Apuntes sobre la dulzura | Roberto Juarroz fue el primero de los Babasónicos

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Tercera entrega de esta columna semanal, en la que se reflexiona sobre el sentimiento que potencia lo invisible. ¿Qué hace que un poema sobreviva en el tiempo? Roberto Juarroz y su Poesía Vertical como un precursor que va a llegar hasta las letras compuestas en su mayoría por Adrián Dargelos (Adrián Rodríguez) en Babasónicos: los estertores del centro de la fiesta. 



Durante toda su vida, Roberto Juarroz escribió poemas que entrarían en su único cuerpo de obra: Poesía Vertical. Algo similar a lo que ocurrió con Antonio Porchia, quien publicó un solo libro llamado Voces, el cual editaba, ampliaba y modificaba en cada nueva edición. No es casualidad que ambos hayan sido amigos y que Juarroz lo reconociera como una influencia.  Después de todo, hay algo de potencia de aforismo en sus versos breves: un aforismo que no cierra el sentido, sino que lo abre, que hurga en el pliego y no en la superficie.

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En un poema dedicado a Octavio Paz, Juarroz escribe: «Cuando ese hombre piensa luz, ilumina,/ cuando piensa muerte, se alisa,/ cuando recuerda a alguien, adquiere sus rasgos,/ cuando cae en sí mismo, se oscurece como un pozo». En esos versos, que bien podrían ser sobre sí mismo, el poeta nacido en Coronel Dorrego en 1925 y fallecido en Temperley en 1997, da en la clave sobre todo proceso artístico: la empatía no como una trampa en la que cae el lector, sino un movimiento en el que el autor se desplaza a un terreno desconocido. 

Cada texto, tome la forma del género que sea, es acercarse a ese pozo oscuro que no se sabe qué profundidad tiene, si nos va a expulsar o absorber del todo. Leer a Juarroz es, ni más ni menos, acercarse a lo insondable.

Escribir es, sin dudas, una tarea que requiere coraje. Por ejemplo, en sus «Consejos sobre el arte de escribir cuentos», el chileno Roberto Bolaño afirmaba que «un cuentista debe ser valiente. Es triste reconocerlo, pero es así». Y la valentía puede residir en acercarse a lo insondable, que como bien escribe Rebecca Solnit en Una guía sobre el arte de perderse, es «esa palabra con la que se designa a las profundidades que no se pueden medir».

Cada texto, tome la forma del género que sea, es acercarse a ese pozo oscuro que no se sabe qué profundidad tiene, si nos va a expulsar o absorber del todo. Leer a Roberto Juarroz es, ni más ni menos, acercarse a lo insondable. Escribe él mismo: «Puede ser que la eternidad no sea otra cosa/ que concentrarse sin alrededores/ en el pensamiento más denso/ y quedarse allí como una planta desierta/ que coloniza para siempre su minúsculo espacio». 

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Roberto Juarroz

Poesía Vertical, de Roberto Juarroz. Una obra escrita en entregas.


En otro poema, quizás uno de los más célebres, expresa: «A veces parece/ que estamos en el centro de la fiesta./ Sin embargo/ en el centro de la fiesta no hay nadie./ En el centro de la fiesta está el vacío.// Pero en el centro del vacío hay otra fiesta». El sábado 4 de diciembre, hubo un centro de la fiesta que se pareció más al vacío insondable que a las fiestas prefabricadas que se venden como diversión: Babasónicos volvió a tocar en la Ciudad de Buenos Aires tras dos años. 

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Con 30 años de historia, la banda oriunda de Lanús sigue siendo esa especie rara avis dentro de esa amplia gama de opciones llamada rock nacional. Y puede que eso sea la clave de su éxito y su supervivencia dentro de un género caído en desgracia. Por fuera de lo transitado, hay en su apuesta algo que permite utilizar elementos poéticos en la composición de sus canciones. Una muestra: » Acurruquémonos, mi amor/ Todo estalla en derredor/ La miseria y su estertor nos mata/ Acurruquémonos, mi amor/ Fulminemos el rencor/ Que sólo sobrevive del pasado». 

Con 30 años de historia, Babasónicos sigue siendo esa especie rara avis dentro de esa amplia gama de opciones llamada rock nacional. Y puede que eso sea la clave de su éxito y su supervivencia dentro de un género caído en desgracia.

Ahora, veamos un fragmento de un poema de Juarroz: «No nos mata un momento,/ sino la falta de un momento./ No nos mata una sombra,/ sino la ausencia aleatoria de una sombra,/ perdida probablemente en un declive/ de esta insensata eternidad despareja». Por fuera de las obligaciones rítmicas y melódicas, que muchas veces son los elementos que dan la potencia a una canción, en las letras de Adrián Rodríguez (conocido como Dárgelos), hay un captura del instante digna de todo poema: la tarea inútil de reflejar una sensación, una misión imposible que Juarroz también emprendió.

El lugar apartado que tuvo históricamente Babasónicos en lo que se piensa como «rock nacional», puede explicarse por la dulzura inherente de su propuesta. Letras que incomodan con su sentido, sonidos que se expanden y evitan el corset de lo predecible, una imagen y postura general apartadas de lo mainstream, pero aprovechando el calor de sus luces. Roberto Juarroz, décadas antes, se había planteado en un poema contundente la pregunta que la banda parece haber podido responder:

Una rosa en el florero,
otra rosa en el cuadro
y otra más todavía en mi pensamiento.

¿Cómo hacer un ramo
con esas tres rosas?
¿O cómo hacer una sola rosa
con las tres?

Una rosa en la vida.
Otra rosa en la muerte.
Y otra más todavía.

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