Un viaje al diario | Ho visto Maradona

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Se puede hablar del fenómeno maradoniano en dos dimensiones: el turístico y el cotidiano. Respecto al primero, no hace falta explayarse mucho. Ahora bien, el Maradona cotidiano es otra experiencia. Alcanza con poner un pie en el Quartieri Spagnoli para que la figura de un jugador de fútbol retirado y celebridad mundial plagado de polémicas cobre la figura de un ser extraterrenal.



Cuando se viaja, una de las premisas principales es no saber qué es lo que se va a ver durante el recorrido. Por más que la industria del megaturismo quiera intentar predecir y controlar cada aspecto del trayecto, siempre queda algo por fuera. En mi caso, eso pasó cuando el pasado fin de semana pisamos Nápoli, una megaciudad que contrastó con el pequeño pueblo en el que nos estamos quedando en Italia. 

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No es ninguna novedad hablar del amor que esta zona del sur de Italia le tiene a Maradona. De hecho, los últimos títulos importantes que tiene el equipo -uno de los cuatro más populares del calcio- es con el jugador argentino en cancha. Sin embargo, estar ahí, verlo en primera persona es una experiencia completamente diferente, sobre todo para alguien como yo que no se considera especialmente maradoniano. 

Un dato de color: en la tienda de recuerdos del Nápoli en la galería más grande y visitada de la ciudad, se exhibían más camisetas retro de Maradona que de cualquier otro jugador.

Se puede hablar del fenómeno maradoniano en dos dimensiones: el turístico y el cotidiano. Respecto al primero, no hace falta explayarse mucho. Como todo ícono pop del siglo XX, es posible encontrar la impresión de Maradona en cuanta superficie se nos ocurra: remeras, tazas, bufandas, pósters y un largo etcétera. Eso sin contar la cantidad de camisetas que se venden con el número 10 en la espalda. Un dato de color: en la tienda de recuerdos del Nápoli en la galería más grande y visitada de la ciudad, se exhibían más camisetas retro de Maradona que de cualquier otro jugador. 

Ahora bien, el Maradona cotidiano es otra experiencia. Alcanza con poner un pie en el Quartieri Spagnoli para que la figura de un jugador de fútbol retirado y celebridad mundial plagado de polémicas cobre la figura de un ser extraterrenal. Graffitis por todas las calles, pintadas y murales, cuadros al lado de figuras religiosas, verdulerías y mercados con su cara. Parafraseando a Lydia Davis, cuando estuve un rato en este lugar, pude decir con certeza que nunca antes había visto a ese Maradona.

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“Oh mama mama mama/ Oh mama mama mama,/ Sai perchè mi batte il Corazon,/ Ho visto Maradona,/ Ho visto Maradona,/ Oh mama inamorato sono”, cantaban los hinchas del Nápoli en la época dorada del club. Esa canción se sigue escuchando y es la fiel expresión de un sentimiento tan simple como complejo: la epifanía. Mientras algunos viven esa experiencia con un arte, un oficio o un gesto del día, millones de personas lo sienten cuando un deportista se luce en un campo de juego. 

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David Foster Wallace, por ejemplo, habló del “Momento Federer” para hacer referencia a lo que le pasaba cada vez que veía un partido del tenista suizo: “Roger Federer pertenece a esa categoría: una categoría que se puede denominar genio, mutante o avatar. Nunca verás que le falte tiempo ni equilibrio. La pelota que se acerca a él se queda suspendida en el aire una fracción de segundo más de lo que debería. Sus movimientos son más ágiles que atléticos. Igual que Ali, Jordan, Maradona y Gretzky, parece al mismo tiempo menos y más sólido que los hombres a los que se enfrenta.”

Por más que Maradona haya muerto y que su último partido oficial haya sido hace más de 25 años, pisar esta ciudad italiana es entrar en un portal del tiempo en donde cada jugada suya, cada acierto en un partido encontró su eco eterno: el del amor de una ciudad

Ir a Nápoli es sentirse en un partido eterno, en donde siempre está pasando un momento digno de ser recordado. Por más que Maradona haya muerto y que su último partido oficial haya sido hace más de 25 años, pisar esta ciudad italiana es entrar en un portal del tiempo en donde cada jugada suya, cada acierto en un partido encontró su eco eterno: el del amor de una ciudad. Verlo en primera persona, insisto, es revelador no tanto por el poder de persuasión que pueda tener. Más bien, en mi caso, a pesar de estar preparado, todo fue superador. 

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Por último, una muy breve experiencia personal: en el corazón del Quarteri Spagnoli, existe una lugar llamado “Largo Maradona”, donde se puede ver un mural de Maradona con la camiseta del Nápoli, así como una gran colección de camisetas, fotos, pósters y demás objetos vinculados a él. En medio del acto curioso de mirar qué había en ese enorme collage, me acerqué hasta los pies del mural. Cuando me di vuelta, decenas de personas miraban y sacaban fotos en mi dirección con cara de asombro. Fue un segundo apenas, pero alcanzó para vivir la sensación de ser Maradona y no querer repetirla nunca más. 

El uruguayo Eduardo Galeno fue contundente sobre ese costado divino de Maradona: “Pero los dioses no se jubilan, por muy humanos que sean. Él nunca pudo regresar a la anónima multitud de dónde venía. La fama, que lo había salvado de la miseria, lo hizo prisionero. Maradona fue condenado a creerse Maradona y obligado a ser la estrella de cada fiesta, el bebé de cada bautismo, el muerto de cada velorio. Más devastadora que la cocaína es la ‘exitoína’. Los análisis, de orina o de sangre, no delatan esta droga».

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