Fabián Casas: «La enfermedad más grande que tenemos es el capitalismo desaforado»

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Uno de los autores contemporáneos más leídos acaba de editar Una serie de relatos desafortunados (Eloísa Cartonera, 2020), que reúne cuentos inéditos que por distintas razones habían sido descartados de sus libros. «Yo no escribo y publico inmediatamente», señala en diálogo con La Primera Piedra. Momento productivo en relación a la literatura, proyectos próximos y una mirada crítica con la realidad. «En el orden de cosas terribles que viví, vienen primero la dictadura, después el macrismo y en tercer lugar esto» , afirma sobre la pandemia. 



Desde la aparición de Tuca, ese breve poemario de 1990, cada nuevo libro de Fabián Casas genera una suerte de pequeño sismo en el mundo editorial, sin importar las condiciones en los que estos salgan a la luz. Ya sea desde un sello de poesía, uno de los grandes grupos editoriales o desde una editorial autogestiva como Eloísa Cartonera, los libros del autor nacido en Boedo en 1965 se encuentran con los lectores de todas maneras. Este es el caso de Una serie de relatos desafortunados, título que agrupa cinco cuentos que fueron dejados de lado por el propio autor a la hora de ser considerados para su publicación hasta que el proyecto fundado por Washington Cucurto en 2001 los acaba de editar y que se puede conseguir haciendo clic en este enlace.

En el prólogo del libro, Fabián Casas destaca que «son relatos que, por algún motivo, no funcaron». Sin embargo, reconoce que la literatura es un terreno inestable y que nada está escrito en piedra.  «Me di cuenta con el paso del tiempo de que la literatura es algo inestable, nunca podés afirmar algo porque aparece el escritor que te contrapone. En general, una de las posibilidades es dejar un texto hasta que deje de aparecer la voz personal y aparezca la voz extraña, me parece importante», destaca en diálogo con La Primera Piedra. 

«¿Qué sería la nueva normalidad? Hay un montón de personas que son pobres hace mucho tiempo y que la pasan muy mal y que la pandemia no solo no les cambió nada, sino que le aceleró todo eso. Para ellos no hay una nueva normalidad, están siempre en el infierno»

En relación a la pandemia de Covid-19 que atraviesa el mundo y que en Argentina parece no dar tregua, el aislamiento social preventivo y obligatorio lo encuentra al autor en un momento productivo de escritura, en el que pudo cerrar antiguos proyectos y dar vida a otros nuevos, pasando por diferentes géneros: la novela, el guión de cine, una obra de teatro e incluso un libro de poesía. Ahora bien, al igual que sucedió con Una serie desafortunada de relatos, Casas subraya que nunca escribe para publicar: «A mí siempre me pasa eso de escribir cosas y que vayan quedando, yo no escribo y publico inmediatamente. Hay cuentos de Los Lemmings que estuvieron 10 años hasta que se editaron»

Además, el escritor de la novela Ocio mira de manera crítica a la actualidad, tanto en su faceta macro como micro. Lejano al mundo digital, una cuenta de instagram con su nombre es llevada adelante por su manager para difundir sus textos y novedades, así como sus talleres de escritura y lectura se vieron paralizados por la pandemia y la imposibilidad de reunirse de manera presencial. Pese a eso, un grupo de asistentes a sus clases decidió enviarle dinero de todas formas y ver una manera de retomar el contacto a través de las plataformas como zoom. Respecto al nivel social, Casas no se anda con medias tintas y se distancia de muchos de los debates que estuvieron circulando dentro del campo literario: «El único debate que a mí me interesa es sobre qué pasa con las personas en la calle que no tienen para comer, como vamos a trabajar en contra del capitalismo, cosas muy concretas».

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«Habría que pensar en una lógica de más compromiso con el otro»

—La primera pregunta es medio inevitable, ¿cómo vas llevando la pandemia?
— La verdad que los días que estoy con mis hijos la paso súper bien, porque es algo muy intenso para mí. Por ejemplo, ahora mientras hablo con vos tengo a Julián acá pidiéndome cosas. Supongo que no hay una forma de llevar la pandemia, sino que hay múltiples maneras: ya pasó un montón de tiempo y también a las personas les pasaron diferentes cosas. A mí se me murió mi papá, tenía 92 años y se murió de viejito, y fue algo muy conmovedor para lo bueno y lo malo. Estuvimos ahí con mis hermanos acompañándonos, haciendo de enfermeros y cocineros hasta que lo internaron. Todo esto en medio de la pandemia, lo que me hizo sacar un permiso especial. En ese tiempo, unos dos meses, no pude ver a mis hijos y eso me afectó, porque una de las cosas que más me interesa ahora es estar con mis nenes y hacer cosas con ellos. Después, en términos de escritura fue muy productivo.

Hablando con diferentes autores y autoras, hay respuestas bastante diferentes respecto a la posibilidad de concentración tanto para la lectura como para la escritura.
– Sí, yo primero me concentré en cosas que tenía que ejecutar. La verdad es que leí muchísimo y también escribí, si bien no escribo todos los días. Terminé una novela que estaba paralizada, que había escrito en forma de guión para Lisandro Alonso y ahora es una novela más extensa, que es algo que yo no suelo hacer, además del ambiente de la historia: una especie de época previa a la colonia, pre civilizatoria, no se entiende nada… También encontré estos cuentos que forman Una serie de relatos desafortunados y que publicó Eloísa Cartonera. Eso surgió a partir de una invitación a publicar en una revista por parte de Osvaldo Aguirre y la plata era buena, más o menos dos expensas. De hecho, ayer encontré un cuento más, uno de los primeros que escribí en 1992, que tenía adjuntada una carta a mi viejo, rarísimo. Estuve leyendo y traduciendo poesía, escribí una obra de teatro que se llama «Los teresos», que prácticamente la escribí en la cuarentena, una película con Luis Ortega. También terminé un libro de poesía con poemas míos que fueron quedando afuera de los libros desde finales de los 80’s en adelante, junto a una extensión a los poemas que hacen las veces de una autobiografía. Bastantes cosas en esos términos, además de poder mudarme a una casa más grande para pasar más tiempo con mis hijos.

Independientemente de la pandemia, habría que pensar en una lógica de más compromiso con el otro, la enfermedad más grande que tenemos es el capitalismo desaforado, no es el virus. El virus, o lo que nos suceda, viene exacerbado por ese mal.

¿Sos de pensar en el futuro o eso que se llama «nueva normalidad» después de la pandemia?
— Sí, cuando estaba en la dictadura militar pensaba en qué estaba pasando y qué había que hacer con eso, lo mismo cuando llegó la democracia. Ahora hay un montón de opciones para pensar: tomar lo que nos está pasando y ver qué vas a hacer con eso cuando se encuentre la vacuna, además de cosas que tienen que ver la salud, la deforestación, con esos factores que hacen que aparezcan virus como estos. Después, ¿qué sería la nueva normalidad? Hay un montón de personas que son pobres hace mucho tiempo y que la pasan muy mal y que la pandemia no solo no les cambió nada, sino que le aceleró todo eso. Para ellos no hay una nueva normalidad, están siempre en el infierno. Abre para pensar muchas cosas: quién es esencial, por qué. Por ejemplo, por qué el programa de Juanita Viale es esencial y a otras personas las detiene la policía por salir a caminar a la esquina. Independientemente de la pandemia, habría que pensar en una lógica de más compromiso con el otro, la enfermedad más grande que tenemos es el capitalismo desaforado, no es el virus. El virus, o lo que nos suceda, viene exacerbado por ese mal.

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Fabian Casas

Una serie de relatos desafortunados (Eloísa Cartonera, 2020), de Fabián Casas


Fabián Casas, un personaje inestable

— Ya pasando a Una serie de relatos desafortunados, estaba pensando que César Aira acaba de publicar Lugones (Blatt & Ríos, 2020), novela escrita en 1990 y que él mismo había descartado. Es similar a lo que ocurre con estos cuentos o con lo que me mencionabas recién con los poemas, ¿cómo puede cambiar el criterio de un autor para decidir publicar algo?
— No sé cómo habrá sido lo de Aira, pero en el prólogo del libro comento brevemente por qué no fui publicando cada relato. A mí siempre me pasa eso de escribir cosas y que vayan quedando, yo no escribo y publico inmediatamente. Hay cuentos de Los Lemmings que estuvieron 10 años hasta que se editaron. Titanes del Coco fue una novela que llevó seis años y tomó su forma final recién cerca del fin del proceso. Siempre trabajé de la misma manera, lo que cambio fue lo que sucede afuera, que es esta pandemia. Sin embargo yo viví algo peor, que fue la dictadura militar. Y en el orden de cosas terribles que viví, vienen primer la dictadura, después el macrismo y en tercer lugar esto.

— En el prólogo del libro mencionás que antes solías tener una tendencia al aislamiento para escribir, y ahora es todo lo contrario, algo que se puede ver en tu producción con la presencia de los hijos. ¿De qué manera se fue dando ese cambio?
— Tenía una idea romántica de que para ser escritor no tenías que tener hijos, vivir aislado o tener una vida más solitaria, pero después la vida me fue demostrando lo contrario. Ahora disfruto de estar con amigos, de pensar a la literatura como algo colectivo, y eso es muy inspirador. Cuando uno tiene hijos, se produce algo que es muy intenso y te hace trabajar en contra de tu egoismo, porque te ocupás menos de vos mismo. Físicamente quedás desgastado, además, pero nunca podría decir que no pude escribir por eso. Tenía ideas previas que, como te pasa con cualquier cosa de la vida, después te das cuenta de que estabas equivocado, porque uno es un personaje inestable.

«Siempre trabajé de la misma manera, lo que cambio fue lo que sucede afuera, que es esta pandemia. Sin embargo yo viví algo peor, que fue la dictadura militar. Y en el orden de cosas terribles que viví, vienen primer la dictadura, después el macrismo y en tercer lugar esto».

— Sí, también se ve en tu escritura la presencia de ellos como personajes, así como de otras personas cercanas a vos, algo similar a lo que se puede encontrar en los poemas de Laura Wittner por ejemplo.
Claro, Laura tiene un montón de poemas que son espectaculares, hermosos. Trabaja con esa cotidianidad que está buenísima, que tiene cosas como metafísicas. «Por qué si me postran mil veces me levanto» es un poema increíble, sobre por qué se levanta todos los días.

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— En ese sentido, en estas semanas estuvo en boga el debate en determinados círculos de escritores y escritoras acerca de literatura realista o más intimista y literatura de género fantástico, terror o ciencia ficción, por el concurso del Fondo Nacional de las Artes. ¿Estuviste al tanto de eso?
— No, lo sé muy por arriba pero el único debate que a mí me interesa es sobre qué pasa con las personas en la calle que no tienen para comer, como vamos a trabajar en contra del capitalismo, cosas muy concretas. Me interesan esos debates la verdad, todo lo otro no me interesa.



Fabian Casas

Fabián Casas


— En el mismo texto introductorio de Una serie de relatos desafortunados señalás que «dejar macerar un cuento hasta que lo personal se diluya, puede ser una buena estrategia» a la hora de escribir. Es algo que se puede aplicar a cualquier género literario, ¿no?
Total, a todo. Me di cuenta con el paso del tiempo de que la literatura es algo inestable, nunca podés afirmar algo porque aparece el escritor que te contrapone. En general, una de las posibilidades es dejar un texto hasta que deje de aparecer la voz personal y aparezca la voz extraña, me parece importante.

— En esa noción de «La voz extraña», que describís en ese ensayo tan leído tuyo, es interesante pensar que de todas formas es la voz de uno, pero esa voz a la que no le damos espacio.
Sí, lo que yo interpreto es que uno logra abrir un canal a una voz que no le pertenece. El trabajo que hace uno es justamente el de abrir ese canal, la singularidad es cómo lo haga cada uno y que se va a ver reflejado en el relato. Vos limpiás tu canal, a través de él se expresa algo que no te pertenece. Pero de la forma que limpies ese canal va a estar atravesado por tu experiencia personal.

Me di cuenta con el paso del tiempo de que la literatura es algo inestable, nunca podés afirmar algo porque aparece el escritor que te contrapone.

— En estos cuentos retomás elementos que utilizás para otros textos tuyos, ya sean narrativos, ensayísticos o poéticos, ¿cómo se da en vos ese trabajo de agarrar el mismo material y escribir diferentes cosas?
Siempre hay cosas que vas escribiendo y que las vas pasando a distintos tipos de registros, que las tenés ahí a mano. Son pequeñas estructuras que te sirven para utilizarlas en otros lugares. Es un trabajo como el de un soldador de formas, independientemente del contenido. Por ejemplo, el cuento «El resplandor» que Fogwill siempre me decía que publicara en Los Lemmings y yo al final decidí no hacerlo, pero la estructura de ese cuento, de hablar de los casamientos, también me sirvió para un capítulo de Titanes del Coco.

— Eso también se ve a lo largo de tu obra, cuando uno empieza a leerla en profundidad y a releerla, empieza a haber algunos links entre diferentes textos.
Sí, estoy pensando ahora de manera muy rápida en la vida de alguien muy importante para mí como es mi primo, que es como mi hermano mayor. Tengo un poema que se llama «Ezeiza», un cuento que se llama «La mortificación ordinaria» y un ensayo -«Abbey Road»- que es sobre la pieza de él. Es decir, con una misma persona, una misma situación, una misma pulsión vital, hice tres diferentes formas.

— El desafío del escritor ahí es cambiar la perspectiva, ¿no?
Sí, es como estar encerrado con un solo juguete y lo vas cambiando de lugar. Por momentos la luz del día da en un lugar y genera algunas sombras, después cambia y genera otras formas.



«¿Para qué vas a robar un quiosco si podés robar un banco?»

— Algo que no se suele ver mucho es que en el prólogo del libro sos muy generoso al mencionar las influencias en cada cuento. Ahí retomás esta frase que te dijo Juan Sosé Saer: «¿Para qué vas a robar un quiosco si podés robar un banco?». Me hizo acordar a algo que siempre repite Charly García: el que le roba a uno a un ladrón, el que le roba a todos es un genio.
— Sobre todo es una posición que yo tengo muy en contra de la originalidad, que es de lo que intenté hablar cuando abrí el FILBA el año pasado. La originalidad no me parece un valor muy importante, porque uno puede a través de otras voces construir algo que esté atravesado por lo propio. No es algo que me desvela, es algo improductivo, muchas personas pierden tiempo en eso.

Sobre todo es una posición que yo tengo muy en contra de la originalidad, que es de lo que intenté hablar cuando abrí el FILBA el año pasado. La originalidad no me parece un valor muy importante, porque uno puede a través de otras voces construir algo que esté atravesado por lo propio.

— Tanto en estos cuentos como en tu obra se nota que sos un lector omnívoro, que podés nutrirte de tanto de la lectura como de la cultura popular, la filosofía, la vida cotidiana.
Como todo el mundo, tengo múltiples intereses y crecí en una familia popular. Lo popular nunca estuvo en contradicción con la cultura. No existe la cultura alta y la cultura baja, es la cultura. Eso siempre fue claro para mí. En la pieza de mi primo que te mencioné antes de mezclaba todo: El Corto Maltés, Abbey Road, El Anticristo de Nietszche, folletos peronistas de las unidades básicas. Éramos personas muy humildes y populares.

— Por último, ¿qué pensás que se va a encontrar lector de tu obra con este libro y qué sentimientos te quedaron a vos tras encontrarte con cosa escritas hace más de 20 años?
El sentimiento primero fue de gran alegría, porque pude ayudar a Eloísa Cartonera a sacar un libro en este momento donde las cosas no funcionan y el libro se está vendiendo sin parar y están súper contentos. Eso me dio mucha felicidad, que haya lectores que les interese lo que escribo para mí es un gran honor. Además, que sea para apoyar una causa como la de ellos, que es algo que yo apoyo desde sus principios en el 2001, todo es ganancia en el sentido espiritual y también material. Después, tanto estos cuentos como Los diarios de la edad del pavo, pensé que nunca los iba a publicar. A estos cuentos, mientras los tecleaba en la computadora, me encontraba de vuelta en qué situaciones de mi vida me encontraba yo cuando los escribí. Quizás tenga que ver con estas situación que estamos viviendo, pero me sentí acompañado por esas personas que yo fui y me resultó muy gratificante.

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