Un viaje al diario | Turista de mí mismo

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Soy un turista de mí mismo y este es mi momento del amor: el de la espera, el de la soledad. Perdido en mi interior me siento en la estación hasta que llegue un micro con algo de sentido, aunque sea un efecto paliativo de la calma. El viaje, dicen, se sabe cuando empieza, pero no cuando termina.



Cuando el viaje deja de ser novedad y empieza a convertirse en la realidad del día a día, entonces el traslado se da en otra dirección: el turismo interno en el sentido más estricto de la palabra. A casi un mes de haber tomado el avión, la diferencia horaria, las novedades trasatlánticas y la nueva rutina se forjan en un mismo acero que todavía sigue quemando al tacto. ¿Se puede vivir en un constante estado de extrañeza? Mi biografía parecería indicar que la respuesta es: sí. 

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Uno de los pocos libros físicos que me traje conmigo es Elogio del riesgo, de Anne Dufourmantelle. El pensamiento de la filósofa y psicóloga francesa me resultó totalmente iluminador desde la primera vez que la leí. Pero cuando digo iluminador, lo digo en términos de refracción: cuando una luz rebota sobre una superficie y crea otra nueva luz. Hay algo en su manera de ver el riesgo que me pareció oportuno para estos meses en donde ese sentimiento invade todo.

A casi un mes de haber tomado el avión, la diferencia horaria, las novedades trasatlánticas y la nueva rutina se forjan en un mismo acero que todavía sigue quemando al tacto. ¿Se puede vivir en un constante estado de extrañeza?

Escribe Dufourmantelle: «El precio de ser infiel a lo que nos fue, no transmitido por amor sino mandado, psíquica y genealógicamente, so pena de destitución. La prueba iniciática de un segundo nacimiento permanece más que nunca necesaria. Debemos partir, deshacernos de nuestros códigos, nuestras permanencias, nuestro linaje, toda obra tiene este precio. Y todo amor, creo yo».

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Anne Dufourmantelle

Anne Dufourmantelle y su libro Elogio al riesgo (Nocturna Editora)


Cuando ese sentimiento de partida se concreta, es momento de cargar la botella de agua y empezar la excursión hacia el propio cuerpo y sus reacciones, sus estados de ánimo, sus pensamientos inconstantes. Porque el riesgo del viaje interno es que no hay brújula ni Google Maps que pueda socorrernos. Apenas unos libros, unas ideas, unos versos que reboten en la memoria.

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Dufourmantelle va un paso más allá: «Dejar a la familia abre al riesgo del amor. A aquel frío en el corazón. Pues el amor no es un nido calentito ni esa maraña de odio y envidia que forma el entrecruzamiento de ramitas en el que uno busca acurrucarse. No, el amor es helado a veces. Viene con su dosis de irreparable, de heridas, de mordeduras, celos y perdón, espera, soledad; todo lo contrario de lo que se suele llamar amor viene también con el amor».

Porque el riesgo del viaje interno es que no hay brújula ni Google Maps que pueda socorrernos. Apenas unos libros, unas ideas, unos versos que reboten en la memoria.

Este es mi momento del amor: el de la espera, el de la soledad. Perdido en mí mismo, me siento en la estación hasta que llegue un micro con algo de sentido, aunque sea un efecto paliativo de la calma. El viaje, dicen, se sabe cuando empieza, pero no cuando termina. ¿Qué fotos puedo compartir de este turismo interno? Probablemente, todas salgas con el lente sucio, desenfocadas y el escenario mal enfocado. Nadie va a poder ver que detrás de esa cámara, había una cara calma capturando las imágenes.

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