Un viaje al diario | Barcelona, valijas llenas y escaleras

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A casi una semana de llegar a Barcelona, más que un camino, me preparo a transitar un nudo de autopistas en el que no comprendo ni siquiera la dirección de los carriles. Con las valijas desarmadas por un tiempo, aprovecho la liviandad que da el optimismo: Vicente Luy, Cecilia Pavón y Héctor Viel Temperley como guionistas involuntarios.



La situación es la siguiente: valijas llenas que intentan transportar lo esencial para vivir durante varios meses lejos de un lugar propio al que se pueda llamar casa. En el medio, mudanzas y traslados que hacen que esas valijas nunca estén quietas el tiempo suficiente para descansar u olvidarnos de ellas. El resultado final: la escena de un viaje en miniatura en medio de un viaje superior, una mamushka de lejanías y distancias. 

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Pero se puede agregar un condimento más a todo esto para que la cuesta arriba del ánimo deje de ser una metáfora y se vuelva algo literal. Llegar a una ciudad nueva, como es el caso de Barcelona ahora, implica tener que aprender mucha información en poco tiempo. Aunque la era de la productividad nos quiera hacer creer lo contrario, esa situación lo único que hace es nublarnos los sentidos e improvisar respuestas. No encontrar las escaleras mecánicas o ascensor del Metro, es un claro ejemplo de eso. 

Llegar a una ciudad nueva, como es el caso de Barcelona ahora, implica tener que aprender mucha información en poco tiempo. Aunque la era de la productividad nos quiera hacer creer lo contrario, esa situación lo único que hace es nublarnos los sentidos e improvisar respuestas

La consecuencia natural de eso es tener que cargar las valijas propias escaleras arriba para acercarse al descanso primero, al ideal de una vida un poco más placentera después. Los guionistas de ese libreto no se esforzaron mucho, aunque con justa causa: nada más eficaz que el sufrimiento para empatizar rápido con los personajes y aprender las moralejas bonsai con las que carga toda historia. Al borde de la escalera, con un bolso de 20 kilos en cada mano, estos versos de Héctor Viel Temperley como un vaso de agua en un maratón: “Toda la transpiración de mi cuerpo regresará a mis ojos cuando muera el tambor en donde fui formado”.

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Los días siguientes, por supuesto, las escaleras y ascensores del Metro eran mucho más visibles y accesibles de lo que creía. Hay una obviedad en todo esto pero que no siempre se quiere ver: elegimos inconscientemente el camino más difícil para saborear la épica. Vicente Luy escribió en su primer libro: “Inconscientemente vamos por un camino, y conscientemente/ nos ponemos a buscar otro camino, en vez de hacer/ consciente el camino por el que vamos”. ¿Hay algo de eso en este viaje que sigue gestando su forma a medida que avanza?

En el inconsciente existe una reserva de sentidos detrás de un vidrio dispuesto a ser roto en situaciones de emergencia. Solo hay que tener en claro cuándo es el momento de agarrar el martillo de la introspección. 

¿Será momento, ahora que me acerco a los cuatro meses de viaje, de hacer consciente el camino por el que voy aunque todavía no esté del todo pavimentado? Es probable que sea una pregunta demasiado pesada para responder en un primer intento, pero sí puedo esbozar una caricatura de réplica: en el inconsciente existe una reserva de sentidos detrás de un vidrio dispuesto a ser roto en situaciones de emergencia. Solo hay que tener en claro cuándo es el momento de agarrar el martillo de la introspección. 

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A casi una semana de llegar a Barcelona, más que un camino, me preparo a transitar un nudo de autopistas en el que no comprendo ni siquiera la dirección de los carriles. Con las valijas desarmadas por un tiempo, aprovecho la liviandad que da el optimismo y saber dónde están los ascensores o escaleras mecánicas en el Metro. Cecilia Pavón, en un muy bello poema, retrató mi estado actual: Querida Fe:/ no sé de qué forma te aparecerás pero en algún momento vas a aparecerte/ eso no tengo dudas/ Los poetas nunca saben lo que escriben,/ y acá estoy, tratando de escribir bien/ pero nunca me va a salir,/ y aparte, Querida Fe, si te aparecés convertida en algo/ no creo que lo hagas convertida en poema”.

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