Apuntes sobre la dulzura | La Feria del Libro y el túnel del tiempo

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Volver a la Feria del Libro este año tuvo el gusto del reencuentro. Si Fogwill supo crear el slogan «El sabor del encuentro» para hablar de la importancia de reunirse alrededor de una cerveza, el sabor del reencuentro es todavía más potente, más invasivo, más necesario… ¿y más contradictorio?



Este año volvió la Feria del Libro: quizás el evento más odiado y amado en simultáneo por los autores en general. El cansancio de tres semanas a todo ritmo por un lado; el miedo a no figurar en ninguna actividad, por el otro. También aparecen los brindis, los festejos, las comidas posferia: ese momento de contacto humano entre colegas que recuerda que algo de todo lo que hacemos tiene sentido. 

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Las historas de cada persona con la Feria del Libro es única e intransferible, claro, pero suele haber patrones en común, como la ilusión que generaba ir a un lugar donde cientos, miles de personas, compartían la misma pasión que uno, un niño/adolescente con intereses diferentes a los de la mayoría de sus compañeros. Como se encarga de mostrarnos la vida: la ilusión y el entusiasmo tardan menos en deteriorarse que la fruta en la sobremesa del domingo. Si entrecerráramos los ojos, siempre podríamos ver esas pequeñas mosquitas del desánimo flotando en el ambiente.

Como se encarga de mostrarnos la vida: la ilusión y el entusiasmo tardan menos en deteriorarse que la fruta en la sobremesa del domingo. Si entrecerráramos los ojos, siempre podríamos ver esas pequeñas mosquitas del desánimo flotando en el ambiente.

Sin embargo, volver a la Feria del Libro este año tuvo el gusto del reencuentro. Si Fogwill supo crear el slogan «El sabor del encuentro» para hablar de la importancia de reunirse alrededor de una cerveza, el sabor del reencuentro es todavía más potente, más invasivo, más necesario. Lo que se repite muchas veces solo genera entumecimiento, insensibilidad. Basta con interrumpirlo para que el barniz de la nostalgia de un nuevo brillo a las actividades. Entre abrazos y vasos de plástico descartables con vino, las jornadas en esta edición de la Feria del Libro toman otro color.

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Feria del Libro

Después de dos años, volvió la Feria del Libro de Buenos Aires


Un epigrama de Ernesto Cardenal sentencia: «Cuando los dorados corteses florecieron/ nosotros dos estábamos enamorados. Todavía tienen flores los corteses/ y nosotros ya somos dos extraños». La Feria del Libro puede aplicar a esa fórmula universal del amor: el evento se mantiene inmutable en La Rural, los stands siguen siendo una aventura económica para cualquier editorial independiente, mientras que los autores y lectores se convierten en extraños paulatinamente. El reencuentro trata de devolver el entusiasmo, pero las cosas no se resuelven tan fácil.

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Ahora bien, si algo nos enseñó este evento a lo largo de los años, cuando en nuestra época de pequeños lectores encontrábamos lecturas inesperadas entre miles de libros, es que si la realidad no ofrece soluciones, siempre queda un último refugio en lo fantástico. Entonces hago el ejercicio: ingreso por Avenida Santa Fe esquivando la fila que se forma para ingresar. Cruzo el primer pabellón y me introduzco en el túnel del tiempo. 

Si algo nos enseñó este evento a lo largo de los años, cuando en nuestra época de pequeños lectores encontrábamos lecturas inesperadas entre miles de libros, es que si la realidad no ofrece soluciones, siempre queda un último refugio en lo fantástico

Esa pasarela interminable que une al Pabellón Ocre con el nucleo duro de la Feria es el momento clave en el que uno va volviéndose más y más joven aunque no lo quiera, en donde los recuerdos de años pasados aparecen a hablarnos como los personajes de Charles Dickens en las vísperas de navidad. La alfombra roja, el refugio temporal del clima de otoño, las bolsas con libros, el espacio inventado para la lectura: una iliusión de callar las contradicciones adultas con ilusión infantil. El intento siempre falla, pero año tras año no puedo evitar repetirlo, como dice un poema de Tamara Grosso: «No hay estrategia, no hay gran despliegue./ Hay moscas que caen/ en el encanto de lo intenso». 

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