Apuntes sobra la dulzura | J. D. Salinger y la imposibilidad de escapar de la mirada ajena

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En épocas de sobreexposición, el peso de la opinión de los demás es un factor a controlar todo lo que se pueda. La moraleja involuntaria que regala J. D. Salinger y el camino de la vergüenza al que nos invita Lorrie Moore. En el medio, la Isabelle Rimbaud, la hermana de Arthur, confirmando que que estamos construidos desde la mirada de los otros.



En épocas en donde el amor propio es un concepto fuerte, el fantasma de la mirada ajena sigue recorriendo todo. En el prólogo del bello libro de Isabelle Rimbaud, Mi hermano Arthur (Los libros de la mujer rota, 2019), María José Cumplido Baeza escribe que estas memorias «nos recuerda que estamos construidos desde la mirada de los otros. Y esas miradas, aunque sean verdades a medidas, nos permite complejizar a los seres humanos que han logrado hacer cosas increíbles». 

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Pienso en eso mientras también leo otro libro en donde múltiples testimonios cruzan a una misma persona que decidió correrse, justamente, de la mirada ajena: J. D. Salinger. En el titánico trabajo de David Shields y Shane Salerno, las voces de quienes conocieron al escritor de El guardián entre el centeno dan su punto de vista sobre hechos y también aspectos de la personalidad de él. Eso puede verse tanto en el documental como en el libro. De hecho, las versiones son tan variadas y contradictorias que ambos autores decidieron dejar que hablen solas, no construirle una narrativa. Así, por ejemplo, Salinger pasa de observar cosas terribles en la Segunda Guerra Mundial a tener una estadía piadosa en medio del desastre. Moraleja: aunque el escritor eligió el ostracismo, podía vérselo en la mirada y el recuerdo de los demás. 

«Estamos construidos desde la mirada de los otros. Y esas miradas, aunque sean verdades a medidas, nos permite complejizar a los seres humanos que han logrado hacer cosas increíbles»

Diferente es el trabajo que hace Mariana Enríquez en el recomendadisimo libro La hermana menor, en donde nos introducimos en la vida de Silvina Ocampo siguiendo no sólo el trabajo periodístico de Enríquez, sino también sus decisiones literarias, las cuales generan un ritmo novelesco al libro para acoplarse a lo que también fue una vida llena de elementos narrativos más que seductores.

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Ahora bien, el trabajo de la mirada ajena sobre nosotros, más en épocas de sobreexposición es un factor a controlar todo lo que se pueda. No se lo puede ignorar como al fumigador un sábado a la mañana, pero tampoco se puede dejar que haga y deshaga a su antojo como un gobierno neoliberal sobre el patrimonio histórico. En ese delicado juego de tensiones, se encuentra muchas veces el oficio de una persona que escribe o se dedica a cualquier tipo de arte.



J. D. Salinger

El libro de David Shields y Shane Salerno sobre J. D. Salinger. En Argentina se consigue la edición de Seix Barral publicada en 2013.


Tamara Tenembaum escribió en el Diario Ar: «no hay en los Diarios de la edad del pavo de Fabián Casas ninguna confesión erótica más íntima que los momentos en los que habla de alcanzarle su libro a tal o cual escritor a ver si consigue que hablen de él, ni momentos más privados en el Diario argentino que aquellos en los que Gombrowicz sufre por no sentirse suficientemente reconocido por un ambiente literario que en el fondo desprecia pero cuyo respeto no puede dejar de querer». Esta idea se contradice con lo que muchas veces se escucha decir a autoras y autores: la literatura como una forma de autodescubrimiento. 

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Quizás, como casi todo en la vida, la respuesta se encuentre en los intermedios, en el trayecto de un péndulo que toca los extremos cada cierta cantidad del tiempo. La idea de escribir solo, producir sin importar la mirada ajena, es una quimera: ¿quién compone canciones para nadie? ¿Quién filmaría una película que no se va a ver nunca? ¿Cuántos actores conseguiríamos para montar una obra de teatro que no nos importa que se estrene? Esa sería una de las puntas del bamboleo.

La idea de escribir solo, producir sin importar la mirada ajena, es una quimera: ¿quién compone canciones para nadie? ¿Quién filmaría una película que no se va a ver nunca?

Del otro lado del cuadrilátero, la sobreexposición de la que hablábamos al principio: en tiempos de redes sociales, streaming, registro 24/7 de lo que hacemos, nacen figuras como la de los influencers: personas que en la mirada ajena pueden construirse. Sin hacer un juicio de valor sobre eso, sí se puede traspolar esa idea a la escritura: ¿quién quiere escribir un texto que ya se sabe cómo se va a leer y quién va a serlo? ¿Por qué arruinaríamos la incertidumbre del juego estético por un efectivismo pasajero? ¿De qué sirve la aprobación sin profundidad, sin su contrafilo del del desprecio?

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La respuesta más certera que encontré a todos los interrogantes de este texto está en el ensayo «Sobre escribir» de la autora estadounidense Lorrie Moore, y dice así: «Gran parte del arte se origina y se ubica en los márgenes, es decir, en los contornos del ser humano, como una forma de localizar y definir ese ser. Y ciertamente el arte, y la vida del artista, requieren de una cantidad considerable de falta de vergüenza. La ruta hacia la verdad y la belleza es una ruta con peaje: fea y engañosa en sí misma y consigo misma».

En síntesis, no hay salida de la mirada ajena. Pero podemos decidir qué hacer con eso: vivir bajo su imperio o aceptarla como parte de un juego cuyas reglas podemos ir armando a medida que se desarrolla. Después de todo, hay una enorme diferencia entre salir colorado en una foto que vivir con el mismo gesto pensando en flashes inexistentes.

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