El caso de Britney Spears: ¿quiénes tienen derecho al descontrol?

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Luego de que la cantante pop Britney Spears declarara ante la Justicia de Estados Unidos sobre los abusos sufridos durante la tutela bajo la que se encuentra desde 2008, el lema #FreeBritney obtuvo aun más repercusión mediática. Maltrato psicológico, medicación, trabajo forzado, prohibiciones sobre su salud sexual y reproductiva son solo algunas de los hechos que declaró por primera vez el pasado mes de junio. ¿Es la rebeldía leída igual para todos los cuerpos? ¿En quiénes un paraguazo a un auto equivale a un exceso y en quiénes a locura y reclusión?



El timbre de una escuela marca el final de una clase. Una adolescente de camisa blanca atada a la cintura, trenzas con pompones rosas y mirada penetrante sale al pasillo, liderando una coreografía que en tan solo unos meses va a dar vueltas el mundo entero. Es 1998 y Baby One More Time, el videoclip que catapultó a Britney Spears a la fama, aparece por primera vez en los televisores, preparando el terreno para el álbum homónimo que hoy en día lleva vendidas más de 32 millones de copias. La cantante de 17 años, oriunda de Louisiana, sur de Estados Unidos, que había hecho su debut en el legendario show El Club de Mickey Mouse, se convirtió así en “la princesa del pop”, heredera de Madonna y creadora de un imperio que desde ese momento no paró de crecer. En la época de las “bandas de chicos”, como Los Backstreet Boys o N’Sync, su figura como solista adolescente cambió las reglas de juego: fue la primera que logró que su debut escalara hasta el puesto Nº1 de los rankings de más de veinte países.

Un ícono como ella, en la cima de su carrera, fenómeno pop inesperado, no podía no atravesar ese momento sin pasar por el escrutinio de los medios, sobre todo, por ser mujer. “Es una paradoja la forma en que la trabaja y en la que se viste”, comentan en un programa de televisión que muestra el mismo documental. “No parece tan inocente”, agregan.

Su ascenso fue vertiginoso: en cuestión de meses reunió multitudes, llenó centros comerciales, estadios, teatros y aceitó las ruedas de una maquinaria desenfrenada. Estaba al frente de un equipo de baile que creció hasta ocupar pisos enteros de hoteles cada vez que viajaba. Era ella quien tomaba las decisiones finales. “Sé sobre todos los contratos y arreglos que voy a hacer, no soy solo una chica que escucha a su manager”, dice en un fragmento de archivo que recupera Framing Britney Spears, el documental producido por The New York Times, estrenado en febrero de 2020. Un ícono como ella, en la cima de su carrera, fenómeno pop inesperado, no podía no atravesar ese momento sin pasar por el escrutinio de los medios, sobre todo, por ser mujer. “Es una paradoja la forma en que la trabaja y en la que se viste”, comentan en un programa de televisión que muestra el mismo documental. “No parece tan inocente”, agregan.

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“Trabajé con todas las bandas de varones de esa época y nadie estuvo bajo la mirada pública de la misma forma que Britney”, dice en un testimonio su antigua estilista y ex directora de moda de la revista Teen People. Basta nombrar como ejemplo la narrativa construida alrededor de su relación con el cantante Justin Timberlake. Mientas duró, las preguntas a Britney por su vida sexual protagonizaban las entrevistas televisivas y las tapas de las revistas. Cuando terminó, los medios mostraron a un Timberlake “destrozado” a quien “le habían roto el corazón” y continuaron repetiéndole a ella la misma fórmula hasta el cansancio: “¿Qué hiciste para causar la separación?”. Era el año 2002, continuaba el apogeo de los paparazzi que tenían a Britney como “la favorita”. Sus fotos se podían vender hasta por un millón de dólares. De esa época, personas cercanas a la cantante recuerda que solía quebrar en llanto y decir “Solo quiero ser normal”.

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Britney Spears

Britney Spears. Imagen del videoclip Baby One More Time


Cuando tuvo a su primer hijo en 2005, la mirada de la prensa se intensificó. El punto de quiebre fue una fotografía que tomaron con Britney conduciendo con su bebé en el regazo. Primera plana en los diarios y discusiones en el prime time que terminaron de coronar la tríada de roles en que las mujeres son encasilladas al menos una vez en su vida: en menos de diez años Britney fue “virgen”, “puta” y “mala madre”. “Están todas estas personas legítimas diciendo ‘eso es peligroso’ y ‘puso a su hijo en riesgo’”, la increpa en ese momento un conductor en una entrevista televisiva. Los medios disfrutaron de su ascenso, pero mucho más de su “caída”. En el año 2007, se rapó la cabeza. “Estoy harta de que todo el mundo me toque”, dijo. Esa fue la oportunidad para que el ojo público le diera el papel que le faltaba: el de la “loca”. El broche de oro no tardó en llegar con la imagen de Britney golpeando con un paraguas el auto de un paparazzi que la acosaba, luego de que su ex marido le negara ver a sus hijos en medio de una batalla legal por su custodia.

El punto de quiebre fue una fotografía que tomaron con Britney conduciendo con su bebé en el regazo. Primera plana en los diarios y discusiones en el prime time que terminaron de coronar la tríada de roles en que las mujeres son encasilladas al menos una vez en su vida: en menos de diez años Britney fue “virgen”, “puta” y “mala madre”.

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Meses después Britney perdió el poder sobre sus decisiones económicas, profesionales, legales y personales. Y así se mantiene su situación desde hace trece años. El término en inglés es conservatorship, la figura usada en el estado de California para referirse a la tutela de una persona que no puede cuidar de sí misma y cede el control de sus asuntos personales y patrimoniales a otra. En el caso de Britney, esta medida empezó siendo temporaria, su familia argumentó que su salud mental estaba en riesgo y que temía que alguien se aprovechara de ella y de su dinero. Pero en octubre de 2008 se volvió permanente: su padre, Jamie Spears, junto con su abogado de ese entonces, Andrew Wallet, fueron nombrado tutores de su patrimonio, valuado en ese momento en 60 millones de dólares. Pero no son solo sus finanzas las que están fuera de su control, es cada aspecto de su vida que es minuciosamente planificado por su padre, su manager y un grupo de abogados que ella misma se encarga de pagar a pesar de que el sistema se sostiene en contra de su voluntad.

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Si hace menos de un siglo la camisa de fuerza era el método preferido ante la «locura», este caso es una muestra de otra clase de opresión y del pasaje del control del sistema médico al jurídico: Britney no tendrá sus brazos inmovilizados, pero la tutela redujo su capacidad de movimiento al mínimo. Ella es la enferma, la que está fuera de control, la que tiene que estar internada, la que ya no encaja en los parámetros de femineidad de la estrella pop de los ’90, la que no cuida de sus hijos y sale de fiesta con las personas equivocadas. Sobran los ejemplos de estrellas masculinas de la industria del espectáculo que protagonizaron episodios que llegaron a las primeras planas, o que atacaron a paparazzis y que hoy continúan manteniendo sus vidas profesionales bajo su poder. Un ejemplo es Robert Downey, que fue detenido en una oportunidad por colarse en la casa de un vecino estando borracho, sacarse la ropa y quedarse dormido en la cama de un niño.  ¿Quiénes tienen entonces permitidos el descontrol, la furia, la rebeldía? ¿En quiénes todo esto es leído como un desliz, hartazgo o exceso y en quiénes como un signo de locura?



Britney Spears

Britney Spears en la residencia de Las Vegas/ Foto: Christopher Polk para Getty Images


La cantante no tardó en volver a los escenarios, en demostrar que todo estaba “bien”, que su vida estaba encaminándose hacia donde el público quería: la estrella de pop perfecta que se mueve eléctricamente en los escenarios. Acompañando su regreso,  MTV produjo en 2008 el documental Ford he record que mostraba su vida durante aquellos primeros meses de la tutela. Allí describe su vida como algo peor que “la cárcel”. “Si hacés algo mal, podés aprender y avanzar, pero es como si yo tuviera que seguir pagando las consecuencias de eso por mucho tiempo”, dice ante las cámaras. Desde ese momento, sacó cuatro álbumes, llevó adelante un tour mundial que recaudo más de 130 millones de dólares, hizo una residencia en Las Vegas que duró cuatro años y fue jurado en el reality show The X Factor. Nunca dejó de trabajar ni de generar dinero para sostener la maquinaria legal que la oprime y al mismo tiempo se beneficia de sus ganancias y de cada una de sus apariciones públicas y de sus shows.

Controlada por enfermeras y personal de seguridad 24/7, sin posibilidad de ver a sus hijos o a su pareja ni de hacer absolutamente nada por fuera de la agenda que otras personas planifican semana a semana, la tutela que empezó por “su bien”, se convirtió en una herramienta de violación sistemática de derechos humanos.

El pasado 24 de junio, la cantante declaró por primera vez en trece años ante la Justicia para solicitar el fin de la tutela. Con voz firme relató la serie de sucesos que hicieron del lema #FreeBritney algo más que lo que empezó como una teoría conspirativa. De acuerdo a su testimonio, cada movimiento que intentó hacer por cuenta propia en los últimos años vino de la mano de amenazas de demanda, maltrato, abuso y medicación. Si se negaba, por ejemplo, a hacer un movimiento de baile, su terapeuta recibía una llamada que decía que no estaba cooperando y que no tomaba la medicación que le había sido prescripta. Cuando dijo que ya no quería dar los conciertos que tenía pautados en Las Vegas, cambiaron sus medicamentos por litio y contrataron enfermeras para monitorearla y controlar que lo tomara. La obligaron a hacer un test psicológico, le dijeron que falló y la enviaron a una casa de rehabilitación que ella misma tuvo que pagar. Le quitaron sus tarjetas, su pasaporte, su auto, su teléfono.

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Controlada por enfermeras y personal de seguridad 24/7, sin posibilidad de ver a sus hijos o a su pareja ni de hacer absolutamente nada por fuera de la agenda que otras personas planifican semana a semana, la tutela que empezó por “su bien”, se convirtió en una herramienta de violación sistemática de derechos humanos. Tampoco le permiten casarse ni tomar decisiones sobre su salud sexual y reproductiva: quiere tener hijos pero le prohibieron quitarse el DIU. De acuerdo a una nota publicada en The New Yorker, todos sus posteos en sus redes sociales también son cuidadosamente controlados por el mismo grupo que se encarga de manejar sus asuntos legales, relaciones públicas, merchandising y licencias de canciones. Siempre tuvo prohibido hablar de la tutela en público o demostrar cualquier clase de desacuerdo o incomodidad con la misma.

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Britney Spears

#FreeBritney. Movimiento en contra de la tutela de Britney Spears/ Foto: Shutterstock


En la audiencia del pasado 24 de junio, Britney tuvo la oportunidad de denunciar la situación de abuso y también de pedir el fin de la tutela sin ser evaluada con anterioridad. Las reglas de esta figura legal suelen dificultar que quien se encuentre bajo la misma pueda salir con facilidad. Hasta ayer se le prohibía incluso tener su propio abogado: desde 2008 se consideraba que era incapaz de contratar a una persona por su «estado mental» y se le había asignado uno elegido por la Corte. Ayer, la jueza le permitió contratar a un representante por su cuenta que tendrá el objetivo de concluir con la tutela, un cambio legal esencial para terminar con el trato abusivo que viene sufriendo hace años. 

Un repaso por el tratamiento mediático de este caso y de muchos otros demuestran que no es lo mismo quién ocupa el espacio púbico, quién tiene derecho al desborde, qué personas son consideradas un peligro o incluso cómo se contempla la salud mental. En 2008, hubo una oportunidad en la que Britney se encerró con su bebé en el baño porque no quería que se lo llevaran a casa de su ex marido según los términos de la custodia. La puerta no tenía llave, pero ese día aparecieron la policía, los bomberos, equipos de noticias y cuatro helicópteros que sobrevolaron su casa. La tiraron al piso, la ataron y la internaron bajó código de emergencia psiquiátrica. Con la cabeza rapada y con un paraguazo Britney dijo «basta», pero también se salió de los parámetros de lo que debería ser la estrella, lo «normal», la madre y la mujer perfecta. Y para las mujeres, las diversidades, los cuerpos que escapan los parámetros, la rebeldía se paga.


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