Aunque no tenga diagnóstico: cinco poemas de Natalia Bonino

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En Aunque no tenga diagnóstico (Tren Instantáneo, 2023), de Natalia Bonino, el lector se enfrenta a una experiencia reveladora, en donde cada poema construye una escena íntima que muchas veces se pierde entre la burocracia y la urgencia clínica. Las ciencias duras, nos cuentan estos versos, tienen su costado sensible e impredecible, y es ahí cuando la imagen poética irrumpe y dice presente. Lo que se piensa contario, muchas veces es solo una ilusión y los extremos se entrecruzan como tejidos nerviosos después de un impacto.



Sobre la autora

Natalia Bonino nació en el barrio de Olivos, Gran Buenos Aires, en 1990. Es Médica Generalista y de Familia por la Universidad de Buenos Aires. Es hincha de Racing y fanática del fútbol. Participó de distintos talleres literarios y Aunque no tenga diagnóstico (Tren Instantáneo, 2023) es su primer libro.


1 – Invitada 

Saca cuatro, cinco
nueve cajitas de colores variados.
Los va ordenando acorde al ciclo solar:
dos a la mañana, tres al mediodía
y cuatro a la noche, antes de dormir.
Una rutina guiada por remedios.
Mateo ladra y me muerde
los bordes del ambo,
me salta a las rodillas,
me marca con las patas llenas de barro
y pienso que menos mal no vine de blanco.
Me invitan a sentarme y me convidan
una porción de bizcochuelo
recién salido del horno,
como si no fuera una visitante
que hoy solo puede darles
malas noticias. 

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2 – Azúcar en la sangre 

Tres cucharadas de azúcar
al mate, es la tradición
¿cómo explicar que hace mal?
Una camiseta con el número diez
colgada en un balcón;
el barrio en la puerta
se mete en las ventanas
entre las casas laberinto
surcadas por pasillos
que doblan y suben
por escaleras caracol
hasta otras puertas
que contienen familias acopladas;
donde gotea cuando llueve
y un nene chapotea en el agua
mientras la abuela toma un mate
en una reposera de playa.
¿Cómo explicar que hace mal?
El cielo en el barrio
es una galaxia de cables
por donde caminan los gatos
y el piso, de barro fresco,
se endulza un poco
con el exceso de azúcar
que cae en cada cebada. 

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3. Soy 

los trazos de la fibra
que raspa sobre el papel;
la nena que en puntitas
llega apenas al escritorio
y me dibuja
flotando, sin piso
sin contornos
sin horizonte
dos palitos como brazos
que no parece que puedan
sostener ningún peso;
una cabeza desproporcionada
para el cuerpo.
La mueca sonriente que recibe
un bebé, un adolescente, un anciano
y cambia de tamaño,
de garabato a persona,
de niña a adulta
en lo que parecen quince minutos. 

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4. Para reír se utilizan 12 músculos 

Elevador del ángulo de la boca. Elevador del labio superior. Orbicular de los ojos. El risorio y los cigomáticos, entre ellos. Pero los niños usan muchos más. Se ríen con los brazos y piernas, elevan las cejas, contraen el abdomen y se aprietan con las manos para intentar contener el espasmo. Dicen los estudios científicos que uno de cada mil adultos aún conservan la capacidad de reclutar todos esos músculos en una risa, y yo te los conté. 

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5. Pronóstico reservado 

La cama 105, pegada a la ventana,
tiene la mejor vista:
el árbol más viejo del hospital
es un bananero en el centro del patio.
Nadie barre las hojas.
Cada temporada
los rosedales se llenan de abejas;
las lagartijas cambian la piel
y las paredes se agrietan un poco más
por el desgaste:
no hay nada inmune
al paso del tiempo.
Adentro
el movimiento está en pausa,
algunos ojos se quedan en el techo
y otros ya están cerrados
mientras la escena en la ventana
se proyecta de fondo
para los espectadores más lúcidos
como una película vieja en el televisor,
repitiéndose.

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