Apuntes sobre la dulzura | Abrazos fantasmas de gol

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En vez de hacer consciente la contradicción que es el fútbol, quise tomar el atajo de anularla. Pero no se pueden adoptar ese tipo de decisiones a la ligera. Ser hincha de un equipo como Vélez, que siempre está a las puertas del éxito pero rara vez lo consigue -como cualquier persona en la vida- alimenta más esa incomodidad Y en los partidos contra River por la Copa Libertadores, todo eso volvió en una abrazo fantasma con mi viejo. 



Uno se esfuerza por definir la puntuación definitiva de su vida, pero el editor del destino suele tener otros planes. Hace años que el fútbol ya no ocupa el lugar que solía ocupar en mi infancia y adolescencia. Un fin de semana, después de una derrota que ya no recuerdo, me dije a mí mismo que ya tenía bastante facilidad para pasarla mal como para agregarle un motivo externo como un resultado de un partido. A eso se le suman cuestiones más obvias: los negocios alrededor del fútbol, las cuestiones turbias en relación a dirigencias y barras, favoritismos por los más poderosos, etc.

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Así, en los últimos años los partidos pasaron a ser un consumo casi ficcional: como quien se sienta a mirar una película, cada minuto de juego puede ser una trama más que interesante, pero que no se prolonga demasiado más en el tiempo ni se hace carne por el resto de la semana. Pero como dice un poema de Vicente Luy, «Inconscientemente vamos por un camino, y conscientemente nos ponemos a buscar otro camino, en vez de hacer consciente el camino por el que vamos».

En los últimos años los partidos pasaron a ser un consumo casi ficcional: como quien se sienta a mirar una película, cada minuto de juego puede ser una trama más que interesante, pero que no se prolonga demasiado más en el tiempo

En vez de hacer consciente la contradicción que es el fútbol, quise tomar el atajo de anularla. Pero no se pueden adoptar ese tipo de decisiones a la ligera. Ser hincha de un equipo como Vélez, que siempre está a las puertas del éxito pero rara vez lo consigue -como cualquier persona en la vida- alimenta más esa incomodidad. Y en los partidos contra River por la Copa Libertadores, todo eso volvió.

Hay unos versos de Silvina Giaganti que dicen: «Los hospitales deben ser/ de los pocos lugares que mantienen/ las luces prendidas las 24 horas. Una forma extraña de esperanza». El insconsciente debe ser el otro lugar con un funcionamiento continuo, porque ni bien terminó el encuentro entre la polémica por el gol anulado por el VAR, me imaginé hablando con mi viejo, sentado a los pies de su cama, analizando el partido.

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Velez

Foto: Vélez


El fútbol fue lo más fuerte que nos unió a mi papá y a mí en los 15 años de relación que tuvimos. ¿De qué otra cosa podían hablar una persona reservada y un niño, preaadolescente, adolescente tardío? Los partidos los veíamos en su pieza o en la mía, bajo un silencio respetuoso como si estuviéramos en un cine. La idea de que lo que veíamos era una ficción, sin embargo, ni circulaba por mi cabeza. Después comentábamos muy brevemente lo sucedido y cada uno volvía a su mundo, tan lejano y cercano al mismo tiempo.

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Cuando mi papá falleció, quedé yo solo sosteniendo esa idea de pasión. En un gesto que no sabría cómo adjetivar, empecé a ser cada vez más fanático: me hice socio, iba a la cancha solo, miraba y sabía todo. Dos años después de la muerte de mi viejo, Vélez entró en una senda ganadora de la mano de Ricardo Gareca que no hacía más que potenciar mi sentimiento: de alguna forma, era mi manera de estar cerca de él, de recordarlo. Ir a la cancha era como leer una carta escrita por mi papá, tal y como escribió Wislawa Szymborska: «Leemos las cartas de los difuntos como impotentes dioses, /pero dioses a fin de cuentas porque conocemos las fechas/ posteriores».

Sin embargo, ahora lo entiendo mejor: nada es tan definitivo. Cuanto terminó el partido en la cancha de River, y después de 15 años, volví a darme un abrazo con mi viejo

Después, lo dicho: el alejamiento de la cancha, el fin de suspender planes para ver los partidos, ya nunca más revisar diariamente los diarios deportivos. Ese paso fue la asunción definitiva del duelo: mi papá había fallecido. Sin embargo, ahora lo entiendo mejor: nada es tan definitivo. Cuanto terminó el partido en la cancha de River, y después de 15 años, volví a darme un abrazo con mi viejo, mejor dicho un abrazo fantasma de gol (o no gol, porque el partido terminó 0 a 0 y pasamos por el resultado 1 a 0 en la ida). Después, él cambió de canal, me dijo que se iba a dormir, y yo volví a mi habitación.

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