No convertir todo un meme: Rodrigo Eguillor y la frivolización del abuso

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Luego de la denuncia por abuso sexual y del video en el que se ve cómo agarra del cuello a una mujer en un balcón de San Telmo, el rostro de Rodrigo Eguillor se viralizó por las redes sociales y los medios de comunicación. Si bien es notable la rápida difusión del caso y la condena social, cabe también reflexionar sobre el papel que se le dio en los medios de comunicación y la espectacularización de un caso que en realidad debería repudiarse. ¿Cuáles son los límites?



Durante los primeros días de diciembre, el nombre de Rodrigo Eguillor se viralizó en las redes sociales y los medios de comunicación. Su nombre alcanzó la primera tendencia en Twitter en la  misma semana en que se realizó un Paro Nacional de Mujeres, luego de que los imputados por el abuso y femicidio de Lucía Pérez fueran absueltos. Sin embargo, la cobertura que tuvo esta movilización ni se acerca al espacio mediático y la difusión que se le dio a quien fue rápidamente conocido como “el hijo de la fiscal”, o también, “el cheto de Banfield”. 

Eguillor, de 24 años, fue denunciado por abuso sexual y privación ilegal de la libertad en la Fiscalía Criminal y Correccional N° 22 de la Ciudad de Buenos Aires. Se lo ve en un video agarrando del cuello a una chica que grita desesperada desde el balcón de un edificio en el barrio de San Telmo

Eguillor, de 24 años, fue denunciado por abuso sexual y privación ilegal de la libertad en la Fiscalía Criminal y Correccional N° 22 de la Ciudad de Buenos Aires. Se lo ve en un video agarrando del cuello a una chica que grita desesperada desde el balcón de un edificio en el barrio de San Telmo. El caso adquirió difusión en redes sociales y, a partir de ahí, se sumaron múltiples testimonios en su contra. Eguillor publicó entonces un descargo en su cuenta de Instagram en el que alegó su inocencia, desacreditando y denigrando a su denunciante, diciendo que él es “un pibe de bien”, que no necesita “violarse” a nadie. “Me pueden hacer millones de causas y nada voy a estar tranquilo acá en mi casa. Si quieren vengan, nos tomamos un café”.


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El martes 4 de diciembre, Eguillor fue detenido en Ezeiza, cuando estaba por viajar a Europa, a ver el superclásico que se jugó en España. “¡Llamen a mi vieja”, gritó refiriéndose a la fiscal de Lomas de Zamora, Paula Martínez Castro. La escena se reprodujo decenas de veces en los canales de televisión y a lo largo de Internet. No tardaron en llegar los memes que se multiplicaron por las redes sociales, alcanzando nuevamente los primeros puestos entre los temas más nombrados. Eguillor paseó por el piso de varios programas de aire y hasta fue llamado “influencer” y “personaje del momento”. Sonríe, se mira a la cámara, se arregla el pelo: parece disfrutar de ese espacio que le fue otorgado y de la impunidad de la que goza no solo como varón en un sistema patriarcal, sino como perteneciente a la clase alta, intocable y con privilegios.

Si bien es destacable la condena social y la rápida difusión del caso gracias a la denuncia en las redes sociales, no se puede dejar de señalar un punto importante: convertirlo en una parodia y hacer de Eguillor un meme no hace otra cosa que frivolizar la gravedad que conlleva la situación. El carácter viral de estos contenidos, sumado a la espectacularización dada por los medios de comunicación no debe correr el eje de la cuestión: se trata de un denunciado por abuso sexual que destiló todo su machismo en un discurso que representa la regla en la sociedad. 

Darle voz y entidad ante las cámaras de televisión y transformarlo en un chiste trae el riesgo de convertir en un figura la representación de todo lo que en realidad debería repudiarse. Periodistas se justificaron amparándose en el supuesto valor periodístico de esas entrevistas, pero ¿cuáles son los límites? ¿Qué tan seguido se pone frente a una cámara de televisión a referentes sobre violencia de género en lugar de deslegitimar los reclamos del feminismo, o a las mujeres que sufren agresiones sin antes, de una forma u otra, revictimizarlas?

El tratamiento de este caso, como muchos otros, sirve para reflexionar sobre la consciencia de lo hondo que cala la violencia de género y de todo aquella red de complicidades que la perpetúa. Eguillor pidió que «llamaran a la vieja» porque ese es el privilegio que – a él y muchos otros –  le proporciona su status: creer que es intocable, porque, como bien se jacta en el video, es de «una familia de bien». Y esa impunidad sobre la que se teje el sistema judicial que todos los días da la espalda a mujeres violentadas, no es motivo de chiste. 



 

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