«Pariente», un relato de Sylvia Molloy

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En Varia imaginación (Eterna Cadencia, 2022), Sylvia Molloy traza con sutileza y potencia el recorrido de una vida a través de recuerdos azarosos que se mantienen en la memoria aunque siempre factibles de ser deformados por los sentimientos y la literatura. Son las escenas nimias, las anécdotas, los gestos fugaces, los que muchas veces terminan el bordado de una vida. A continuación, el relato «Pariente» que integra este libro. 



A menudo recurro a los buscadores electrónicos, menos para informarme que para encontrar algún detalle interesante, algún chisme. De chica, hacía lo mismo con la guía telefónica. Buscaba el apellido de mi padre para ver quién más, en Buenos Aires, lo llevaba: la tarea era ingrata, ya que el apellido, común en Irlanda, era raro en la Argentina. También buscaba el apellido de soltera de mi madre, que sí tenía parientes, y encontraba a sus hermanos, mis tíos, y a veces a mis primos. Buscaba luego apellidos de chicas del colegio, sobre todo esas chicas de quienes yo no era amiga y a quienes secretamente envidiaba, para ver cómo se llamaban los padres, dónde vivían. Aprendía de memoria los números de teléfono de mis favoritas, a veces, en presencia de alguna, mencionaba el nombre de la calle en que vivía, pongamos Juncal entre Rodríguez Peña y Montevideo, para ver si reaccionaba.

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Cuando descubrí la posibilidad de usar los buscadores electrónicos recuperé aquella curiosidad, el placer vicario de espiar al otro. Busqué de nuevo apellidos de familia, esta vez con menos éxito ya que, por los dos lados, quedan pocos parientes y, hay que decirlo, no son famosos. La guía era una agrupación democrática: para figurar en ella bastaba tener teléfono, lo cual fuera acaso un pequeño lujo en la Argentina de entonces, pero un lujo compartido por unos cuantos. En cambio, el buscador solo suministra nombres que son noticia. Bajo el apellido paterno encontré algunos atletas, el nombre de un college en el estado de Nueva York, y me encontré a mí misma. Bajo el materno encontré referencias francesas. Había varias entradas sobre funcionarios, médicos, glorias locales del sur de Francia, país de donde habían partido mis abuelos cuando emigraron a la Argentina. Sí encontré dos entradas en la Argentina, una referida a una mujer que se ha destacado en no sé cuál ciencia exacta, acaso parienta mía, acaso hija de un primo. La otra entrada es menos innocua. Es una lista publicada por una de las agrupaciones de parientes de los desaparecidos que nombra a secuestradores, torturadores y demás cómplices del régimen de terror. Al recorrer la lista aparece el apellido materno, subrayado, y reconozco el nombre de un primo que ocupó un puesto prominente en una provincia durante la dictadura.

Lo recuerdo poco. Recuerdo, sí, el desprecio que le tenía mi madre porque era, decía ella, peronista, y luego se corregía y decía no, es un nazi, y es peronista porque es nazi, para eso le sirvió el Liceo Militar. Durante la guerra, agregaba mi madre, solo les hablaban de las hazañas del Eje, no les decían nada de las victorias aliadas. Ese primo era bastante mayor que yo y lo habré visto dos o tres veces en mi vida, en algún cumpleaños, vestido de uniforme. No lo reconocería.

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Una de esas veces fue, precisamente, en el entierro de mi madre. Después de un responso hubo que presentar documentos y autorizar la cremación. Firmé yo, hacía falta una segunda firma, apareció mi primo, me recordó quién era, y luego, con serena autoridad, como pariente responsable, se dispuso a firmar. No me atreví a decirle que no, aunque sé que era lo último que hubiera querido mi madre.

He vuelto varias veces a esa entrada en el buscador, como queriendo arrancarle más datos, alguna explicación. Hace poco, no sé qué me llevó a comentarle a alguien mi descubrimiento. Me miró azorado y me sentí contaminada, culpable. Intenté poner distancia: No me trato con él, dije, pero no sé si me creyó.

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Sylvia Molloy

Varia Imaginación (Eterna Cadencia, 2022), de Sylvia Molloy

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