Ciudad feminista, de Leslie Kern: deconstruir el patriarcado «escrito en hormigón»

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La planificación de las ciudades y los espacios públicos desde una perspectiva masculina afecta a las mujeres y otras identidades limitando de forma física y simbólica su libertad. En el libro publicado por Ediciones Godot, la geógrafa feminista Leslie Kern mapea estos obstáculos presentes en las metrópolis actuales y propone imaginar las estrategias para una Ciudad Feminista. (Foto: Mitchel Raphael)

Por Tamara Grosso



Crecí en Ciudadela, en el conurbano bonaerense. Mi casa quedaba a dos cuadras del cruce de las Avenidas Presidente Perón y Av República, que todos en la zona llaman “Gaona y Díaz Velez”, por el nombre que tuvieron en otra época o el que tiene la continuación de la calle en una zona más céntrica. Si se las nombra con el nombre que dice en el cartel, nadie del barrio las conoce ni se puede ubicar. El colegio al que fui desde los seis hasta los 18 años quedaba a 10 cuadras, y no estaba en Ciudadela sino en Ramos Mejía. Como quedaba más lejos del colegio que la casa de la mayoría de mis compañeras y compañeros, fui una de las últimas a la que dejaron empezar a volver a su casa caminando sola después de las clases. Y la mayor parte de ellos no iba nunca para ese lado.

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Cuando éramos adolescentes, a la noche salíamos “a Gaona”, es decir, a los bares que estaban en la calle Gaona. Pero en la verdadera, la que quedaba en Ramos y que sí tenía carteles con ese nombre porque sí se llamaba así. Cuando volvíamos a nuestras casas a las 7 de la mañana siguiente, pasaba lo mismo todos los fines de semana: yo “no tenía cómo volver”, porque para conseguir un remís había demora de horas, los colectivos me dejaban casi igual de lejos de mi casa de lo que ya estaba, y no tenía auto (ni hubiera renunciado a tomar alcohol en las salidas para usarlo). Entonces volvía caminando, porque eran 10 cuadras. Mi mamá no lo sabía. Pero mis amigas sí, o se enteraban al día siguiente. Entonces se enojaban mucho, porque me había expuesto al peligro. 

Como dice la geógrafa feminista Jane Darke, a quien Kern retoma, “Nuestras ciudades son el patriarcado escrito en piedra, ladrillo, vidrio y hormigón”

Esas experiencias me marcaron de tal modo que el libro Ciudad Feminista (Ediciones Godot, 2020) de Leslie Kern me toca una fibra por la que solo puedo empezar a hablar de él contando esa experiencia personal. Lo mismo hace Kern: comienza el libro explicando las diferencias entre su experiencia y la de su hermano varón cuando ambos se mudaron de los suburbios a la ciudad, e intercala anécdotas, experiencias personales y su propio mapeo de los territorios que habitó para ejemplificar y argumentar lo que sostiene este ensayo: que, como dice la geógrafa feminista Jane Darke, a quien Kern retoma, “Nuestras ciudades son el patriarcado escrito en piedra, ladrillo, vidrio y hormigón”

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Ciudad Feminista

Ciudad Feminista (Ediciones Godot, 2020), Leslie Kern


En la introducción, “Ciudad de hombres”, Kern, que vivió en Toronto y Londres, pero también en los suburbios de Toronto y en un pueblo pequeño de Canadá en el que da clases hace 10 años, se encarga de poner a la vista los obstáculos invisibilizados que las ciudades deparan a las mujeres: desde la inexistencia de baños públicos limpios y seguros, la distancia entre paradas de colectivo, la escasa iluminación y el acoso callejero, hasta las actitudes con las que debe lidiar si decide sentarse sola en un banco de plaza o en un bar. 

Pero esta es una introducción, y no un primer capítulo: en los siguientes, que son “Ciudad de madres”, “Ciudad de amigas”, “Ciudad de soledad”, “Ciudad de protesta” y “Ciudad del miedo” se dedica no solo a poner en evidencia obstáculos para las mujeres que las ciudades presentan, sino, (sobre todo), a rastrear experiencias de un uso de la ciudad liberador ejercido por ellas, e imaginar cómo sería una ciudad feminista. 

Kern se dedica en el libro no solo a poner en evidencia obstáculos para las mujeres que las ciudades presentan, sino, (sobre todo), a rastrear experiencias de un uso de la ciudad liberador ejercido por ellas, e imaginar cómo sería una ciudad feminista.

Esta apropiación del espacio público por parte de las mujeres ocurre de múltiples formas: ocupándolo con sus hijxs pequeños aunque no se ofrezcan facilidades para cambiarlos y amamantar; usándolo para tomarse un recreo de la familia, en caso de las madres; apropiándose de los lugares “habilitados” para ellas, como centros comerciales, para hacerlos sus espacios de interacción e intimidad con otras mujeres, en “Ciudad de amigas”, y, claro, valiéndose de él para protestar y reclamar sus derechos. 

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El libro, además de argumentos sólidos y reflexiones, ofrece infinidad de datos que vienen de una extensa investigación y arrojan certeza sobre estas necesidades. Por ejemplo, en “Ciudad de amigas” cuenta que cuando el estudio sueco White Arkitekter pidió a un grupo de chicas adolescentes que imaginara y produjera maquetas de espacios públicos, ellas introdujeron “lugares para sentarse juntas cara a cara, al resguardo del viento y el mal tiempo, lugares en los que poder ver sin necesariamente ser vistas, un sentido de intimidad que no sea restrictiva; y, sobre todo, la posibilidad de dejar una huella en la propia ciudad”. Esto contrasta con lo que se suele ofrecer cuando las ciudades piensan en “espacios para la juventud”: pistas de skate, canchas deportivas, espacios de los que se apropian los varones y en los que ellas tienen problemas para ingresar, ser aceptadas y sentirse seguras. 



Otro tema en el que profundiza la autora son las necesidades de las madres en las ciudades: sistemas públicos de transporte que no les generen costos extras por las paradas que deben hacer para dejar a los hijos en múltiples establecimientos y hacer compras en diferentes negocios, por ejemplo, generando un “pink taxi” o impuesto rosa del que no se suele hablar en esos términos.  Recupera también las estrategias que le permiten, tanto a ella como a otras mujeres, hacerse de tiempo en estas ciudades limitantes: por caso, juntarse con otra madre a estudiar y turnarse para mirar a los hijos de a ratos, algo que ella misma hacía con una amiga mientras estudiaba su doctorado, o vivir en comunidades en las que algunxs adultxs salgan a trabajar y otros cuiden a los niñxs, como ocurre en algunas de las experiencias que rastrea. 

Existe una “geografía de la violación” que, junto con las imposiciones a las mujeres que indican cómo deberían vestirse y comportarse para no ser atacadas, les indica por dónde no deberían circular.

Un último tema que atraviesa el libro y se despliega con mayor detalle en el último capítulo es el miedo. En cuanto a la inseguridad que las mujeres sienten al desplazarse y ocupar el espacio en la ciudad, sobre todo de noche o en zonas poco transitadas, Kern se encarga de recordar que todos los estudios sobre el tema coinciden en que el lugar menos seguro para las mujeres, en el que ocurren la mayor parte de las situaciones de violencia y los femicidios, no es la calle sino su propia casa. Y los atacantes en su mayoría no son extraños, sino personas en las que la víctima confía. ¿Por qué, entonces, el miedo -e incluso los reclamos por espacios más seguros para nosotras- suelen estar enfocados en los ataques de desconocidos en la vía pública? 

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Para Kern, esto es parte de la cultura de la violación y los mitos de la violación que contribuyen a reproducirla: existe una “geografía de la violación” que, junto con las imposiciones a las mujeres que indican cómo deberían vestirse y comportarse para no ser atacadas, les indica por dónde no deberían circular. El resultado es, por supuesto, una limitación de su libertad. 

Ante esto, Kern invita a pensar de una manera novedosa: desnaturalizar frases como “Fue una locura, podría haber terminado muerta en una zanja. ¡Qué suerte tuve!”, con esta pregunta: “¿Y si repensáramos esas experiencias como situaciones en las que, tras un procesamiento correcto de toda la información disponible, la decisión que tomamos fue sabia y calculada?” Con esto, aclara, no quiere decir que quienes han sufrido violencia hayan tomado malas decisiones, sino que “Es una lucha entre nuestros instintos y saberes, el condicionamiento social, el miedo de ser demasiado miedosas (o “paranoicas”) y los recuerdos tan corrientes de violencias pasadas. Hay tantos mensajes contradictorios que se vuelve difícil confiar en una misma, incluso en casos en los que hemos tomado buenas decisiones”. 

Kern adopta en todo momento una postura interseccional que incluye a las personas Queer, a las mujeres negras e indígenas, a las personas con discapacidad y a lxs niñxs

El libro, desde el que Kern adopta en todo momento una postura interseccional que incluye a las personas Queer, a las mujeres negras e indígenas, a las personas con discapacidad y a lxs niñxs, traza un mapa de las ciudades existentes y conocidas por la autora y se propone modificarlo para convertirlo en una Ciudad Feminista (la cual, aclara, no necesita ser trazada en un plano para pasar a la realidad, sino comprender las condiciones actuales para comenzar a pensar nuevas posibilidades). 



Si Ciudad Feminista tiene una limitación, es que el foco está puesto en ciudades europeas y norteamericanas con sus características particulares (sus suburbios destinados a la clase media y la familia nuclear; su organización en torno al uso del automóvil y los centros comerciales; y sus problemas de gentrificación y desplazamiento de las clases medias altas a zonas trabajadoras tal y como se dieron en ciudades como Toronto, Londres o Nueva York).

Esto no es necesariamente una falla, sino una invitación a pensar las ciudades de América Latina, la configuración de sus aglomeraciones y sus conurbanos, los transportes públicos llenos hasta impedir el contacto físico constante, sus zonas desde las que no hay “cómo volver”, y los obstáculos que nos representan a las mujeres con esas particularidades. Y a partir de eso, pensar también en las posibilidades y estrategias para desplegar la Ciudad Feminista Latinoamericana. 

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