Federico Falco: «La escritura se vuelve más fructífera cuando escapa del control»

por
Invitame un café en cafecito.app

Con Los llanos (Anagrama, 2020), una historia en donde el tiempo es uno de los grandes protagonistas y la relación con la naturaleza se narra de manera poética, el autor nacido en Córdoba en 1977 resultó finalista del 38° Premio Herralde de Novela. «El híbrido siempre me pareció algo sumamente productivo e interesante», señala Federico Falco en diálogo con La Primera Piedra. Ola de reconocimiento a autores argentinos, procesos de escritura y el desafío de la concentración en los meses de aislamiento// Foto: Catalina Bartolomé. 



¿Cómo se controla y predice aquello que queremos que crezca? Esa parece ser la pregunta principal de Los llanos, la primera novela de largo aliento de Federico Falco que fue finalista del Premio Herralde de Novela, uno de los más prestigiosos dentro del género, en la recta final del 2020. La relación del protagonista, en la cual había depositado su futuro, se rompe de manera repentina y decide irse a pasar una temporada en una casa de campo con el objetivo de reavivar su huerta y distraer sus pensamiento. Sin embargo, la naturaleza siempre es impredecible y todo cuesta un poco más.

Lo curioso de este libro es que trata el tema del aislamiento, la soledad y la ansiedad en un momento en el que el mundo se reconfigura con la pandemia de Covid-19, en donde algunos países salen del confinamiento y otros endurecen medidas: «Es muy raro que salga ahora: ya me están llegando las primeras devoluciones y algunos lectores se enganchan más a partir de la identificación en el aislamiento, otros en poder recuperar en la lectura un disfrute de la naturaleza del que carecimos», señala Falco a La Primera Piedra tras la reciente publicación de la novela por Anagrama.

Es una sincronicidad muy rara. Es una novela que escribí y terminé antes de la pandemia, sin saber lo que iba a pasar. Misteriosamente dialoga un poco con lo que vino después: un personaje que está aislado, que está en soledad.

Con una trama que se desarrolla a un ritmo similar al de una huerta, en donde es necesario observar con atención los mínimos cambios y ejercitar la paciencia para llegar al desenlace, este libro del autor nacido en General Cabrera, Córdoba, en 1977, refleja la búsqueda de romper con la conversación permanente que impone una vida urbana. «Yo ahora solo quiero mirar el horizonte, la llanura, fijar los ojos en la distancia, que me inunde el campo, que me llene el cielo, para no pensar, para que lo que sucede en mí deje de existir todo el tiempo», se lee en un fragmento de Los llanos, novela dividida por el paso de los meses y que contiene una gran carga poética. 

«El personaje de la novela encuentra una salida a su propio murmullo, a ese rumiar de su pensamiento y a esa ansiedad que le da la incertidumbre de que se desarme un proyecto de vida, en el hacer. En el trabajar, cansarse, dedicarse a la huerta. Cuando la escribía, nunca pensé que estados similares iban a hacer más masivos», destaca Falco, también editor de Cuentos María Susana y director de la colección de cuentos de Chai Editora. El pasaje a la novela desde el cuento – género en el que siempre se movió con gran soltura como en 222 patitos o Un cementerio perfecto, ambos publicados por Eterna Cadencia, – los desafíos de concentración en tiempos inéditos y el rol de los talleres literarios a la hora de emprender la escritura, en la siguiente conversación. 

(Te puede interesar: Gabriela Cabezón Cámara: “El género se convirtió en una cuestión incómoda para la lengua”)



— ¿Cómo pasaste estos meses tan excepcionales?
— La verdad es que no sé muy bien cómo hice. Si miro hacia atrás, tengo la impresión de no saber cómo pasé todos estos meses, de saber cómo fue exactamente o explicarlo. Creo que fue ir lidiando día a día, ¿no? De a poco ir atravesándolo: el primer mes fue el más complicado, había mucha incertidumbre. Justo estaba terminando una traducción, tenía mucho trabajo, y eso estuvo bien porque me obligaba a concentrarme y a no pensar tanto. También pensaba que los talleres de escritura virtuales no iban a funcionar y terminó siendo algo muy bueno y que acompañó un montón. Me sucedió que estuve bastante tiempo sin poder leer ni mirar películas o series, que es algo que yo disfruto, hasta que pude ir bajando la ansiedad y eso volvió. 

— Recién mencionabas el tema de no poder leer, hablando con distintos autores y autoras las respuestas fueron bastante variadas. Si bien al principio se pensaba que podía ser un momento ideal de lectura y escritura, sucedió lo contrario.
— Sí, yo debo decir que la cuarentena en sí no me alteró tanto mi cotidianidad. Yo trabajo por lo general en mi casa y tenía -en mi vida anterior- todo programado para tener las mañanas libres para escribir y empezar a trabajar a la tarde. Sí se me alteró el no poder ver amigos, no poder salir, ese tipo de cosas. Lo que sucedió es que al principio no podía concentrarme: todo lo que leía era constantemente interrumpido por ver noticias, por tratar de entender. Eso por un lado, y por el otro también sentía cierta sensación de irrealidad frente a lo que pasaba, por lo que todo me parecía un poco banal. Por ejemplo, estaba leyendo una novela donde los protagonistas se juntan, van y vienen, y todo eso carecía de sentido, se había desarmado un poco. También debo decir que poco a poco se me pasó y terminaron siendo meses en los que escribí bastante, leí mucho por trabajo y por placer, y de alguna manera fui encontrando pequeños espacios de disfrute dentro de algo que fue bastante difícil y complicado.

Si miro hacia atrás, tengo la impresión de no saber cómo pasé todos estos meses, de saber cómo fue exactamente o explicarlo. Creo que fue ir lidiando día a día, ¿no? De a poco ir atravesándolo: el primer mes fue el más complicado, había mucha incertidumbre.

— En ese sentido, es curioso que Los llanos salga en este momento, después de que muchísimas personas hayan visto reducido radicalmente este año el contacto con la naturaleza, con paisajes más amplios. ¿Cómo sentiste esa particularidad?
— Es una sincronicidad muy rara. Es una novela que escribí y terminé antes de la pandemia, sin saber lo que iba a pasar. Misteriosamente dialoga un poco con lo que vino después: un personaje que está aislado, que está en soledad, que vive en medio del campo y tiene su huerta, por lo que vive muy cerca de los ciclos de la naturaleza, como vos decías. Es muy raro que salga ahora: ya me están llegando las primeras devoluciones y algunos lectores se enganchan más a partir de la identificación en el aislamiento, otros en poder recuperar en la lectura un disfrute de la naturaleza del que carecimos. Es rarísimo eso, porque este contexto en el que la primera da sus primeros pasos es algo que yo no podía ni imaginar.

— Es interesante ver cómo en el libro también se trabaja el tema de la ansiedad, uno de los grandes sentimientos de estos meses, y la naturaleza como un bálsamo contra eso, porque no se la puede torcer.
— Claro, algo que no había previsto para nada. El personaje de la novela encuentra una salida a su propio murmullo, a ese rumiar de su pensamiento y a esa ansiedad que le da la incertidumbre de que se desarme un proyecto de vida, en el hacer. En el trabajar, cansarse, dedicarse a la huerta. Cuando la escribía, nunca pensé que estados similares iban a hacer más masivos, o que íbamos a encontrarnos con situaciones como las que vinieron.

(Te puede interesar: Fabián Casas: “La enfermedad más grande que tenemos es el capitalismo desaforado”)



Federico Falco

Los llanos (Anagrama, 2020), de Federico Falco, finalista del PRemio Herralde de Novela 2020


— Revisando tu bibliografía, Los llanos es tu primera novela de largo aliento. ¿Qué desafíos te presentó este cambio de género?
Es raro, porque no sé si fue necesariamente un desafío. Fue una novela que yo tardé mucho tiempo en darme cuenta que estaba escribiendo y tal vez si hubiera sabido que estaba escribiendo una novela, no sé si hubiera podido ser. Quizás algo del desafío de escribir una novela me hubiera paralizado o llevado a otros lugares. Son materiales que fui escribiendo hace unos cuantos años, pensándolos como proyectos flotantes que no terminaba de entender del todo, pero en los que iba trabajando a ver qué surgía. Por ejemplo, había un par de cuentos que estaba escribiendo que compartían paisaje, situación y, en algún momento, entendí que todos esos proyectos que pensaba por separado pertenecían al mismo o podían dialogar de alguna manera. Hay una frase que le escuché decir a Vivi Tellas hace mucho tiempo: cuando uno trabaja en muchos proyectos al mismo tiempo, tiene que preguntarse si en realidad no es el mimo proyecto, diferentes maneras de decir lo mismo. Después, fue mucho trabajo de revisión, de unir fragmentos, reescribir, de encontrarle un tono para que funcionara.

— ¿Cómo te tomó la noticia de que esta primera novela fuera finalista del Premio Herralde, uno de los más prestigiosos dentro del género?
– Fue una super linda sorpresa, una gran alegría. Es algo que agradezco un montón, pero sobre todo es una sorpresa.

Fue una novela que yo tardé mucho tiempo en darme cuenta que estaba escribiendo y tal vez si hubiera sabido que estaba escribiendo una novela, no sé si hubiera podido ser. Quizás algo del desafío de escribir una novela me hubiera paralizado o llevado a otros lugares.

— Hace bastante tiempo que se viene hablando del fin de los géneros literarios o al menos de un cruce mucho más fuerte. En Los llanos hay zonas de mixtura con el diario personal, con la poesía, ¿cómo trabajás en relación a eso?
El cruce me interesa muchísimo. Yo trabajo mucho en el cuento como género y como formato, y tiende a estructuras un poco fijas, por lo que siempre me interesó desafiar esas estructuras a partir de mezclar, tensionar. En Los llanos hay algunas zonas que tematizan un poco eso: ¿cómo salirse de ese relato más estructurado? El híbrido siempre me pareció algo sumamente productivo e interesante: parte de mi formación viene de lo audiovisual y me parece natural pensar en procesos creativos de diferentes disciplinas, cruzarlas. Hay cuestiones que si no puedo resolver desde la narrativa, pienso cómo se resolvería desde la poesía, desde lo audiovisual, desde el teatro. Es interesante poder expandir y entender ver qué están pasando en otras disciplinas: hay algo en eso que me da ganas de escribir, es muy fructífero.

(Te puede interesar: Selva Almada: “En la escritura la incertidumbre lo es todo”)



— Hay una clara influencia poética en la novela, ya desde la elección del epígrafe de Ron Padgett. También se las nombra a Anne Carson, Louise Glück o Alicia Genovese, ¿qué lugar ocupa la poesía para vos tanto como lector como autor?
Este es un año atípico porque una de las cosas que no pude resolver fue lo de leer poesía, es algo que me gusta mucho y formaba parte de mi cotidianidad. Es uno de los géneros que más admiro y más respeto, no sé si podría escribirla. De hecho, este año estuve participando de un taller que coordinaba Laura Wittner y fue una de las cosas más lindas que me pasó en la pandemia, en tanto que pude compartir con un grupo de personas y hablar, leer. Pero escribí poco, porque es tanto el respeto que le tengo a la poesía que me paraliza. Es un género que disfruto mucho de leer y que me da ganas de escribir, me parece muy vital: hay algo en la poesía que permite nombre a sentimientos que antes no sabía cómo nombrar. Además de una manera totalmente bella, con un trabajo formal, y que le admiro un montón a los poetas.

(Te puede interesar: Laura Wittner: “La vida doméstica siempre me pareció rara y fascinante”)

— Claro, una relación muy cercana entre la poesía y la epifanía, si bien no es lo único que puede causar ese género.
Sí, también hay algo que uno encuentra en la lectura, y no necesariamente en cada una de las palabras, sino en la combinación que dispara una imagen. En ese sentido, la idea de epifanía realmente me parece muy acertada, se abre algo en el propio yo que es a partir de cómo el poeta logró nombrarlo, un destello que va más allá del lenguaje. 

Es tanto el respeto que le tengo a la poesía que me paraliza. Es un género que disfruto mucho de leer y que me da ganas de escribir, me parece muy vital: hay algo en la poesía que permite nombre a sentimientos que antes no sabía cómo nombrar

– A lo largo de Los llanos hay varias analogías entre el cuidado de una huerta para que todo crezca de manera correcta y el proceso de escritura, en donde ambos casos uno tiene que confiar en lo que uno no controla: en un caso la naturaleza, en el otro el propio texto y lo que pida, por fuera del dominio del propio autor.
– Sí, sobre todo a mí me interesaba la idea de que alguien que necesita armar relatos se quede sin relato, se desarma la historia que lo sostenía, que había planeado para sí mismo. Hay algo ahí del descontrol que impone la naturaleza, de no poder controlar y tener que entregarse a esa incertidumbre y una parte de la escritura  tiene eso, que por ahí es difícil de entregarse a esa sensación, de confiar en ese proceso, pero que sucede casi a pesar de uno. En general, la escritura se vuelve más fructífera cuando escapa del control, cuando es a pesar de, cuando va más allá. Pienso que puede ser una buena manera de leerse uno, de conocerse uno.

(Te puede interesar: Claudia Piñeiro: “Siempre intento obligar al lector a mirar donde no quiere”)



– En relación a eso, T. S. Elliot definía a los poemas de amor como «palabras privadas que se dicen en público», que sirve también para pensar cómo se da ese vínculo entre el conocerse a uno mismo y el lugar que ocupa el lector en el texto. ¿Cómo trabajás eso?
– La idea del lector siempre está presente en la escritura, pero sí también creo que hay algo de escribir que puede ser una suerte de desdoblamiento: entrar y salir todo el tiempo del texto. Ser por momentos escritor y ser por momentos lector, la posibilidad de leerse a uno mismo, que no suele ser tan fácil. Siempre me parece que el primer lector es la persona que está escribiendo y eso puede suceder cuando esa persona puede entregarse a la escritura en sí y ver qué pasa. Sobre todo pensando en textos narrativos que tienen que ver más con cuestiones de tramas, cadenas de acciones o personajes que deconstruir. En mí mismo, en mi proceso de escritura, me fascina el momento en que las cosas se salen de control: todo lo que había planeado no es que deja de funcionar, sino que simplemente toma otras direcciones. Estás escribiendo un diálogo y vos creés que el personaje lo está diciendo de alguna manera y cuando lo releés encontrás otras resonancias, lo que te abre nuevos caminos, nuevas zonas de exploración. Es muy fructífero lo que se sale del plan. Yo al menos no puedo escribir muy pegado a un plan, en cambio cuando todo se descontrola, ahí es donde te lees a vos mismo.

En general, la escritura se vuelve más fructífera cuando escapa del control, cuando es a pesar de, cuando va más allá. Pienso que puede ser una buena manera de leerse uno, de conocerse uno.

– En los últimos años ha habido un gran reconocimiento de escritores argentinos en el exterior y también particularmente de escritores y escritoras que nacieron en Córdoba, como Camila Sosa Villada o Eugenia Almeida. ¿Por qué creés que sucede eso? 
– Es algo que me da mucha alegría, que se tiene que celebrar que pase. Justamente Eugenia Almeida publicó hace poco una nota en La Voz del Interior tratando de buscar explicaciones a lo que pasó a este año y yo hablaría más de sincronicidades, de cosas que se dan al mismo tiempo como Perla Sued, Camila o el propio Luciano Lamberti que fue finalista del Premio Medifé, y hay muchos casos. Se trata de generaciones muy diferentes, de recorridos, de estéticas, incluso de lugares diversos. Es algo que me parece hermoso, pero no sé bien si hay causas que expliquen el por qué, más allá de una zona del país en donde hay muchas personas escribiendo cosas muy interesantes, de manera heterogénea y que pueden convivir.

– Por último, en protagonista de Los llanos es tallerista, al igual que vos, una práctica que tiene un gran arraigo en la literatura argentina. ¿Qué te aporta a vos ser tallerista?
– Yo pienso a los talleres literarios como un gran espacio para encontrar interlocutores para pensar y hablar de procesos de escritura. Siempre repito lo mismo, pero no creo que un taller te pueda enseñar a escribir, creo que eso tiene que hacerlo cada uno solo, que es responsabilidad de cada uno. Ahora bien, aunque sea autodidacta, ese aprendizaje no tiene por qué ser en soledad, se puede compartir ese momento con otras personas que están en el mismo proceso y a mí me parece muy nutritivo ver cómo otros textos se van armando frente a tus ojos. Hay algo de aprender, de apropiarse del momento de escritura, del animarse, que tiene que ver con encontrar un espacio en el que encontrar interlocutores. Es un espacio que disfruto mucho, uno puede pasarse horas hablando del punto de vista, de por qué un cuento funciona, y mi disfrute va por ahí. No digo que todo el mundo necesite interlocutores ni que necesite de talleres para encontrarlos .

(Te puede interesar: Luciano Lamberti: “La literatura va cada vez más hacia esa zona de placer elitista”)


** Conscientes del momento económico complejo en el que gran parte de la sociedad se encuentra, dejamos abierta una vía de colaboración mínima mensual o por única vez para ayudarnos a hacer nuestro trabajo, sobre todo a la hora de solventar los gastos – muchas veces invisibles- que tienen los medios digitales. Sumate a LPP y HACÉ CLIC ACÁ 🙂



 

TE PUEDE INTERESAR