El efecto Los Pumas: retuitear y cancelar

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Los Pumas y el mundo del rugby en general estuvieron en el ojo de la tormenta durante el 2020. Lejos de ser verticalista, el “poder de cancelar” deambula en primer lugar en un plano virtual, y luego en uno real, aunque lo inmediato prevalezca y las noticias caduquen en segundos, los actos perduran en el tiempo. La posibilidad de preguntarse cuál es la utilidad de acordar tácitamente qué es aquello que se normaliza bajo una moral única y qué se hace con eso.

Por Ignacio Martínez*



Uno de los tantos postulados sobre el poder planteado por Michel Foucault y publicado en Vigilar y Castigar (1974), hace mención a la “modalidad del poder”. En resumidas cuentas, el filósofo francés afirma que el poder más que reprimir y suprimir, produce realidad; y más que engañar u ocultar, produce verdad. Y aunque esta premisa foucaultiana no llegó a los comportamientos de los sujetos en la sociedad de la convergencia digital, la “cultura de la cancelación” reproduce un castigo y linchamiento que normaliza conductas. Y, salvando las distancias, tal vez tenga mucho que ver con un poder reproducido horizontalmente.

Lejos de ser verticalista, el “poder de cancelar” deambula en primer lugar en un plano virtual, y luego en uno real. El mecanismo de aplicación tiene origen en un escrache viral por parte de usuarios de redes sociales, cuya moral coincide masivamente en dejar de consumir alguna personalidad o producto, por no encuadrar con una norma de aceptación masiva. Luego, tan solo resta “cancelar” lo repudiado en escenarios externos al universo digital, atravesando todos los planos de la vida real: de eso no se habla, porque “no va más.”

Lejos de ser verticalista, el “poder de cancelar” deambula en primer lugar en un plano virtual, y luego en uno real. El mecanismo de aplicación tiene origen en un escrache viral por parte de usuarios de redes sociales, cuya moral coincide masivamente en dejar de consumir alguna personalidad o producto

Dicho esto, no suele ser tema de discusión pensar cuál es el límite del acto de cancelar, cuando la difusión de contenidos es tan ardua que se pasa de repudiar e insultar de un instante a otro, sin pantalla de bloqueo de por medio. En ese sentido, la veracidad de la información ni siquiera es eje de discusión, ya que aquello que es cancelado, es de público conocimiento, viralizado y retuiteado. Ergo, si la noticia llega, ya hay un juicio de valor previo y ratificado.

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Los Pumas

Twitter: el enemigo menos pensado de Los Pumas


El horizonte de anulación de pensamientos contiene, a priori, ciertos rasgos de progreso. Si partimos de un hipotético objetivo que busca anular ideas retrógradas y atemporales para nuestra vertiginosa época, la idea de cambiar en pos de una sociedad más igualitaria y menos violenta, suena bien. No obstante, esto no sería problemático en tanto funcione de manera reflexiva, pausada y constructiva. Sobre todo, por estar inmersos en una cultura de consumo caracterizada por la sobreabundancia de información y conectividad imperiosa.

En esta línea, tal vez sirva repasar algunos ejemplos para cuestionar si en verdad funciona constructivamente el acto de cancelar, cuanto menos, como ejercicio distinto al comentario hermético de un grupo de Whatsapp.


Pumas sin conciencia ni clase

“Argumentamos que nuestros valores son superlativos y que no existe deporte más digno y honorable que el nuestro. Decimos que es un deporte de bestias jugado por caballeros y se nos infla el pecho”. Esta autocrítica es parte del texto que el rugbier rosarino Tomás Hodgers (23) subió en su cuenta de Twitter el 22 de enero de este año, luego del asesinato de Fernández Báez por parte de diez jugadores rugby. Su reflexión devino de un contexto en el cual la sociedad argentina comenzaba el 2020 cancelando todo lo relacionado al universo rugbier: un deporte clasista y machista por antonomasia, los supuestos valores, la identificación con la “hermandad”, la violencia física y la verbal, el odio de clase, y por supuesto, el brutal episodio de asesinato.

la sociedad argentina comenzaba el 2020 cancelando todo lo relacionado al universo rugbier: un deporte clasista y machista por antonomasia, los supuestos valores, la identificación con la “hermandad”

Y la casualidad del repudio de comienzos de este año, finaliza con un diciembre en el que el rugby vuelve a ser cuestionado. O mejor dicho, cancelado. A finales de noviembre hubo fuertes críticas a Los Pumas no sólo por no haber homenajeado a Diego Maradona tras su fallecimiento en el partido contra los All Blacks, sino porque éstos sí les rindieron homenaje a través de un ritual Haka.

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Los Pumas

Los tweets discriminatorios y violentos del ex capitán de Los Pumas


Tales fueron los repudios dentro y fuera de las redes, que finalmente la Unión Argentina de Rugby (UAR) tuvo que hacer un comunicado aclarando que el homenaje fue a través de los brazaletes negros que Los Pumas usaron en cancha. Sin embargo, eso no conformó a una sensible sociedad que recientemente perdía a un ídolo futbolístico, e iba aún por más.

Días después, usuarios de Twitter viralizaron tuits viejos del capitán de Los Pumas, Pablo Mattera y los jugadores  Guido Petti y Santiago Socino, cuyas declaraciones eran xenófobas, racistas y discriminatorias. Rápidamente, el mecanismo de la cancelación comenzó a desplegarse de usuario en usuario, comentándose, compartiéndose y alcanzando magnitudes por fuera del plano digital. Y si bien lo temporal en algunos casos se cuestionaba (los tuits repudiados son de 2011 y 2012) poco terminó pesando.

Todo parece indicar que las preguntas sobre el odio de clase de los supuestos caballerosos deportistas no van a estar en agenda. Al menos, hasta que se reavive una cancelación.

Los tres jugadores involucrados borraron los tuits, cerraron sus cuentas y fueron sancionados por la UAR (Pablo Mattera, por ejemplo, dejó de ser capitán de Los Pumas). Además, el INADI dictó un comunicado por el cual se ponía a disposición de aquellas instituciones de rugby que buscasen capacitar a sus jugadores en formación antidiscriminatoria.

Al día de la fecha, el mundo rugby continúa bajo cierta sensibilidad por los episodios mencionados. Y todo parece indicar que las preguntas sobre el odio de clase de los supuestos caballerosos deportistas no van a estar en agenda. Al menos, hasta que se reavive una cancelación.


Punitivismo 2.0

La diferencia entre un troll de Twitter y una cuenta fake, es que el primero busca llevar a la práctica los dichos y movilizar, mientras que el segundo sólo juega con la discursividad irónicamente sin materializarlo. En general, ambos cuentan con miles de seguidores en las redes, y son capaces de viralizar contenidos diarios que muchas veces son consumidos fehacientemente, hasta por las propias cuentas que imitan. Sin embargo, a pesar del peso trolls y fakes, la cultura de la cancelación excede algoritmos y trasciende dispositivos móviles.

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Pero no todo es una cuestión de linealidad, sino tal vez en las formas y la llegada que eso tiene en un mundo globalizado. Por citar algunos casos, la autora de Harry Potter, J.K Rowling también fue cancelada por haber tenido declaraciones transfóbicas, así como también Martín Cirio, “La Faraona” por sus viejos tuits de incitación a la violación y el abuso infantil. O por caso, el rechazo tuitero y las críticas a la ex participante del reality de pasteleros Bake Off, Samanta Casáis (“Sanchata” en las redes), por haber hecho fraude en su participación, lo que devino en su eliminación del programa. Y así sucesivamente.

No obstante, a pesar de la magnitud, la heterogeneidad y el peso global de los ejemplos, no queda bien en claro cuál sería la contrapropuesta a la automatización de la cultura de la cancelación.

No obstante, a pesar de la magnitud, la heterogeneidad y el peso global de los ejemplos, no queda bien en claro cuál sería la contrapropuesta a la automatización de la cultura de la cancelación. En ese sentido, habría que preguntarse cuál es la utilidad de acordar tácitamente qué es aquello que se normaliza bajo una moral única y qué se hace con eso. Parece difícil denotar un horizonte al cual aspirar si la reflexión y el intercambio de ideas no se producen por fuera del medio a través del cual se produjo.

Si los cambios son producto de una viralización, conforme son los propios usuarios los gestores de elegir quién, cómo y cuándo cancelar, entonces habría que preguntarse qué hacen con eso (en muchos casos, sólo quedan en insultos al aire o tuiteados). Un linchamiento virtual no parece suficiente para pensar estructuralmente qué lleva a que en años anteriores la misma sociedad haya naturalizado dichos xenófobos y racistas, pero hoy no.

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Los Pumas

El homenaje de los All Blacks a Maradona que puso en jaque a Los Pumas.


De anónimos y responsables

Como decía Marshall McLuhan, el medio es el mensaje, y en ese sentido, también es el responsable. Pero no por eso es el único. En muchos casos, los cancelados han argumentado que en otros años las redes “se manejaban de otra manera”. He aquí un posible abordaje: las redes se hacen de los usuarios y la mecánica se retroalimenta.

No se trata de que Pablo Mattera haya sido más responsable que Twitter por redactar un mensaje racista en 2012, y que la red social no lo haya prohibido en su momento. Sino de repensar qué lugar ocupa ese tweet de odio teniendo en cuenta el actor social que lo publicó, y por qué se naturalizó. Es imperiosa la crítica sobre la raíz del racismo alrededor del rugbier, así como también hacia la red social que la hizo permeable.

Del mismo modo, si quisiéramos rastrear a los responsables por la cancelación a Los Pumas, difícilmente los nombres propios importarían, ya que son miles. En este sentido, no es relevante quién y por qué, sino cuán veloz haya sido la unanimidad por la cual los usuarios de redes sociales acordaron compartir y escrachar a un rugbier.

¿Es suficiente la sanción de las autoridades en casos donde lo tuiteado incite a la violencia, aunque sea discursiva y no material? ¿Por qué en su momento fue publicable y ahora no? ¿Es suficiente con cancelar?

Por otro lado, si las redes se hacen del propio contenido compartido y todo lo publicado es a fin de cuentas un acto humano: ¿existe diferencia entre el anonimato en una cuenta fake y lo verídico de una personalidad pública si ambos publican contenido racista y xenófobo? ¿No debería existir un límite para establecer aquello que sea posible compartir y lo que no? ¿Es suficiente la sanción de las autoridades en casos donde lo tuiteado incite a la violencia, aunque sea discursiva y no material? ¿Por qué en su momento fue publicable y ahora no? ¿Es suficiente con cancelar?

Las preguntas son muchas, y el ejercicio nos incluye a todos. Cuesta imaginar un futuro con una menos interactividad de usuarios y menor caudal de información. La vorágine de consumos digitales es un hábito cotidiano que no desciende y los contenidos se reconfiguran.

Diversas narrativas conviven en un ecosistema mediático cuyos límites son una simple pantalla de bloqueo. Aunque lo inmediato prevalezca y las noticias caduquen en segundos, los actos perduran en el tiempo. En esa lógica, habría que repensar la responsabilidad y el sentido de retuitear y cancelar. Al menos, antes que un algoritmo lo haga por nosotros.

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Por Ignacio Martínez* / @Nachoam91


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