Cinco poemas feministas para un nuevo 8M

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Llega un nuevo Paro Internacional de Mujeres y Disidencias, una nueva jornada de lucha para alzar la voz contra las desigualdades, y que este año se reitera con foco en violencias que se hicieron aún más evidentes a partir del contexto de pandemia. A continuación, una selección de poemas para pensar la lucha desde distintos frentes. (Foto: Nadia Díaz)



Quién dijo que era fácil – Audre Lorde (1934 – 1992)

Tiene tantas raíces el árbol de la rabia
que a veces las ramas se quiebran
antes de dar frutos.

Sentadas en Nedicks
las mujeres se juntan antes de marchar,
hablan sobre las chicas problemáticas
que contratan para ser libres.
Un empleado casi blanco ignora
a un hermano que espera para atenderlas primero
y las damas no se dan cuenta ni rechazan
los pequeños placeres de su esclavitud.

Pero yo que estoy limitada por mi espejo
como por mi cama
veo la causa en el color
como también en el sexo.

y me siento acá preguntándome
cuál de mis yoes sobrevivirá
a todas estas liberaciones.



Leona (Claudia Masin, 1972)

Las mujeres enfrentamos en la niñez un pozo
profundísimo, parecido a los cráteres que deja un bombardeo,
e indefectiblemente caemos desde una altura
que hace imposible llegar al fondo
sin quebrarse las dos piernas. Ninguna
sale intacta y sin embargo
suele decirse que se trata de un malentendido,
que no hubo tal caída, que todas las mujeres exageran.
Lleva una vida completa poder decir: esto ha pasado,
fui dañada, acá está la prueba, los huesos rotos,
la columna vertebral vencida, porque después
de una caída como esa se anda de rodillas o inclinada,
en constante actitud de terror o reverencia.
Muy temprano el miedo es rociado como un veneno
sobre el pastizal demasiado vivo
donde de otra manera crecerían plantas parásitas,
en nada necesarias, capaces de comerse en pocos días
la tierra entera con su energía salvaje
y desquiciada. Aun así, siempre quedan
algunos brotes vivos, porque quien combate a esas plantas
que se van en vicio, después de un tiempo ya tiene suficiente,
de puro saciado se retira del campo baldío y a veces
les perdona la vida y se va antes
de terminar la tarea. No es compasión,
es como si una tempestad se detuviera
porque ya fueron suficientes las vidas arrebatadas,
las casas convertidas en una armazón de palos
y hierros podridos, que aun restauradas nunca podrían
volver a ser las mismas. La compasión, claro, es otra cosa:
no se trata de saquear una tierra con tal ferocidad
que lo que queda, de tan malogrado, ya no sirve
ni como alimento ni como trofeo de guerra.
En el corto tiempo de gracia antes de la caída,
las mujeres, esos yuyos siempre demasiado crecidos,
andamos por ahí, perdidas y felices, esperando
lo que no suele llegar: la compañía del hermano
que no tenga terror a lo desconocido, a lo sensible.
No el hermano que pueda impedir la caída
sino ese que elija caer junto a nosotras,
desobedeciendo la ley que establece
la universalidad de la conquista, la belleza
de la bota del cazador sobre el cuello partido de la leona
y de su cría. El hermano incapaz de levantar su brazo
para marcar a fuego la espalda de la hermana,
la señal que los separaría para siempre,
cada cual en el mundo que le toca: él a causar el daño,
ella a sufrirlo y a engendrar la venganza
del débil que un día se levanta, el esclavo
que incendia la casa del amo y se fuga
y elude el castigo. El mal está en la sangre hace ya tanto
que está diluido y es indiscernible del líquido
que el corazón bombea: el patrón ama esto
y el hermano lo sufre, tan malherido
como la mujer a la que él debería lastimar.
El dolor sigue su curso, indiferente,
y el pozo sigue comiéndose vida tras vida, y seguirá,
a menos que algo pase,
un acto de desobediencia casi imposible de imaginar,
como si de repente el cazador se detuviera
justo antes del disparo
porque sintió en la carne propia la agitación de la sangre
de su víctima, el terror ante la inminencia de la muerte,
y supo que formar parte de la especie dominante
es ser como una fiera que ha caído
en una trampa de metal que destroza lentamente
cada músculo, cada ligamento,
para que sea más fácil desangrarse que poder escapar.

(Te puede interesar: Claudia Masin: «El padecimiento me llevó al psicoanálisis y a la poesía»)



Carta Revolucionaria Nº 1 – Diane di Prima (1934 -2020)

Acabo de darme cuenta que soy lo que está en juego
no tengo otro
capital de rescate, nada que destruir o canjear sino mi vida
mi espíritu repartido en pedacitos, desparramado sobre
la mesa de la ruleta, recobro lo que puedo
ninguna otra cosa para empujar bajo la nariz del maître de jeu
nada que sacar por la ventana, ninguna bandera blanca
esta carne es todo lo que tengo para ofrecer, hacer el juego con
lo que surja de esta intuitiva cabeza, a medida que cambiamos
posiciones sobre el tablero, caminando siempre
(esperemos) entre líneas


Sin título – Natalia Leiderman (1990)

a veces la rebelión consiste
en corromper tu tejido
regalándote lanas de otros colores

no hay rosa
ni celeste
ni blanco, sabés?

abro el espectro, imagino
otros sueños posibles
para nosotras:
violeta
naranja
azul eléctrico.

(Te puede interesar: Inéditos: cuatro poemas de Natalia Leiderman)


Sin título – Bárbara Alí (1984)

Mi cuerpo no es tu cuerpo
mi cuerpo no es tu casa
ni cosa ni propaganda
ni tu accesorio nuevo
mi cuerpo no es un decorado
no es telón de fondo
no es vasija ni maniquí
ni espejo donde brille tu reflejo
mi cuerpo no quiere quedarse en casa
ni mucho menos ser templo en silencio
mi cuerpo no se programa no se legisla
no se esconde no es escolta
mi cuerpo no limpia no borra
las huellas de tus botas
no disimula en una reunión
mi cuerpo estalla sonríe grita
inventa pregunta horada se desata
se disuelve se recompone sueña
yo decidiré
cuándo puedas entrar
si algún día algo
puede quedarse
a vivir allí.

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