Osvaldo Bossi: «Escribo para hacer que el mundo que me rodea dure un poco más»

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«Mi idea es que un poeta está escribiendo siempre, aunque no escriba, y un día, de ese trabajo silencioso, surgen los poemas», destaca Osvaldo Bossi en diálogo con La Primera Piedra. El autor nacido en 1960 acaba de publicar Agüita clara (Gog & Magog, 2020), su primer libro luego de que se editara su obra reunida en Única luz del mundo (Caleta Olivia, 2019). La escritura en tiempos de pandemia, el trabajo con las formas y la posibilidad de ver al pasado de manera luminosa.



¿Cómo encarar la escritura después de publicar un libro que recorre toda una obra hasta la actualidad? En un poema de Louis Glück, la reciente ganadora del Premio Nobel, se puede leer lo siguiente: «Pedí lo que siempre pido/ pedí otro poema«. Esa misma fuerza en la búsqueda y la constancia se encuentra en Osvaldo Bossi, quien acaba de publicar Agüita clara apenas un año después de la salida del poemario que abarcaba todos sus títulos anteriores. Al principio del libro, todo queda claro: «Escribir no es hablar, es/ teneder una cuerda/ silenciosa. Es irse a otro// país-ni oscuro ni luminoso-/ lejos. Es morir y resucitar/ al tercer día. Es vivir de otro// modo. Ahora que ya cumplo/ 60, escribo como si/ no hubiera escrito una sola/ palabra nunca». 

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«No fue dramática la transición. Es un libro, en cierto sentido, distinto a los que venía escribiendo», destaca el autor nacido en Buenos Aires en 1960 aLa Primera Piedra. En este poemario se puede encontrar un trabajo más formal en términos de ritmo y métrica por parte de Bossi en comparación con otros de sus títulos. A partir de tercetos y cuartetos flexibles, pero lejos del verso libre, el tallerista de distintas generaciones de poetas contemporáneos parece haber encontrado un potenciador para su escritura: «El verso libre crea una ilusión de verdad, de expresión directa, cuando nada, en poesía, lo es. En cambio, las estrofas, los dísticos, los tercetos, aunque sean abiertos, sin rimas, nos recuerdan que la poesía es otra cosa: un misterioso trabajo con el lenguaje», señala al respecto a esta revista. 

Desde chico, siempre fui alguien muy solitario. Pero igual, extraño los encuentros con los amigos. Aunque la escritura sea un trabajo solitario, un escritor necesita de los demás.

A lo largo de Agüita clara, el lector se encuentra con un niño solitario que mira al mundo con asombro, al mismo tiempo que es guiado por una voz adulta hacia ese pasado iluminado por las luces de la melancolía. La poesía, tanto en su faceta de escritura como de lectura, es la compañía inevitable. Se lee en el primer poema del libro: «¿Para eso escribe, entonces?/ ¿Para estar solo?// ¿O para estar acompañado?/ Si pudiera pasarse la vida/ así, de palabra en palabra»En otros de sus versos, la desconfianza con la idea de la calma queda manifiesta: «Siempre supe que era un tonto./ Que la juventud, la belleza/ no eran para mí». 

Sin embargo, este nuevo libro del autor de Única luz del mundo y coordinador del ciclo de lectura El rayo verde, no cae en los brazos tentadores de la nostalgia ni cubre al mundo de gris. Por el contrario se introduce en el pasado con los ojos bien abiertos, iluminando también los momentos incómodos, sorprendiéndose como ese otro protagonista, el niño Osvaldo Bossi que descubre todo por primera vez con asombro y entusiasmo incluso en un mundo en donde nada tiene demasiado sentido últimamente.

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Osvaldo Bossi

Osvaldo Bossi. Foto: María Ragonese


— La primera pregunta es un poco inevitable: ¿cómo estás atravesando este momento tan excepcional?
— Los primeros meses, me operaron de la vesícula. Luego, con mucho trabajo, por suerte, adaptando los talleres a las nuevas plataformas. Y en soledad. A veces lo segundo pesa, pero se podría decir que estoy acostumbrado. Desde chico, siempre fui alguien muy solitario. Pero igual, extraño los encuentros con los amigos. Aunque la escritura sea un trabajo solitario, un escritor necesita de los demás.

— Muchos autores y autoras me dieron respuestas diferentes respecto a la concentración tanto para leer como para escribir, ¿cómo se dio en tu caso?
La pandemia me encontró escribiendo poesía, así que no fue un impedimento. Lo mismo con la lectura. Leer es un alivio, siempre. Para ambas cosas hay que estar un poco fuera del mundo y este aislamiento obligatorio, al menos en mi caso, me “ayudó”. El problema es todo el dolor y el miedo que gira a nuestro alrededor y que, de una manera u otra, nos toca. De eso sí me cuesta separarme.

Siempre viví un poco fuera de la “normalidad”, nueva o vieja, así que no es algo que me preocupe mucho. La normalidad, quiero decir.

— ¿Sos de pensar en la “nueva normalidad” o el mundo después de esta pandemia?
Siempre viví un poco fuera de la “normalidad”, nueva o vieja, así que no es algo que me preocupe mucho. La normalidad, quiero decir.

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— Ya pasando a Agüita clara, ¿cómo te sentiste al publicar después de la salida de tu obra reunida en Única luz del mundo?
Mientras cerraba la edición de la poesía reunida estaba escribiendo este libro, y otros dos más, que aún permanecen inéditos, así que no fue dramática la transición. Es un libro, en cierto sentido, distinto a los que venía escribiendo. Desde lo temático (la poesía amorosa sigue estando ahí, como una marca, pero cedió su lugar a otros entusiasmos) y desde lo formal. Además, editar con Gog & Magog fue un lujo. Todo fluyó rápida y amorosamente. Así debería ser siempre, ¿no? Por otra parte, no tengo una visión trágica de la escritura. Cuando no pude escribir poesía probé con la narrativa. Y si no, bueno, están los talleres, los amigos, la vida misma… Mi idea es que un poeta está escribiendo siempre, aunque no escriba, y un día, de ese trabajo silencioso, surgen los poemas.

No tengo una visión trágica de la escritura. Cuando no pude escribir poesía probé con la narrativa. Y si no, bueno, están los talleres, los amigos, la vida misma… Mi idea es que un poeta está escribiendo siempre, aunque no escriba, y un día, de ese trabajo silencioso, surgen los poemas.

— En este libro se ve un trabajo con los cortes de versos más estructurado que en otros momentos de tu obra, ¿por qué esa decisión?
Es un trabajo con el ritmo y con la forma. Cada vez soy más consciente de que la poesía es artificio y con el tiempo, en lugar de simular esta condición, la fui acentuando. El verso libre crea una ilusión de verdad, de expresión directa, cuando nada, en poesía, lo es. En cambio, las estrofas, los dísticos, los tercetos, aunque sean abiertos, sin rimas, nos recuerdan que la poesía es otra cosa: un misterioso trabajo con el lenguaje. Desde ahí, creo, la emoción surge más libremente, sin las ataduras del sentido. No se puede jugar al tenis sin red, decía (Robert) Frost. Bueno, con la poesía ocurre lo mismo. Sin forma, sin red, no hay poema. No sé si hace falta aclarar, pero por las dudas: en poesía, la forma es todo. Si un poema no encuentra su forma, no hay poema. Hay cualquier otra cosa menos poesía. Pero también este libro, me gustaría decirlo, es un homenaje a mi infancia. A las infancias aparentemente débiles que tuvieron que soportar toda clase de prepotencias. De hecho, ese niño, de alguna manera, llegó hasta acá, hasta este libro, y su fotografía cubre -por eso mismo- toda la tapa, como debe ser, ya que, sin lugar a dudas, es ese niño, y no yo, el que escribe los poemas.

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Osvaldo Bossi

Agüita clara (Gog & Magog, 2020), de Osvaldo Bossi


— Es interesante que la contratapa esté escrita por Washington Atencio, un poeta más joven que vos. Eso no es algo que se vea muy a menudo, ¿qué te atrae de la escritura de las nuevas generaciones?
—  Su manera de ver el mundo y su relación, un poco desacartonada, con las palabras. Además, estoy muy en contacto con las nuevas escrituras, a través de los talleres, lo cual mantiene atento mi oído a las nuevas propuestas y todo lo que se escribe ahora me atrae y asombra. El otro oído, digamos, lo dejo para la tradición, para los grandes poemas que se escribieron y que, de un modo un otro, están en mí y me inspiran. Lo de Was se dio naturalmente. Leí algunos poemas suyos, me gustaron mucho, luego intercambiamos aquí y allá algunos mensajes, y luego pensé que ser leído por él, por un poeta talentoso como él, que está en sus comienzos, era lo mejor que le podía pasar a mi poesía.

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— En el libro hay una voz que coquetea con el adulto que recuerda y con un niño con un tono mayor al de su edad, algo que también aparece en otros poemas tuyos. ¿Eso es algo que te sucede en la vida diaria?
Me temo que sí, sólo que en la poesía estas voces se potencian. La voz del niño, la voz inocente del poeta, y la voz del final, ya que acabo de cumplir 60 años y ese hecho me deja un poco estupefacto. Pero no mudo. Por suerte, todo se vuelve -para el yo lírico- tema de poesía. Además, siento que esta especie de fábula que estoy escribiendo cierra perfectamente. Tanto el principio como el final. Aunque se trate, por ahora, de un final imaginario. Me gusta escribir. Me gusta escribir sobre todo poesía, donde cualquier cosa se vuelve posible. Al fin de cuentas, la escritura de poemas es el espacio donde se juntan, por única vez, como diría Luis Cernuda, realidad y deseo. Es decir, donde sucede tanto lo posible como lo imposible. ¿Cómo no sentirse atraído por un lenguaje así? Después, en la vida… Bueno, cualquiera lo sabe: las cosas se complican.

Me gusta escribir. Me gusta escribir sobre todo poesía, donde cualquier cosa se vuelve posible. Al fin de cuentas, la escritura de poemas es el espacio donde se juntan, por única vez, como diría Luis Cernuda, realidad y deseo.

— A lo largo de estos poemas hay una evocación melancólica, aunque no cae en la nostalgia. Recuerdo a Diana Bellessi que sostiene que “la melancolía es un filo para ver el mundo”. ¿Cómo trabajás con ella?
Me gusta esa frase de Diana, y coincido. De hecho, su mirada lírica es un poco la mía también. Ese filo, esa cornisa, esa tensión entre la vida y la muerte, entre lo que dura y ya está condenado a perecer. Ese amor, cómo decirlo, incansable, por la belleza. A veces creo que escribo para hacer que el mundo que me rodea, tan pequeño aparentemente, dure un poco más. Sobre todo los muchachos barriobajeros y hermosos que habitan mis poemas, duren un poco más. Ojalá lo consiga. En este sentido, la melancolía, bien mirada, es una especie de alegría arrasadora… Difícil de soportar.

— También figura una clara presencia de la temática familiar, aunque intercalada con la metapoesía, esos poemas en donde hablas del amor a la escritura. ¿Qué conexión ves entre ambos tópicos?
Mi mamá siempre se quejaba de que no escribía sobre ella. Ahora que no está, que murió, los poemas empiezan a brotar como hojas de un árbol. ¿No hubiera sido mejor que no le escribiera nunca? Tan cerca estaba ella de mí… Bueno, ahora ahí están los poemas y ella no está. La escritura, en cambio, es la gran presencia. Pase lo que pase, lo único que tengo, lo único verdadero (al menos hasta ahora). Todo lo demás, va y viene. Pero si escribo, si tengo un espacio de escritura al que volver, estoy a salvo. O casi a salvo… La escritura no compensa nada, y lo que no está, no está… Así de simple. De eso da cuenta, si no me equivoco, Única luz del mundo. No de mi vida, si no de una vida atravesada por la poesía.

Si no lo ganó Borges, el Nobel ya no tiene ninguna relevancia para mí. La única manera de que se me pase ese escepticismo es que lo gane una poeta como Diana Bellessi.

—  Por último, ¿cómo recibiste el nobel a una poeta como Louise Glück?
Si no lo ganó Borges, el Nobel ya no tiene ninguna relevancia para mí. La única manera de que se me pase ese escepticismo es que lo gane una poeta como Diana Bellessi. Borges o Diana. Todo lo demás es más o menos lo mismo. Pero si la ganara Diana, bueno, entonces volvería a creer. La Gluck… Demasiado intelectual para mi gusto. Como diría Tita Merello: «¡Qué Antártida!» No, su poesía no me conmueve en absoluto. Una lástima. Es una limitación mía, desde luego. Espero no se ofendan sus admiradores que, por lo pude leer en las redes, son legión.

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