Apuntes sobre la dulzura | Escenas mínimas de una despedida

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En las hojas de los libros quedan almacenadas horas y horas del pasado que no van a volver,  salvo por las anotaciones y subrayados esporádicos. Intento trasportar el mismo procedimiento a hechos y momentos, ¿qué escenas tienen esas mínimos trazos de una punta de un lápiz que no recordaba haber hecho y revisar en el futuro? La respuesta no es sencilla.



Dar vuelta el detergente y ver que ya no tiene más puede ser un momento de conexión con las pequeñas cosas: esa botella desproporcionada para la cantidad de habitantes de esta casa se termina al mismo tiempo que nosotros la dejamos por un tiempo. No hay restos de las comidas compartidas más que en dos lugares: las cañerías y la memoria. ¿Existe acaso otro tipo de final?

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Algo similar pasa al ordenar los libros, sobre todo en el caso de los más importantes. En esas hojas quedan almacenadas horas y horas del pasado que no van a volver,  salvo por las anotaciones y subrayados esporádicos. Intento trasportar el mismo procedimiento a hechos y momentos, ¿qué escenas tienen esas mínimos trazos de una punta de un lápiz que no recordaba haber hecho y revisar en el futuro? La respuesta no es sencilla.

Las huellas digitales llenas de polvo son solo el síntoma de algo más profundo, irrevocable. Luis Alberto Spinetta escribió una vez que «lo que está y no se usa nos fulminará».

Escarbar en el pasado, a final de cuentas, es un procedimiento del que nunca se sale impoluto. Las huellas digitales llenas de polvo son solo el síntoma de algo más profundo, irrevocable. Luis Alberto Spinetta escribió una vez que «lo que está y no se usa nos fulminará». La cotidianidad está llena de esos elementos que no tienen otra utilidad más que acumularse, de crear una barrera de contención que no tiene un fin claro; y es imposible no perderse en el intento de encontrárselo.

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Estas columnas nacieron como apuntes espontáneos, en donde la dulzura podía ser una línea de lectura, un hilo fino que hilvane todo lo necesario para encontrar un sentido nuevo. Creo, después de todo, que una posible definición de la dulzura es la siguiente: un gesto chico que produzca un efecto desestabilizador. Lo mismo podría pensarse en torno a la literatura, al amor, a la amistad. Es decir, todo lo trascendental escondido bajo la máscara de lo cotidiano.

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Sin embargo, con el correr del tiempo, cada nueva entrega fue tomando -una vez más- rumbos inciertos, en donde el punto de partida y el punto de llegada no estaban claros. Ahora que miro al pasado -una vez más-, puedo reconocer apenas una serie de consejos involuntarios, recomendaciones o ideas que en el fondo intentaba darme a mí mismo mientras peleaba -una vez más- con el lenguaje.

¿Cómo podría definirse el final de algo que siempre puede volver en la memoria? ¿Existe otra representación más potente de la dulzura que la posibilidad de la memoria?

Ahora, en el acto de armar valijas, aparece una última epifanía: todo cierre es mentiroso. Más allá del mecanismo en sí mismo, marcar el punto final en realidad es un gesto que contiene el efecto placebo del control. Los finales son parte de los comienzos, pero al mismo tiempo nunca llegan. ¿Cómo podría definirse el final de algo que siempre puede volver en la memoria? ¿Existe otra representación más potente de la dulzura que la posibilidad de la memoria?

En tiempos donde el presente pretende dominar todo, hay en el espejo retrovisor una esperanza. En El aroma del tiempo, Byung Chul-Han señala: «La vida para su maximización es errónea». Más adelante, destaca: «El mundo se puede leer como una imagen. Solo es necesario dejar vagar la vista aquí y allá, para descubrir el sentido, el orden razonable que surge de esta». Lejos del intento de la maximización, estos apuntes fueron hacia lo mínimo: encontrar una imagen cuando todo se promete borroso, incluso bajo la bruma de una despedida.

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