algunas entrevistas hablás de los reparos sobre el tema cuando se dice «de origen judío» y no «judío» a secas. 
— Totalmente, y esa objetividad viene de un sujeto que pone ahí su recuerdo y se retira él mismo como sujeto. No es la objetividad de los textos realistas ni la subjetividad de alguna de las variantes de los textos autobiográficos. Al hacer de los recuerdos objetos de una enumeración, me parece que se logra un movimiento entre subjetividad y objetividad muy propio del formato Me acuerdo. En esa dirección, los textos quedan más cerca del registro de la infancia, como vos decís, que de la elaboración retrospectiva. Con respecto al judaísmo, hay marcas seguro. Mirado desde hoy, yo también le puedo dar una significación, cómo se fueron resolviendo los diferentes dilemas que nunca están resueltos del todo. Algo que queda en primer plano en este libro y que puedo retomar es el judaísmo asumido desde el hostigamiento del odio contra el judío. Odio quizás es mucho decir, ya que al ser escena de infancia hay una especie de odio involuntario, donde el que odia sufre por odiar, alguien que se encuentra reproduciendo un odio social y que lo sufre. Eso lo puedo reencontrar hoy, esa instancia en la que la hostilidad del que odia al judío afirma y afianza tu identidad, porque me he encontrado con un par de antisemitas últimamente. Son las únicas personas con las que no me interesa hablar.

— A la hora de hacer el camino hacia atrás con los recuerdos, el hecho de haber sido modelo infantil para publicidades puede tener el apoyo de un recuerdo objetivo, como el aviso que aparece en el libro, ¿cómo pudiste trabajar con ese material en particular?
— Es interesante porque eso no quedó plasmado como fue, que es algo que no importa de todos modos. En primer lugar, en mi vivencia infantil eso no estaba asociado a la publicidad, sino que era algo que a mí me divertía hacer. Era mi abuela la que me llevaba a hacerlas y era una especie de juego, de complicidad, son otros pactos, una aventura entre abuela y nieto (por más que mis padres lo sabían y avalaban). Después, estaba la cosa rara de salir en televisión en el año 71, 72, era todo un acontecimiento: había solo cuatro canales de aire, por lo que salir en publicidad tenía otra repercusión. Eso era un divertimento, pero cuando dejó de serlo, cuando me empezó a costar, lo dije y se terminó. Ahora, la mayor parte de eso está perdido porque la publicidad de Billiken que aparece debe ser la única publicidad gráfica que yo hice, todo lo demás es en TV y eso está perdido a pesar de haber hecho más de 30. Contestando tu pregunta, no hubo ese recuerdo objetivo, fue el mismo proceso.

La referencia a mis 18 años era Mario Benedetti. Año 1984, 1985, regreso de la democracia, un horizonte cultural muy activado. Pero cuando leí a Juan Carlos Onetti, que no había leído hasta ese entonces, mi condición de lector cambió.

— Por otro lado, retomando tu lado de estudiante y docente de la carrera de Letras, siempre está esa idea de que ingresar en el terreno académico puede llegar a impedir la escritura literaria propia. ¿En tu caso cómo opera eso?
— Llevo ya 30 años relacionado a la carrera de Letras y conozco esa crisis, porque me tocó. Suelo hablarlo en mis clases y dejar abierto el diálogo con los estudiantes. Yo pienso que esa crisis puede ser muy productiva, en el sentido que no sea solamente frustración. Que se resuelva para el sí, para la continuidad de las ganas de ser escritor o, incluso, cuando sea para el lado de la no continuidad y eso sirva como una revelación. Muchas veces uno se transformó en otro lector y ese ya no corresponde al escritor que uno quería ser. Eventualmente, esa crisis puede hacer de uno un escritor más alejado del que se quería ser, y eso puede ser muy bueno. Si uno se transforma como lector, y se supone que eso pasa en la carrera de Letras, es razonable que pueda transformarse la relación con la escritura y con el deseo de ser escritor. En mi caso, cuando me pasó que dejé de escribir, hay una referencia ítalo-uruguaya, que debe ser un recorrido muy típico: la referencia a mis 18 años era Mario Benedetti. Año 1984, 1985, regreso de la democracia, un horizonte cultural muy activado. Pero cuando leí a Juan Carlos Onetti, que no había leído hasta ese entonces, mi condición de lector cambió. Y no solo con autores que fui descubriendo, sino también con nuevas formas de leer. Lo que constituye a un escritor es su condición de lector, la formación de escritor proviene de su formación de lector. Por eso considero que la carrera de Letras es una gran formadora de escritores, porque es una gran formadora de lectores. Lo que no quiere decir que todos esos lectores se conviertan en escritores. 

— Por último, ¿qué desafíos pensás que va a tener el sector editorial con toda esta gran crisis económica que se agravó con la pandemia? Hace pocas semanas surgió el debate de la profesionalización del escritor en este contexto.
— Sí, es una discusión previa, porque las condiciones del mundo del libro ya estaban deterioradas por esa otra calamidad que ocurrió aquí que fue el macrismo. El panorama ya lucía negro cuando uno hablaba con libreros o editores. Con la pandemia ni hablar. Hay una orientación que ya estaba planteada que es recuperar la centralidad de las políticas públicas en relación con las artes en general y con la literatura en particular. El Plan Nacional de Lectura había sido desactivado, las políticas vinculadas a las bibliotecas populares. La pandemia exige un esfuerzo aún mayor, pero en la misma dirección, porque la complicación ya estaba planteada en esos términos, el panorama para el sector del libro ya era malo. En cuanto a la profesionalización, yo profesionalmente soy docente, en el sentido que es aquello de lo que vivo, con lo que pago mis cuentas. De hecho, si queremos pensar en la literatura argentina contemporánea, los escritores que viven de eso son muy, pero muy pocos, y en términos generales ligados a una literatura ligada a una dinámica comercial. No obstante, lo que yo subrayaría es la cuestión del trabajo: escribir es un trabajo. Enfatizar la escritura de un libro como un trabajo contra las sublimaciones espiritualistas, idealistas, desmaterializadoras. El trabajo debe ser remunerado, lo que plantea al menos dos instancias: una, la relación entre escritores y editoriales, en qué posición nos encontramos, el porcentaje de las ganancias que se producen por las ventas de un libro. Hoy en día suele ser entre un 8 y un 10% del total, y las condiciones de ese pago también son desfavorables, ya que se pagan una o dos veces al año. Eso en un país con inflación ya sabemos lo que significa. Reponer ese debate no tiene que ser entendido como una profanación, porque justamente la sacralización de la literatura y del escritor no conducen sino a escamotear esa condición de trabajo y se vuelve una coartada para que te caguen, para decirlo de un modo rústico. La segunda instancia es el reconocimiento de ese trabajo por aquellos que consideran que los libros pueden ser optativamente pagados o no pagados. Yo estoy en desacuerdo de que a un trabajador se le quite su trabajo sin pagárselo. Por supuesto que al tratarse de bienes culturales, estoy convencido y más que dispuesto a propiciar para que los libros lleguen, circulen, se difundan y que los problemas económicos no sea una restricción para nadie. Por eso recién marcaba mi interés con los planes nacionales de lectura. No conozco ningún escritor que ponga restricción a eso, que diga «si no pagan, no». Todos cedemos, con entusiasmo, textos, presencias, tiempos con absoluta convicción de la importancia de promover y difundir la literatura. En cambio, estamos pensando en aquellos que, estando en perfectas condiciones de pagar un trabajo prefieren agarrárselo sin pagar. Eso es, por otra parte, un típico gesto burgués.

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