Un viaje al diario | Paseando por Roma

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La asincronía que propone la capital italiana coincide con la asincronía propia de los estados de ánimo: entre el futuro fantasma y las ruinas del pasado, el presente hace lo que puede por mantener un orden precario en Roma.



“Ahora es hora de colgar/ Estoy perdido en la línea”. Edificios de la misma altura se suceden por toda la cuadra, hasta que de repente una ruina de siglos pasados interrumpe el paisaje. Las sirenas de las ambulancias son un recordatorio de estar en el presente, pero los ojos se pierden en todas las direcciones, sobre todo hacia la introspección: ¿qué estamos haciendo acá?

“Son las dos y te llamé/ Desespero/ Pero es mejor decir adiós/ E intentar mañana”. Cuando esa pregunta aparece, lo más rápido es buscar la respuesta en los lugares cálidos del recuerdo: familia, amigos, amores. Es decir, las personas que en su inmensa mayoría no están acá, al lado. Primer error conceptual. Pero los errores comunes suelen ser más transitados y peligrosos que los lugares mismos.

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“Ahora es hora de volver / Esta noche soy un Simulcop”. Intentar encontrar señales en el pasado puede derivar en una forma de trazar siempre las mismas líneas, una hoja de calcar que ya no puede simular más el original y tan solo logra deformarlo por la presión de los intentos repetidos. ¿En qué otro momento somos más cosplay del pasado que ni bien llegamos a un lugar extraño? Todo lo que fuimos se reagrupa para dar batalla a la incertidumbre en un acto de defensa tan involuntario como reaccionario. 

“Todo el tiempo me encontré / Dando vueltas”. La paradoja viene, justamente, en este momento. Antes del viaje, todo lo que se fantasea es lo nuevo, lo que queda por descubrir. Pero ni bien se pisa el nuevo suelo, es el espejo retrovisor el que pide ser visto con más atención. Así, dando vueltas entre lo nuevo y lo viejo, el cuerpo se desdibuja, es un turista de sí mismo: no entiende su propia lengua.

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“Es extraña esta ciudad/ O yo estoy fuera de escala”. Pero Roma tampoco ayuda. En la sincronía y asincronía que la compone, uno no puede agarrarse a la ligera de cualquier estímulo. Si Charly nos enseñó que cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a nada, ¿qué se hace cuando el mundo tira para arriba? ¿O hacia los costados? ¿Hay mayor amarre que esa raíz que nos conecta con nuestro suelo?



“Que ahora es hora y no fue ayer”. Entonces uno tiene que tomar decisiones drásticas y elegir en qué momento se está. Y una conclusión desgarradora es que es imposible estar en el pasado. Sí, suena obvio, pero no lo es. Cuando realmente se comprende esa limitación, entonces se comprende algo más: el pasado no es un momento, es una identidad que se carga y se lleva siempre, aún cuando pensemos que viajamos livianos. 

“He cambiado, pero aún mi corazón / Permanece intacto, tan intacto como ayer”. Así, en este nuevo comienzo, en donde el pasado no se abandona, pero se comprende como limitante, llega el momento de la síntesis: tomar lo que se pueda, sobre todo si es lo que se necesita, para viajar aún más lejos de lo que se puede creer. No son los kilómetros los que marcan el avance, sino el cuentapasos del ánimo.

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“Nada más para decir/ solo hasta mañana”. La noche cae sobre Roma como una lona negra que envuelve un auto: ¿es eso una señal de cuidado o de abandono? Las luces de una ciudad cosmopolita conviven con la oscuridad esencial de las ruinas de un imperio que ya no es sino en el recuerdo o en la cultura. Es decir, la historia de cada familia pero en una escala colosal. Mañana el sol vuelve a iluminar todo por igual, es otro día en donde no perderse en el tiempo es una misión igual de difícil de cumplir.


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