Apuntes sobre la dulzura | Mi primer Borges

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¿El primer acercamiento a un autor es a través de sus libros o de lo que genera en los demás? Un recuerdo personal sobre Jorge Luis Borges a 123 años de su nacimiento mientras seguimos mirando los colores irrecuperables del cielo. 



El 24 de agosto de 1899 nacía Jorge Luis Borges. Ese año, al borde del cambio de siglo, es un indicio de lo que iba a ser su obra: un autor que supo poner a dialogar la tradición literaria del siglo XIX con las nuevas tendencias del siglo XX y el fortalecimiento de géneros como el policial o el fantástico. 123 años después, seguimos pensando en ese autor que empezaba dibujando a los tigres siempre desde las patas y cuyo primer libro leído fue El Quijote…pero en inglés.

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En el transcurso de la semana de este nuevo aniversario, Penguin Random House -grupo editorial que tiene los derechos del autor- lanzó una campaña de lectura en el que invitaba a pensar en «Mi primer Borges», es decir, el primer libro de ese autor que tuvimos en las manos. En mi caso, la respuesta es doble: la primera, la menos interesante quizás, es una edición de tapa dura de Ficciones publicado por Alianza Editorial. El lomo era negro, la tapa dura, las letras doradas. Lo conseguí en la librería de usados «Los cachorros», que quedaba a media cuadra del Parque Centenario y ya no existe como tantas otras cosas.

Mi primer Borges, entonces, fue ese impacto eléctrico al escuchar una frase y ver la reacción de ese profesor, esa sensación que muchas veces se siente al ver el mar después años.

Sin embargo, cuando me puse a pensar en profundidad cuál había sido mi primer real acercamiento a Borges, la respuesta cambia: tenía 17 años, empezaba a leer con asiduidad y un profesor de Literatura del secundario estaba leyendo un pasaje del cuento «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius»: «Lo recuerdo en el corredor del hotel, con un libro de matemáticas en la mano, mirando a veces los colores irrecuperables del cielo». En ese momento hizo una pausa de un segundo, miró por la ventana, y preguntó casi de manera retórica: «Qué linda frase, ¿no?».

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Borges

Ficciones, de Jorge Luis Borges, publicado por Alianza Editorial


Todavía me acuerdo con precisión de ese instante: estaba descubriendo el poder de la literatura, el acierto de una frase que puede agarrarnos desprevenidos y producir un agrietamiento irreparable. Es en esa fisura misma en donde empieza a gestarse lo nuevo, ese aluvión de ideas y sentimientos que vienen con la etiqueta inconfundible de la incertidumbre. Ya lo cantó Leonard Cohen: «Hay una grieta en todo, así es como entra la luz».

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En la misma sintonía, en Entretantos, una serie de ensayos breves sobre poesía, Daniel Freidemberg se pregunta lo siguiente: «Pero, ¿para qué va a escribir uno poesía si no creyera que la experiencia que propone su poema va a alterar en algún punto el orden del mundo, va a hacer ver de otro modo, aunque sea un poco, las cosas, incluido lo que pueda cada uno ver de sí? ¿Para qué lo va a hacer uno si no espera que de algún modo vaya a agrietar o descolocar o poner en crisis el relato que establece qué sentidos tienen las cosas en el universo, o el sentido que tiene el hecho de estar uno mismo en el universo, o ante sí?»

 Estaba descubriendo el poder de la literatura, el acierto de una frase que puede agarrarnos desprevenidos y producir un agrietamiento irreparable. Es en esa fisura misma en donde empieza a gestarse lo nuevo

Mi primer Borges, entonces, fue ese impacto eléctrico al escuchar una frase y ver la reacción de ese profesor, esa sensación que muchas veces se siente al ver el mar después años. Justamente fue el mar el tema de lo que se conoce como el primer poema del autor de El Aleph, aunque nunca más lo haya recogido en sus antologías. Puede leerse: «Yo estoy contigo, Mar. Y mi cuerpo tendido como un arco/ lucha contra tus músculos raudos. Sólo tú existes./ Mi alma desecha todo su pasado /como en nórtico cielo que se deshoja en copos errantes».

Me quedo en el recuerdo y entro en un laberinto del tiempo, me miro a mí mismo adolescente, con una actitud inocente respecto al futuro y una poca consciencia del pasado: estoy en la orilla viendo las olas que se mueven sin seguir un patrón, pero con constancia. Tomo coraje para meterme en esas aguas de las que ahora sé que ya no puedo salir. Solo es ese mar el que existe, el resto es espuma que se forma y se desvanece por igual. 

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