Reseñas Caprichosas – «La austeridad es la divisa de mi familia» de Gustavo Gottfried: la poesía como una forma de memoria

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Los poemas que conforman La austeridad es la divisa de mi familia (mágicas naranjas, 2017) de Gustavo Gottfried emocionan a través de las pequeñas piezas que,esparcidas por el libro, acercan a momentos de la década de los años 50’s, que si no vivimos o escuchamos alguna vez, sabemos que existieron. Con poemas sencillos y llenos de emoción, esas historias que se van pasando de boca en boca, de una generación a otra, y responden a una épica, son rescatadas por la poesía.

*Por Gabriela Luzzi


Sobre el autor

Gottfried perfilGustavo Gottfried nació en Buenos Aires, en 1969. Es Licenciado en Psicología por la Universidad de Buenos Aires y se desempeña como terapeuta. Lleva adelante, junto a su compañera Hilda Fernández, la editorial mágicas naranjas, dedicada a la poesía y la infancia. Publicó Un rastrojero bajo el sol (Huesos de Jibia, 2007) y La austeridad es la divisa de mi familia (mágicas naranjas, 2017)

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La poesía como una forma de memoria

La austeridad es la divisa de mi familia (mágicas naranjas, 2017) es un libro con una selección de veintinueve poemas de Gustavo Gottfried, con contratapa de Osvaldo Bossi. Así como se dice que La razón de mi vida de Evita, fue escrita por un hombre, en La austeridad es la divisa de mi familia es Gustavo Gottfried el que nos acerca a historias protagonizadas por una joven judía, y transmitidas por ella a su hijo, como una aventura que sólo puede vivir una chica del pueblo.

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La heroína de Gottfried es la madre, la defensora de su corazón de niño descamisado. Pero también, la heroína del autor es la poesía, porque si bien nos está narrando historias de una familia, lo que encontramos en su escritura es la forma, el trabajo y la vida de un poeta. Puede leerse, por ejemplo: «Llegaba siempre tarde a los actos escolares / no encontraba lugar en el salón/ y se sentaba con las maestras.// Siempre sobresalía, y eso era / lo que a mí me avergonzaba. Sentir// vergüenza de ella me daba culpa/ y la culpa me ponía nervioso».


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Emocionan las pequeñas piezas que esparcidas por el libro nos acercan a momentos de la década de los años 50, que si no vivimos o escuchamos alguna vez, sabemos que existieron. Es decir que estos poemas, sencillos y llenos de emoción, rescatan esas historias que se van pasando de boca en boca, de una generación a otra, y responden a una épica.

Las imágenes que va creando el poeta, son a la vez recuerdos de relatos, donde lo que nos asombra y moviliza, es el efecto y el valor de las palabras. Porque con ellas se consigue un trabajo, se organiza una cena, se da clase, se cría, se escribe, se defiende, con la misma insistencia que desprende el olor de una mandarina. Escribe el autor: «¿Quién está comiendo mandarinas?/ preguntaba la maestra/ en algún momento de la clase.// Y pocas veces la descubría/ porque mi madre era veloz /para esconder la evidencia// pero no tanto para aceptar/ que el olor suntuoso de la fruta/ siempre iba a delatarla». ¿Acaso la poesía en sí misma no tiene un poco de eso?


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