Entrevista a Julián López: «Entramos al amor con la cabeza hecha puré»

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«Un encuentro profundo con otra persona es estar frente al abismo de la existencia», afirma Julián López, quien acaba de publicar La ilusión de los mamíferos (Random House, 2018). Con un registro poético y fragmentado, el autor se introduce en una historia de amor a puertas cerradas como un rasgo de época del siglo XX. En esa dirección, afirma que su segunda novela «es una endecha de alguien que está extrañando una posibilidad de encuentro que es cada vez más difícil».



Sobre el autor

La ilusión de los mamíferosJulián López Nació en Buenos Aires en 1965. Integra diversas antologías de poesía, entre ellas y en 2004 publicó el libro de poemas Bienamado.  Desde 2006 codirige el ciclo de lecturas Carne Argentina. Una muchacha muy bella, editada por Eterna Cadencia, es su primera novela y fue uno de los libros más vendidos del 2014, siendo muy bien recibida por la crítica y por el público.


«Yo escribo como un tipo del siglo XX»

Un libro que se estaba haciendo desear, por fín llegó: La ilusión de los mamíferos (Random House, 2018), de Julián López. La segunda novela del autor de Una muchacha muy bella (Eterna Cadencia, 2013), propone un relato fragmentado con grandes guiños poéticos, donde la intimidad y la reflexión sobre el amor logra seducir al lector desde la primera página. «Después de tres años de laburo con muchas interrupciones y pausas porque me enojaba o no le encontraba la vuelta, finalmente pude terminarlo», comenta a La  Primera Piedra sobre el proceso de trabajo y la importancia que tuvo Facebook como puntapié de escritura.

«En algún sentido va en oposición a la idea del amor como lo mejor que te puede pasar: es una porquería, rasparse con el otro es dolorosísimo», agrega López sobre la idea de amor que se manifiesta de principio a fin en La ilusión de los mamíferos, donde el dolor y el éxtasis parecen ser cara de una misma moneda que siempre termina cayendo del primer lado. «Por supuesto que el encuentro con el otro es la bendición absoluta, pero tiene costos muy importantes para las herramientas con las que tenemos que lidiar con el mundo: el narcisismo, la idea de la posesión», afirma.

— Teniendo en cuenta el buen recibimiento que tuvo tu primera novela, ¿qué desafíos te planteó volverte a exponer con La ilusión de los mamíferos?

— Fue dificilísimo. Me acuerdo que al mes de que saliera Una muchacha muy bella, una señora en Eterna Cadencia me preguntó cuándo sacaba la próxima y yo le contesté: «Yo no voy a escribir nunca más» (risas). La fantasía era un poco esa, porque la novela  fue muy bien recibida y eso me empezó a abrumar, a pensar que no se me iba a ocurrir nada. Me costó mucho volver a escribir, lo único que podía hacer era subir boludeces a Facebook. Cuando vi que no podía escribir, me propuse improvisar escritura los domingos a la mañana en la red social. En un momento me di cuenta que esos textos que iba subiendo formaban parte de un universo familiar y a partir de ahí empecé a trabajar en el proyecto de novela. De todas formas me costó bastante encontrarle la vuelta: yo quería una novela que me demandara poco laburo.


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— ¿Cómo sería una novela que demande poco trabajo?

— En la primera página está toda la información, para que el lector no tenga que develar nada. Eso que pensé que era algo facilitador, me complicó muchísimo, porque si no hay nada nuevo, lo único que podés hacer es sostener eso que se enunció en la primera página: una pareja que terminó. Después de tres años de laburo con muchas interrupciones y pausas porque me enojaba o no le encontraba la vuelta, finalmente pude terminarlo.

Las redes trajeron una manera de comunicación mucho más problemática, más precaria y en algunas cosas muy interesante. Evidentemente va a colonizar a la escritura.

— Eso que decías de escribir en Facebook como un puntapié para escribir, se puede ver con el estilo fragmentado que tiene la novela. Hay muchas novelas en ese registro en los últimos años, ¿pensás que es un síntoma de época apostar a la brevedad’

— Yo creo que sí, es innegable la llegada de las redes sociales y la literatura es parte de eso. Supongo que mucha gente debe estar horrorizada de que a la literatura le pase eso y de hecho conozco a varias personas que son enemigas de las redes. Yo no puedo, yo escribo lo que puedo como puedo. No sé si hubiera podido hacer otra cosa. También es cierto que hay cada vez menos concentración, me pasa a mí como lector. Hay cada vez más demanda de intereses y el libro, que sigue siendo alucinante e insustituible, ha quedado en otro tono. Las redes trajeron una manera de comunicación mucho más problemática, más precaria y en algunas cosas muy interesante. Evidentemente va a colonizar a la escritura.

— Hablando con Hernán Vanoli hace un tiempo, él me habló de pensar a la literatura como un consumo cultural. ¿Vos cómo ves a la literatura en este contexto de tantos estímulos simultáneos?
 No sé si me interesa pensar a la literatura en esos términos. La literatura es un consumo cultural de muy pocas personas, siempre lo fue. También es cierto que es cada vez menos, porque en un momento la clase media leía mucho y hoy eso no está pasando mucho. Hay una cosa paradojal también: hay mucha escritura, tanto en libros como en redes, pero los libros no se venden. La literatura es un consumo dichosamente anacrónico y está bien que sea así. Tal vez vayamos a morir todos, a fracasar todos y la literatura ya habrá dicho lo que tenía que decir.

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la ilusión de los mamíferos


— Como se puede leer en La ilusión de los mamíferos, ¿te sentís cómodo en un registro poético?

 Sí, a mí cuando leo me gustan más las catálisis que los núcleos de acción. De todas formas, todo relato es una catálisis, una forma de ver el mundo y de construir un mundo nuevo a partir de esa mirada, la perspectiva como mundo. Tengo tendencia eso, aunque tengo otras cosas que aún no son públicas que van en otra dirección. Lo que me interesa de un libro es que me muestre una manera de ver el mundo que yo antes no conocía. No me interesan muchos las historias, no me deslumbra mucho nada en ese sentido.

— En las primeras páginas hablás del amor como una incomodidad. ¿Por qué lo definís así?

 En algún sentido va en oposición a la idea del amor como lo mejor que te puede pasar: es una porquería, rasparse con el otro es dolorosísimo. Puede ser maravilloso, lo es, pero también es dolorosísimo. Nosotros entramos al amor con la cabeza hecha puré, entonces el encuentro verdadero es una realidad bastante escasa. Lo que hay, y mucho, es ilusión y eso está bien: es pasarla más o menos bien, es acompañarse, pero un encuentro profundo con otra persona es estar frente al abismo de la existencia. Es claramente una incomodidad.

Lo que hay, y mucho, es ilusión y eso está bien: es pasarla más o menos bien, es acompañarse, pero un encuentro profundo con otra persona es estar frente al abismo de la existencia. Es claramente una incomodidad.

— También hacés referencia a la importancia del cuerpo en un proceso amoroso y no tanto a lo racional, en cómo los cuerpos decidieron antes que uno.

 Sí, supongo que es por esta cuestión de la incomodidad. Uno preferiría quedarse en su casa mirando la tele y comiendo, al menos yo. Pero cuando no podés evitar salir, te encontrás con eso: es el cuerpo el que va a la cita. Uno siempre está tratando de volver a un estadío previo, que es el paraíso previo y que es básicamente una mentira. Uno no puede volver a dónde nunca estuvo. Entonces por supuesto que el encuentro con el otro es la bendición absoluta, pero tiene costos muy importantes para las herramientas con las que tenemos que lidiar con el mundo: el narcisismo, la idea de la posesión. El amor es una amenaza para eso y el cuerpo va aunque uno quiera rajar.

— Ahí entra en juego otra idea de La ilusión de los mamíferos que me gustó mucho: la ficción con la que se rellena la idea de amor y si eso no sucede, una historia no puede terminar.

 A mí me interesaba discutir la idea de la ficción como enemiga de la realidad. Yo creo que algo que no puede ser ficcionalizado, narrado, no existe demasiado. Esta idea, que es la que subyace al libro, es la de si alguien te cuenta lo que pasó, es por que pasó. Hasta que una persona no  le cuenta a la otra algo que los dos saben, todos se pueden hacer los distraídos. Una vez que se cuenta, existe.

Yo ahora me pregunto mucho cómo es el tema de los vínculos, a veces veo a los pibes con una soltura que para nosotros era impensable, tenemos que estar metiéndole mucha ficha a la idea de la deconstrucción y darte cuenta que estás pensando en términos de sexismo y posesión.

— ¿Qué desafíos te planteó a vos hacer una novela de amor en un momento donde quizás la idea de amor romántico se está cuestionando?

 Tenía muchas ganas de escribir una novela de amor, creo que hay muy poco en esa relación. Hace poco Inés Garland publicó Una vida más verdadera, por ejemplo, pero hay poco circulando. Me interesa mucho el siglo XX, siempre lo extraño conceptualmente. La novela va por ahí, hay una reconstrucción decimonónica sobre la idea del encuentro, pero clavada culturalmente en el siglo XX. La ilusión de los mamíferos es una endecha de alguien que está extrañando una posibilidad de encuentro que es cada vez más difícil.

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— Un poco de lo que decís me hace pensar en lo que le pasa a las generaciones que nacieron en las últimas décadas del siglo XX, que quizás pensamos que íbamos a habitar un mundo que hoy ya no existe, tanto desde las innovaciones tecnológicas como en todo lo que se está reformulando y deconstruyendo.

 Sí, yo soy un bruto tremendo a nivel tecnológico. Hay algo en la materialidad que ha cambiado de tal manera que yo creo que es imposible de dar cuenta todavía. Yo escribo como un tipo del siglo XX, claramente. Por lo menos hasta ahora. Y un poco yo le demando a los libros que no olviden esa materialidad analógica. Igual estoy seguro de que podría leer una novela digital absolutamente genial, no lo digo como una crítica. Hay un cambio de paradigma al que uno no termina de acostumbrarse y tal vez eso genere subproductos increíbles que todavía no los hay o tal vez sí y yo no los conozco, que es lo más probable.



La ilusión de los mamíferos


— Lo mismo pasa con la idea del amor y las relaciones, como hablábamos antes.

— Si, yo en La ilusión de los mamíferos rescato una mirada antigua en ese sentido, de una relación a puertas cerradas que no puede convivir con el mundo. Eso, en gente de mi generación es algo que sucedió y sucede, es inocultable. Yo ahora me pregunto mucho cómo es el tema de los vínculos, a veces veo a los pibes con una soltura que para nosotros era impensable, tenemos que estar metiéndole mucha ficha a la idea de la deconstrucción y darte cuenta que estás pensando en términos de sexismo y posesión.

— ¿Pensás que esas batallas culturales que se fueron y se están dando permitieron que una novela como esta pueda salir en un grupo editorial tan grande sin que sea un tema tabú?

 Hasta ahora me hicieron poquitas entrevistas e, incluyendo esta, ninguno me dijo la palabra «gay» y eso me hace muy feliz. Yo le decía a un amigo que seguramente me iban a preguntar por «la cuestión gay» y yo iba a empezar a decir barbaridades. No me interesa para nada la cuestión gay en estos términos, sí me hace muy feliz la conquista de derechos, estamos todos muy emocionados al respecto y eso es genial. No me parece que yo entre en un terreno de disputa o reflexión de eso y es ahí donde no me interesa. Yo soy consciente de que mis protagonistas son personajes blancos, de clase media, que se manejan en ese universo de valores.

La literatura que me interesa es aquella que mantiene un cierto nivel de conciencia y que no habla consigo misma. Es un momento de productividad increíble y hay muy buenas cosas.

— ¿Qué visión tenés de la narrativa contemporánea?

 Yo le digo siempre a mis alumnos que sean brutos para leer, que defiendan la brutalidad siempre, la llegada silvestre a la literatura. Eso es algo que yo defiendo mucho de mí mismo a la hora de entrar a un libro, no me interesa entrar con ningún saber. Si el texto está vivo, es una fiesta siempre. La literatura que me interesa es aquella que mantiene un cierto nivel de conciencia y que no habla consigo misma. Es un momento de productividad increíble y hay muy buenas cosas. Gabriela Cabezón Cámara me parece un lujo epocal que va a ser un clásico. Hay muchos y muy distintos, como te nombraba a Inés Garland antes. Ariel Aguirre, de Santa Fe, Valeria Groisman, entre muchos otros.

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— ¿Cuál es tu relación con la poesía en la actualidad? ¿Seguís escribiendo?

 Soy vago y desprolijo, entonces no hago nada bien en ese sentido…y también en general. A la poesía siempre la pienso en un sentido mayor, como un lugar al que siempre hay que ir. Siempre escribo poesía, estoy tratando de cerrar un libro pronto. Trato de estar atento a lo que pasa en ese terreno también.

— Por lo que me fuiste diciendo, estimo que no tenés ningún mecanismo o rutina a la hora de la escritura, ¿no?

 Es una vergüenza lo mío, no tengo ningún plan. Las veces que quise prepararme el escenario ideal, nunca termino haciendo eso. Ya me conozco, sé que soy alguien que va a estar hasta el último minuto, como me pasó con La ilusión de los mamíferos.

— Por último, para alguien que está dando los primeros pasos dentro de la literatura, ¿qué consejos le podrías dar?

 Es difícil…Que lean «La glicina», un poema largo de Pier Paolo Passolini. Que lo lean en soledad, en sus casas, si es posible desnudos. No quiero ponerme procaz, pero es un texto que te hace de goma. Una vez, después de que le recomendara ese texto, un alumno me contó que hizo eso y de repente empezó a recitarlo en italiano, aunque el no sabía el idioma a pesar de ser descendiente de italianos. Que lean ese poema y a Passolini en general.



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