Entrevista a Diego Kogan: “La cultura no es un hobby”

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Entrevistamos a Diego Kogan, hijo de los artistas Jaime Kogan y Felisa Yeni, quienes llevaron la dirección del Teatro Payró durante décadas junto a la histórica cooperativa de trabajo Los Independientes. Lucha, resistencia, pasión y creación son algunos de los rasgos característicos de este mito que descansa en el sótano de Galerías Pacífico, una de las primeras salas de teatro independiente de la ciudad de Buenos Aires.


El apellido Kogan siempre estuvo vinculado al mítico Teatro Payró. Creado en 1952 bajo dirección de Onofre Lovero, fue la segunda sala independiente en la ciudad de Buenos Aires después de la inauguración del Teatro del Pueblo en 1930, a cargo de Leónidas Barletta. En 1967 Lovero legó la gestión del Payró a la familia Kogan, quien sostuvo el espacio hasta 2016, cuando fue cedido al equipo de Rubén Szuchmacher. Este año Diego Kogan —hijo de los artistas Jaime Kogan y Felisa Yeni— vuelve a gestionar la sala junto a otros miembros de su familia en la histórica cooperativa de trabajo Los Independientes.

El Payró atravesó fuertemente la biografía de los Kogan, de eso no hay dudas. “De chiquitos, con mi hermana Luchy siempre jodíamos y decíamos que no éramos dos hermanos sino tres: Luchy, Diego y Robertito J. Payró. El teatro siempre formó parte de la vida familiar: mis padres se casaron en 1962, yo nací en 1964 y se hicieron cargo del teatro en 1967”, recuerda Diego, y trae al fogón palabras que se repetirán a lo largo de toda la charla: creación, compromiso, pasión y resistencia.



Diego cuenta que La barra (confitería ubicada en la esquina de Córdoba y San Martín) se ha convertido en una sucursal del Payró. Apenas atraviesa la puerta, queda muy claro que juega de local porque todos los trabajadores lo saludan amistosamente. El mozo que trae los cafés pregunta por su hermana Luchy; un breve comentario y una sonrisa revelan su alegría de que la familia haya vuelto al ruedo. Este hombre de sesenta y tantos probablemente haya presenciado buena parte de la historia que une a los Kogan con el Payró.

“Lo más interesante es que acá no había un teatro. Lovero decía que era un ‘baldío techado’, una especie de agujero en el edificio; este sótano había servido como depósito del ferrocarril que venía del Pacífico. Es decir, el teatro tuvo que ser construido de cero. Algo de ese espíritu de construcción colectiva se conserva hasta el día de hoy, esto de ocuparnos de todas las tareas sin tercerizar nada. Por supuesto, es mucho más difícil que antes sostener un proyecto colectivo: hay partes más divertidas como programar o reunirse con los elencos, y otras mucho menos atractivas como administrar y llevar las cuentas. Pero alguien lo tiene que hacer”, explica Diego.

— ¿Cuál es el rol que debería tener el Estado en el campo del arte y la cultura?

— El Estado tiene que cumplir con las leyes en tiempo y forma, porque no fueron un regalo de los funcionarios de turno sino el producto de décadas y décadas de luchas llevadas adelante por hombres y mujeres del teatro nacional y porteño. Por supuesto, también habría que actualizar y mejorar esas leyes, porque algunas tienen más de veinte años.

— En muchos países de Europa las producciones cuentan con el apoyo incondicional del Estado, pero esos mismos mecanismos que monopolizan el arte tienden a reducir los márgenes de experimentación y creación. Sin embargo, nunca puede ser positiva la escasez de recursos. ¿Cómo ves esa tensión?

— Yo prefiero tener que pelear con cierta pachorra que nos puede generar la presencia activa del Estado a su ausencia o esta emergencia en la que nos encontramos cada vez que la situación económica flaquea. Es verdaderamente desgastante y tiene pésimas consecuencias porque se cierran salas, se desarman los grupos creativos, los teatros no funcionan al cien por ciento de su capacidad, no se abren talleres ni espacios de formación porque los números no dan.

Según los relevamientos realizados por ARTEI (Asociación Argentina del Teatro Independiente), durante la última gestión los subsidios a las salas independientes han incrementado en un 35%, mientras que las tarifas lo han hecho en un 350%. “El desfasaje es muy pronunciado y, además, los funcionarios deberían entender de una vez por todas que la cultura no es un hobby, que quienes nos dedicamos a esto pretendemos vivir de nuestra profesión”, sostiene Kogan.


Cuadros cedidos por la Fundación SAGAI que decoran el hall del Payró


— Además de la gestión vos te dedicás a la creación teatral. ¿Cuál creés que es la diferencia entre los gestores que provienen del mundo del arte y aquellos que tienen carreras políticas o empresariales?

— Si bien puede haber personas sumamente capaces al frente de los teatros comerciales y estatales, la característica del teatro independiente es que todas las salas están gestionadas por hombres y mujeres que tienen algún rol dentro de la creación teatral, inquietudes y vocación. Eso es un valor agregado, porque la búsqueda artística y creativa siempre es el motor de esos proyectos. Nadie pone una sala independiente pensando en términos económicos; los aspectos artísticos siempre son los prioritarios.

— ¿Qué opinión te merece este fenómeno reciente de absorción de propuestas gestadas en el circuito independiente por parte de los teatros comerciales?

— A mí me parece interesante que algunas de las producciones que surgen en salas pequeñas puedan acceder a una sala más grande y a nuevos públicos. En ese sentido, me parece que tenemos que ser vivos y no despotricar contra estos fenómenos. Hay que capitalizarlo y ver para qué nos puede servir. Nosotros sabemos que esas propuestas se gestaron en el circuito independiente y ahora pueden acceder a lugares de mayor exposición. Eso es bueno porque después esa gente vuelve a circular en los teatros independientes, y buena parte del público siente atracción por aquellas salas en donde se ve un riesgo mayor en términos estéticos o en la búsqueda de lenguajes.

Cuando se le pregunta a Kogan por los objetivos que se planteó en esta segunda etapa al frente del Payró, alude a la diversificación de propuestas y de públicos: “Este año programamos danza, abrimos un espacio de reflexión que se llama Madera noble, un ciclo de conversatorios sobre distintas temáticas, y tenemos la idea de recuperar el espacio como una pequeña sala de exposición para las artes plásticas. Además, el broche de oro de este año estará a cargo de Rita Cortese con su proyecto musical, Caminante”.

La música siempre estuvo presente en este espacio. Diego recuerda que en la sexta edición del festival de Cosquín su padre terminó siendo jefe de escenario y aprovechó la oportunidad para ofrecerle cantar en el Payró a la mismísima Mercedes Sosa, quien ese año había sido galardonada con el premio Consagración. “Fue la primera sala de Buenos Aires en la que cantó, y en ese ciclo también estuvo Goyeneche, Rivero, Les Luthiers, Nacha Guevara… ¡Era un despelote!”.



Todo espacio mítico conserva sus fantasmas y el Payró no es la excepción. Diego cuenta con cierta naturalidad que hace pocos días volvió a manifestarse en su oficina el espíritu de Purita, arrojando un paraguas al suelo. Este es el apodo cariñoso para Pura Asorey, la actriz que en los años ’70 participó de El señor Galíndez, pieza escrita por Eduardo Pavlovsky y dirigida por Jaime Kogan. «Era una mujer buenísima, todos hablaban maravillas de ella. Purita se enfermó, falleció, pasó un tiempo y un día el iluminador abrió la sala, prendió las luces y vio a una persona sobre el escenario; cuando se la describió a mis padres, inmediatamente reconocieron a Pura. Para mí es la guardiana del teatro», confiesa Diego.

La historia del espacio estuvo atravesada por la lucha y la resistencia. “Las circunstancias del país son cambiantes y cada vez que aparece algo a lo que hacerle frente, nosotros le ponemos el cuerpo. En el Payró hubo balas, pastillas de Gamexane, prohibiciones de obras y bombas de la Triple A. Afortunadamente eso ya no ocurre, pero siempre se conserva el espíritu contestatario y de resistencia, porque es una marca de esta sala, su ADN. Se trata de resistir: esa palabra me parece maravillosa. Cuando las cosas no son como queremos, resistimos. Esperemos que en algún momento la situación cambie para no tener que resistir, sino construir y acompañar un proyecto”.


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