Libros cruzados: dos familias alrededor de un accidente

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Los perales tienen la flor blanca (Dualidad, 2020), de Gerbrand Bakker,  y La estirpe ( Random House, 2022), de Carla Maliandi,  nos acercan a dos familias disímiles marcadas por un hecho trágico y a las formas que cada una encuentra para recomponer lo que parece haberse roto.

Por Julieta Blanco



Los perales tienen la flor blanca (Dualidad, 2020) del escritor neerlandés Gerbrand Bakker relata la historia de una familia compuesta por un padre, Gerard, y tres hermanos: los mellizos Klaas y Kees y el hermano menor, Gerson. Una familia de cuatro hombres, un perro y el recuerdo lejano de una madre que un día decidió dejar todo atrás. Una madre por correspondencia que reside en algún lugar de Italia, difuso, como la razón de su partida.

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Un domingo, una salida en auto cambia sus vidas. Ocurre un accidente donde Gerson pierde la vista y a partir de ello, el mundo de los cuatro se vuelve oscuro (o podríamos decir de los cinco, porque Daan, su perro, también protagonizará esta historia).

“Más adelante, hemos intentado recordar de qué hablábamos aquel domingo por la mañana en el coche. No importa que se nos olviden cosas; si nos acordásemos de todo, nos volveríamos locos. Pero hay días, sobre todo días en que suceden cosas que no suelen suceder, que nunca se te olvidan. Todo lo que pasó esos días adquiere un significado especial(…) Todo, absolutamente todo, se vuelve importante” – Los perales tienen la flor blanca, de Gerbrand Bakker

La estirpe (Random House, 2022) es la segunda novela de la escritora argentina, Carla Maliandi. La historia inicia con la protagonista en una sala de hospital a raíz de un accidente en el festejo de su cumpleaños: una bola de espejos cae sobre su cabeza y a partir de allí, lo ridículo y lo trágico se fusionan en un instante. Ana pierde parte de su memoria y con ella, su propia lengua.

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Ana es madre, pero no lo recuerda o al menos no recuerda cómo serlo. Su hijo pasa a ser “el chico” y su vida un gran agujero negro.  Ana es escritora, pero ahora se convierte en una escritora sin palabras. Recuerda estar escribiendo un libro, pero solo la forma. Ana oscila entre signos de pregunta: ¿cómo se recuperan los sentidos?, ¿cómo se reconfigura la cotidianeidad repleta de huecos?, ¿cómo se escribe lo desconocido?

A veces digo café y no estoy segura si es café lo que quiero pedir, porque las palabras no me suenan a nada. Otras veces recuerdo frases enteras que alguna vez dije o leí o me dijeron: “estoy enamorado de vos”, “la basura se saca hasta las doce”, “más vale tarde que nunca”, “el futuro es nuestro”. (…) Digo café, digo permiso, digo invierno, digo gracias. Entiendo las palabras en la cabeza pero pierden sentido al pronunciarlas” – La estirpe, de Carla Maliandi



Carla Maliandi

Gerbrand Bakker y Carla Maliandi


En ambas historias, los accidentes representan un punto de inflexión para sus protagonistas. En el caso de Los perales tienen la flor blanca es Gerson quien pierde la visión pero todos deben reacomodarse a transitar el mundo de esa manera. Como una paradoja, los hermanos, previo al accidente, destacaban un juego llamado “negro”, que consistía en elegir un lugar cercano e ir hacia allí con los ojos cerrados.

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En una especie de premonición, el juego pasa a ser la vida cotidiana de uno de ellos. La total oscuridad no es solo la nueva forma que Gerson tiene de ver el mundo sino que es también la tonalidad en la que lo habita. Los mellizos intentan acercarse a su hermano menor, practicando no ver mientras comen, mientras están en el patio, mientras caminan; tratan de darle sentido a aquello que no lo tiene.

“Ni siquiera ahora conseguimos evitar palabras como mirar y ver. Vivimos en un mundo que está pensado para ser visto, y no nos dimos cuenta hasta que Gerson se quedó ciego” – Los perales tienen la flor blanca – de Gerbrand Bakker

En La estirpe, Ana se olvida de las cosas y pareciera que ese espacio vacío que debe rellenarse de viejos recuerdos, elige otro camino. La historia de sus antepasados, la lengua toba y vivencias ajenas, se van apoderando de la protagonista hasta convertirse en su nueva realidad. Una realidad alejada de su núcleo familiar, de su tiempo y de su espacio.  ¿A partir de dónde construimos la identidad? y sobre todo, ¿cómo la reconstruimos?

“Desde el suelo vi rebotar la bola de espejos y sentí en ese instante como todos mis pensamientos se rompian en millones de partes. Lo que vino después fue una oscuridad fresca sin pensamientos, que me arrastró como una ola que retrocede, que vuelve al fondo del océano” – La estirpe, de Carla Maliandi



La voz de la narración

Ambos textos mantienen nuestra atención de principio a fin con narradores que nos van guiando y anticipando algunos indicios de lo que podrá suceder. En Los perales tienen la flor blanca, la voz narrativa se construye a partir de distintos puntos de vista lo que nos permite recomponer lo sucedido de manera coral, con un narrador de cierre muy particular.

En La estirpe la protagonista narra su historia en primera persona permitiéndonos como lectores, compartir cada uno de sus descubrimientos y avances a la par. En ambos textos, el tono sórdido se mezcla con el sentido del humor, como pequeñas válvulas de escape para soportar lo que por momentos se presenta como insoportable.

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Lo oscuro, lo fantástico, lo trágico

La oscuridad está presente en ambos textos: como apagón, como olvido, como pérdida. La búsqueda de nuevos sentidos, de nuevas costumbres también es un hilo conductor que entrelaza ambas novelas. Novelas que coquetean con el género fantástico para abordar lo trágico y lo absurdo.

La memoria y la visión se nos configuran como dos componentes vitales y acá nos enfrentamos a la pérdida de ambos, teniendo que atravesar un terreno incierto, incómodo, que se nos va instalando como una especie de hormigueo, y nos acompaña hasta cerrar cada uno de estos libros.

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Por Julieta Blanco / @brujula.lectora


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