Absolución para Higui: empieza el juicio por la libertad definitiva

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Empieza el juicio contra Eva Analía de Jesús que, en 2016, se defendió de un intento de violación grupal en Bella Vista, provincia de Buenos Aires. La absolución para Higui se ha convertido desde ese momento en una bandera de movimientos lgbtiq y feminismos a lo largo de todo el país que lograron su liberación de la prisión preventiva y que su caso no fuera invisibilizado. Hoy, esta mujer que fue desoída por ser lesbiana y pobre se enfrentará a las instituciones que la revictimizaron esperando que se haga justicia. (Foto: Camilo Díaz)



“¿Quién te va a querer violar a vos, negra, gorda?”. Fue una de las primeras cosas que Eva Analía de Jesús escuchó cuando quiso contar su historia en un calabozo de la comisaría 2º de San Miguel, provincia de Buenos Aires. Hacía menos de una hora la había despertado la linterna de un policía. Estaba aturdida, desfigurada por los golpes de un grupo de hombres que la había atacado en el barrio de Lomas de Mariló, en Bella Vista, cuando salía de la casa de su hermana Mariana. Era 16 de octubre de 2016, se habían reunido por el Día de la Madre. “Te voy a hacer sentir mujer, forra lesbiana”, le había dicho uno. La tiraron al piso, le bajaron los pantalones, le rompieron el boxer mientras le pegaban patadas. Ella tenía escondido entre sus ropas un cuchillo de jardinería y trató de defenderse: le tiró un puntazo a uno de los agresores. El resto continuó pateándola en el suelo, mientras se tapaba la cara en posición fetal hasta que perdió el conocimiento.

Era 16 de octubre de 2016, se habían reunido por el Día de la Madre. “Te voy a hacer sentir mujer, forra lesbiana”, le había dicho uno. La tiraron al piso, le bajaron los pantalones, le rompieron el boxer mientras le pegaban patadas

“Higui”, como la conocen todos desde sus 16 años por su parecido con el arquero colombiano René Higuita, encontró desde muy joven una escapatoria en el fútbol. Iba a la cancha cuando era chica y no quería lavar los platos, cuando su papá le pegaba a su mamá o para alejarse de las otras parejas de su mamá que abusaron de ella sistemáticamente. La reconocían en las canchas de barrio, en potreros y clubes de la zona Oeste del Gran Buenos Aires. Ganó muchos trofeos, los tenía ordenados en su casa de madera, junto a muchas de sus pertenencias que se quemaron en un incendio provocado por el mismo grupo de hombres que la atacó aquel 16 de octubre. También mataron a su perro. Las amenazas y el hostigamiento eran parte de su vida cotidiana: esas dos habían sido advertencias. La querían fuera del barrio, por lesbiana, por “chonga”, por  no encajar en los parámetros de “femineidad” y de heterosexualidad.

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Foto: Gustavo Yuste


Higui no lo supo de inmediato, pero el agresor había muerto. Además de burlarse de ella, en la comisaría de Bella Vista no le dieron colchón. Tampoco le brindaron atención médica ni intervino un médico legista. La etapa de instrucción penal, aquella en la que se deben recolectar las pruebas, estuvo plagada de irregularidades. No se realizaron los peritajes que correspondían para verificar su testimonio y le hicieron firmar un papel que no sabía exactamente qué decía. No se contempló su situación de vulnerabilidad ni tampoco los antecedentes de agresión que transforman el ataque en un crimen de odio a su identidad. La causa se caratuló como “homicidio simple”. En el juicio que comienza el día de hoy van a declarar en su contra alrededor de treinta testigos. Ella estaba sola. Tiene su palabra y la foto que le sacó su hermana Azucena cuando la visitó en la comisaría varios días después, la prueba más contundente a falta de otras omitidas por las instituciones que la violentaron y revictimizaron.

La etapa de instrucción penal, aquella en la que se deben recolectar las pruebas, estuvo plagada de irregularidades. No se realizaron los peritajes que correspondían para verificar su testimonio y le hicieron firmar un papel que no sabía exactamente qué decía. 

De la comisaría, Higui pasó después al Destacamento de San Martín y de ahí al penal de Magdalena, donde estuvo recluida casi ocho meses. Movimientos LGBTIQ+ y feminismos formaron redes en todo el país para exigir su libertad y absolución. Se llevaron adelante numerosas acciones que permitieron difundir su caso y que su imagen apareciera en barrios, marchas, murales y remeras. Su nombre se escuchó en discursos, iniciativas artísticas y torneos de fútbol organizados en su nombre. El caso alcanzó una visibilización inédita, de esa que se replica cuando se construyen redes lo suficientemente fuerte para alzar la voz ahí donde la violencia machista busca apagarla, como sucedió con el caso de Belén, la joven tucumana presa por abortar tan solo unos meses antes de lo que ocurrió con Higui. En Argentina, alrededor de un 70% de las mujeres presas no tiene una condena firme, cifra superior a la de los hombres en la misma situación. Finalmente, en junio de 2017, la Justicia le otorgó la excarcelación.

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Foto: FM La Tribu


 

La bandera de lucha pasó a ser entonces la de la absolución. Hoy Higui enfrenta un juicio que versa sobre si su accionar se trató o no de legítima defensa, sobre si fue proporcional el intento de una mujer de 1,50 de estatura de salvar su vida frente a un ataque de diez varones que querían destruir su cuerpo y violarla para “corregirla”. Toda violación es una forma de someter y disciplinar, de instalar terror y poder, de «poner en su lugar» a la mujer dentro de una jerarquía en una sociedad patriarcal. Pero las violaciones a las lesbianas y otras identidades lgbtiq +, implican además «rectificar» el deseo, insertarlo en una normativa heterosexual, cambiar la forma en que se ocupa el espacio público. Porque de Higui también molestaba su forma de vestir, de caminar, de hablar, de vivir. Se avanzó mucho, sí, pero todavía hoy, la diversidad aparece como un factor inaceptable y la violación correctiva como un doble ajusticiamiento: la de «ubicar» a toda mujer que se niega a cumplir con un rol prefabricado por la sociedad y la de una amenaza latente y un mensaje de disciplinamiento general.

Pero las violaciones a las lesbianas y otras identidades lgbtiq +, implican además «rectificar» el deseo, insertarlo en una normativa heterosexual, cambiar la forma en que se ocupa el espacio público. Porque de Higui también molestaba su forma de vestir, de caminar, de hablar, de vivir.

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Hoy, en el Tribunal Oral Criminal Nº7 de San Martín, Higui se enfrenta ante el sistema que la violentó, que desestimó su historia por ser mujer y lesbiana y por vivir en situación de vulnerabilidad. Porque la escucha también está atravesada por una cuestión de género y de clase. En 2017, la excarcelación de Higui fue histórica y también lo será este juicio que tiene la posibilidad de marcar un precedente para que casos como este no sean invisibilizados,  para que las redes que se tejieron hagan más fuerte las voces de aquellas identidades que aún siguen siendo criminalizadas y para que Higui pueda finalmente ser completamente libre. 

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