Violación grupal en Palermo: ¿por qué es una cuestión social?

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La violación grupal ocurrida en Palermo y su tratamiento mediático mostró que la estigmatización continúa a la orden del día y que, en muchos casos, se sigue eludiendo contemplar la violencia sexual y física como parte de un problema estructural. ¿De qué hablamos cuando nos referimos a la cultura de la violación? ¿Qué discusiones y medidas son necesarias transformaciones profundas? (Foto Nadia Díaz)



Seis varones de menos de 25 años violaron a una chica de 20 en Palermo, en un auto estacionado, plena luz del día. Dos hacían de campana. ¿Cómo puede ser que estos casos sigan existiendo? ¿Cuánta impunidad tiene que haber? La furia es lógica y es que, a pesar de todo lo conseguido en los últimos años hay algo que sigue siendo evidente: que la violencia sexual continúa naturalizada, que la justicia necesita una reforma feminista, que desde algunos medios aún es común poner en duda la palabra de las mujeres y diversidades – y también negar que se trata de un problema social y cultural -, que, en definitiva, el sistema sigue reproduciéndose. Y acá otra palabra clave que se viene remarcando hace ya un tiempo en redes sociales y en tantos otros medios. El sistema, la estructura, lo que asegura que el círculo continúe y lo que ya ha sido señalado pero nunca está de más enfatizar: no son animales.

Seis varones de menos de 25 años violaron a una chica de 20 en Palermo, en un auto estacionado, plena luz del día. Dos hacían de campana. ¿Cómo puede ser que estos casos sigan existiendo? ¿Cuánta impunidad tiene que haber?

El término “manada” para referirse a estos casos se volvió común a nivel internacional a partir de una violación grupal en Pamplona, España, en 2016. Cinco hombres atacaron a una chica de 18 años durante la fiesta de Sanfermines. Lo grabaron con el celular y lo difundieron.  «Follándonos a una entre los 5”, decía el mensaje que acompañaba el video. El proceso judicial fue ampliamente repudiado: en un principio los magistrados calificaron el delito como abuso sexual en lugar de violación, alegando que no hubo «empleo por los acusados de violencia o intimidación que integran el concepto normativo de agresión». También fueron absueltos del delito contra la intimidad solo porque la joven no refirió al mismo en su denuncia. La condena inicial fue de nueve años, pero la reacción social llevó a que el Tribunal Superior analizara el caso y elevara la pena a quince años. Fue necesario salir a las calles para que la justicia dijera finalmente que sí, fue una violación. Sí, fue violencia.

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Foto: El Economista


Cuatro años antes, a kilómetros de distancia, en la provincia de Chubut, pasó algo parecido. En 2012, una chica de 16 años fue abusada en una fiesta, en una casa frente a Playa Unión.  La historia salió a la luz en enero de 2019, con el acompañamiento del colectivo feminista Las Magdalenas, de Puerto Madryn. Sesenta testigos avalaron la historia ante la Justicia. Los victimarios: varones “hijos del poder”, relacionados con familias reconocidas en la provincia por su posición social y económica. Cuatro se turnaron para violarla. Uno hizo de campana en la puerta. La chica fue estigmatizada, dejada de lado por sus pares, tuvo que irse de la provincia para terminar la secundaria. Le decían “putita”. El juicio, que comenzó el pasado 25 de febrero, luego de haber sido postergado en una oportunidad, versa sobre el consentimiento de ella. Es a puertas cerradas por pedido de uno de los imputados. La defensa va a llevar adelante el mismo argumento que el caso de España: que ella sí quería. Que si no hubiera dicho explícitamente “no”. 

Una manada es un grupo de animales por definición separados de toda racionalidad. Pero ni en Palermo, ni en Chubut, ni en España están por fuera de la sociedad. No se trata de civilización vs barbarie.

«¿Por qué no dijo nada?” “¿Qué pasa si alguien dice que sí y se arrepiente?” “¿Se había drogado?” “¿Pero ellos estaban drogados?” “¿Habían salido de fiesta?” Tener que escuchar las mismas preguntas, que sigan apareciendo en las pantallas de los noticieros y que la revictimización sea parte natural y argumento válido de algo que no debería ni estar sometido a debate muestra que aún queda mucho camino y que los pilares que avalan la cultura de la violación están ahí, menos resquebrajados de lo que nos gustaría pensar. Muestra que todavía hay palabras de las que se duda y que hay cuerpos que valen menos, que es “normal” que sean sometidos, que hay una jerarquía que se preserva. Porque de eso se trata, de someter. Un acto que no responde a ningún impulso irrefrenable ni a ningún instinto animal. Una manada es un grupo de animales por definición separados de toda racionalidad. Pero ni en Palermo, ni en Chubut, ni en España están por fuera de la sociedad. No se trata de civilización vs barbarie.

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Foto: Reforma.com


Los medios suelen hacer perfiles, buscar características que los alejen y los consideren parte de una otredad y de una excepción sin nunca hablar de cómo la violencia física y sexual es parte de la construcción de la masculinidad. Una muestra de validación entre pares y una forma de modelar identidades al interior de un sistema machista que avala y sostiene estas prácticas. No son casos aislados. En 2020 hubo 22.076 denuncias de mujeres por situaciones de abusos sexuales y violaciones: 60 por día. Un 43% más que en 2019. Ante la pandemia y el aislamiento el resto de los delitos bajaron o se mantuvieron en los mismos niveles, pero la violencia de género no solo se sostuvo, sino que creció, comprobando algo que también sabíamos: el propio hogar puede ser el lugar más peligroso para una mujer. A esto hay que sumar todos los hechos silenciados: según la última Encuesta Nacional de Victimización que se realizó en 2017, la violencia sexual es el delito menos denunciado. 

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Los medios suelen hacer perfiles, buscar características que los alejen y los consideren parte de una otredad y de una excepción sin nunca hablar de cómo la violencia física y sexual es parte de la construcción de la masculinidad. Una muestra de validación entre pares y una forma de modelar identidades al interior de un sistema machista que avala y sostiene estas prácticas.

En el último tiempo, los cambios fueron muchos, pero el Estado sigue llegando tarde. Los mecanismos desalientan la denuncia y perpetúan la impunidad. ¿Qué mensaje se da cuando se postergan los juicios, cuando los tecnicismos invalidan el peso de las denuncias y las sanciones terminan de una forma u otra siendo para quienes alzan la voz? Los debates que resurgen en estos casos son parte de una transformación que abre más preguntas y requiere de medidas urgentes y concretas que no pasan por la vía punitivista. Una reforma judicial feminista, con perspectiva de género y la aplicación plena de la ley de Educación Sexual Integral y de la Ley Micaela, en la escuela y en los medios, como herramientas fundamentales para construir otras masculinidades, otras formas de socialización y desarmar violencias.


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