Mágico González y un elogio a la imperfección

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La historia de un ídolo popular que pudo ser leyenda pero prefirió la libertad, contada en el libro Mágico González: el genio que quería divertirse (Altamarea, 2019) del italiano Marco Marsullo. ¿Cuánta poesía puede encontrarse en la vida del mejor futbolista de la historia de El Salvador?



«Tengo que ser honesto. Si hubiera estado comprometido al 100%, me habrían recordado al nivel de Messi y Cristiano. No es que no pudiera hacerlo, simplemente no tenía ganas. Preferí disfrutar de mi carrera tanto dentro como fuera del campo», dijo Wesley Sneijder a fines del 2019. El exfutbolista holandés fue replicado por medios de todo el mundo por la sinceridad de su comentario: elegir no ser mejor. Lo mismo podría aplicarse al mito de Trinche Carlovich (futbolista rosarino fallecido en 2020 a los 74 años tras una un robo en su ciudad) o a un ídolo imperfecto como el salvadoreño Jorge «Mágico» González.  

Revelación del mundial de España de 1982 a pesar de que la selección de El Salvador no cosechara ni un punto en sus tres partidos (uno de ellos fue derrota ante la Argentina), Mágico González captó la mirada de grandes equipos como el Atlético de Madrid o el París St. Germanin. Sin embargo, prefirió unirse a un modesto equipo como el Cádiz, en el cual no tardaría en convertirse en leyenda.

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«Me dijeron que Cádiz era la tierra del flamenco, y a mí la música me gusta mucho, en la música veo el futuro. Y me gusta todo lo que puedo posponer hasta mañana. No es solo pereza, se trata de tener la certeza de que mañana todavía estaremos aquí», dice el jugador centroamericano en el libro Mágico González: el genio que quería divertirse (Altamarea, 2019) del escritor y periodista italiano Marco Marsullo. A lo largo de su vida, rechazaría múltiples ofertas para quedarse en esa ciudad y llevar ese estilo de vida.

El jugador salvadoreño que supo cosechar elogios del propio Diego Armando Maradona -de quien fuera casi compañero en el Barcelona en 1984 si no hubiera sido por su falta de disciplina-, da una lección involuntaria sobre la poesía.

«Cuanto relato en este libro es una mezcla de hechos reales con productos de mi fantasía y con anécdotas que me narraron», advierte Marsullo en la nota del autor que precede al libro. A lo largo de sus páginas, esta biografía ficcionalizada va a dar cuenta de cómo Mágico González llevaba hasta el extremo la máxima de todo mago: no exponer sus trucos, ni siquiera a sí mismo. Así, el futbolista salvadoreño que supo cosechar elogios del propio Diego Armando Maradona -de quien fuera casi compañero en el Barcelona en 1984 si no hubiera sido por su falta de disciplina-, da una lección involuntaria sobre la poesía. 

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magico gonzalez

Jorge Mágico González en el Cádiz


«Los mejores futbolistas de la historia han sido siempre imperfectos. Intentaban jugadas que aquellas botas de tela y goma dura ni siquiera podían imaginar, jugadas que aquellos balones (…) no podían ni concebir. Era una cuestión imaginación. De innovación, de hecho«, afirma un Mágico González ya adulto, devenido en taxista en sus tiempos libres para disfrutar la noche de El Salvador, de acuerdo a la reconstrucción de Marsullo. Palabras que tranquilamente sirven para pensar toda experiencia artística: conocer las reglas para romperlas. 

Provocador, digno de un futbolista que utilizaba la camiseta número 11 en vez de la tradicional 10 para pensar que siempre se puede hacer una cosa más, la figura  de un deportista que le escapa al máximo rendimiento para centrarse en el goce del juego parece impensada en los tiempos actuales. Hoy, detrás de cada nombre en una cancha de fútbol llueven estadísticas, números, rendimientos y cotizaciones en millones de euros. La antítesis de este personaje: «Siempre he tenido una idea loca en la cabeza: no me apetecía vivir el fútbol como si fuera un trabajo. Si lo hubiera hecho, habría dejado de ser yo mismo. Solo jugaba para divertirme», señala Mágico González en diálogo con una maquilladora en un estudio de televisión en el libro.

Los mejores futbolistas de la historia han sido siempre imperfectos. Intentaban jugadas que aquellas botas de tela y goma dura ni siquiera podían imaginar, jugadas que aquellos balones (…) no podían ni concebir. Era una cuestión imaginación. De innovación, de hecho», afirma un Mágico González ya adulto, devenido en taxista

Ahora bien, esa vida desordenara no le era gratuito al jugador que se retiró de la actividad profesional a los 42 años en el año 2000. La dirigencia del Cádiz (club del que se despedirá en 1991) le contrató un psicólogo para corregir su conducta errática fuera de la cancha.  El renombrado especialista de origen chino no pudo cambiar el rumbo tomado por González. En la primera sesión, el jugador le dijo en tono serio y con gestos de cansancio:  «Te doy el doble de lo que te paga el club y me dejas tranquilo». Poco después, en la repentina y última sesión, fue en pijama: «Yo no soy un paciente, no estoy loco. Yo solo tengo más sueño que los demás», le hace decir Marsullo a González. 

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Escrita en tono de biografía descontracturada, con pasajes dignos de una novela literaria y con un lenguaje que coquetea con los vicios del periodismo deportivo, Mágico González: el genio que quería divertirse logra traer al presente uno de los últimos mitos de una era en la que los datos no cotizaban tan alto como el oro. Lejos del máximo rendimiento, la vida de este deportista es un elogio a la imperfección y a la libertad, lo cual no le impediría ser considerado en 1999 el mejor jugador salvadoreño de el siglo XX por la La Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol (IFFHS).  Escribe Marsullo: «La estantería de los trofeos estaba vacía. Mejor así: menos cosas a las que quitar el polvo y que ver oxidarse». ¿Por qué no elegir ese camino?


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