Apuntes sobre la dulzura | La memoria de un cuerpo colectivo

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El pasado 24 de marzo no fue una fecha cualquiera: un cuerpo colectivo volvió a marchar por la búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia. Ante el avance de un negacionismo y discursos vacíos, una respuesta sensible. ¿Qué pasa cuando un recuerdo se materializa físicamente?



Después de dos años de pandemia, la Plaza de Mayo volvió a llenarse con consignas que buscan recordar la importancia y la vigencia de los Derechos Humanos en Argentina. A 46 años del comienzo de la Dictadura Cívico-Militar, las cuentas pendientes siguen siendo varias: la condena a los cómplices económicos y civiles del terrorismo de Estado, poner en el centro del debate el rol de la cúpula eclesiástica durante los años más oscuros, la apertura de los archivos secretos del periodo 1974 y 1983.

Frente a esos reclamos históricos y urgentes al mismo tiempo, este año se pudo ver con mayor énfasis que en ocasiones anteriores un discurso proveniente de distintos sectores que no solo banaliza el terrorismo de Estado, sino que vacía de sentido toda discusión. El apropiamiento de la consigna «Memoria, Verdad  y Justicia» para colocarla en discusiones actuales es un argumento que piensa más en la velocidad de las redes sociales que en la lenta construcción de una identidad nacional.  La profundidad, mientras tanto, brilla por su ausencia.

El apropiamiento de la consigna «Memoria, Verdad  y Justicia» para colocarla en discusiones actuales es un argumento que piensa más en la velocidad de las redes sociales que en la lenta construcción de una identidad nacional.  La profundidad, mientras tanto, brilla por su ausencia.

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«Somos la fuerza de las luchas que nacieron en esta Patria para que sea justa. libre y solidaria. Somos la identidad de un pueblo que sigue construyendo Memoria, Verdad y Justicia, que defiende la soberanía e independencia. No vamos a permitir ningún daño a la democracia. Desde que la recuperamos, este pueblo la cuida para siempre», leyó Taty Almeida hacia el final del documento de los Organismos de Derechos Humanos ante un cuerpo social que volvió a ocupar el espacio público.

Sin embargo, la palabra democracia está asociada al libre mercado desde la llegada -contradictoriamente- de la dictadura. Y en los últimos años, la idea de libertad frente a las medidas sanitarias para frenar la pandemia de Covid-19 muchas veces se medía en la capacidad de consumir o acceder a determinados bienes  y servicios, por fuera de todo debate por la calidad de vida de un pueblo.

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cuerpo colectivo

Un cuerpo colectivo marchando en las calles. Foto: Joaquín Salguero / Página 12.


Volver a la Plaza de Mayo, empapelar la ciudad con carteles y banderas de los 30.400 desparecidxs por la dictadura cívico-militar, fue un gesto que no podía esperar más. El cuerpo colectivo recuperó la memoria, los músculos se despertaron y reaccionaron ante un adormecimiento general. La banalización del terrorismo de Estado gana lugar en la agenda: basta con ver los tweets de muchos periodistas en las vísperas y en la jornada del 24 de marzo.

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También es una señal ver el silencio de muchos referentes ante esta fecha: políticos que no dicen nada respecto a la última dictadura cívico militar, figuras públicas que no ven en sentar postura ante los crímenes de lesa humanidad una actitud que les de likes.

Volver a la Plaza de Mayo, empapelar la ciudad con carteles y banderas de los 30.400 desparecidxs por la dictadura cívico-militar, fue un gesto que no podía esperar más. El cuerpo colectivo recuperó la memoria, los músculos se despertaron y reaccionaron ante un adormecimiento general.

Frente a eso, un cuerpo colectivo que se despereza y vuelve a conectarse con el entorno, con las demás personas.  Así lo reflejó el comienzo del documento leído: «A 46 años del golpe genocida, y luego de dos años de cuidar y cuidarnos, volvemos a marchar a la Plaza de Mayo, nuestra Plaza, como se está haciendo hoy a lo largo y ancho del país. Una vez más, llegamos con las fotos de quienes fueron víctimas del genocidio. Sus ausencias nos siguen doliendo, pero traemos en alto sus banderas, sus rostros, sus nombres, sus historias, sus vidas y militancias, y los hacemos presentes».

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La dulzura de la militancia, de la convicción, de recordar que ante las soluciones individualistas también hay una identidad general que abraza y reconforta cuando los mercados brillan por su ausencia. Volver a la Plaza es volver a un país, a su construcción, a su reconstrucción, a los momentos pasados cuando nada de esta distopía llamada presente era real y los corazones cantaban otras melodías. En volver a ser eso, también, estamos.  Después de todo, como afirma un poema de Roberto Santoro, poeta secuestrado y desaparecido el 1 de junio de 1977, «El corazón que no canta /no ejerce su oficio con altura».


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