Apuntes sobre la dulzura | Todos los boleros son accidentados

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Nacido en Cuba a mediados del siglo XIX, los boleros llegan a México para alcanzar su máxima potencia y luego moverse en todo el continente como una fiebre imparable que va mutando como una pandemia. Dos personas que no coinciden en tiempo en forma, un cruce accidentado que deja una secuela para toda la vida. Sobre esa falla, un continente puede construir su identidad musical, su identidad sentimental. 



Así como en la cultura anglosajona, más específicamente en Estados Unidos, existe el blues para acaparar la música melancólica, nosotros tenemos un género muchas veces olvidado pero que todavía sobrevive e incluso logra transformarse, mutar para que no podamos reconocerlo y atacar de nuevo, recuperar su eficacia. Los boleros tienen la capacidad de cambiar sus composiciones secundarias, como un virus, y despertar una pandemia de romance y tristeza al mismo tiempo. 

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En la década del 90′, con dos búsquedas por completo diferentes, hubo dos grandes responsables de su nuevo auge, de un cambio de imagen que logró que la melancolía atacara de forma masiva de nuevo: Luis Miguel y Caetano Veloso. El primero, creando una cepa en donde el pop era el motor principal, el segundo creando un género híbrido -lo que hoy se llamaría fusión- en donde pueden convivir en un mismo sonido el tango, la bossa nova, la canción tradicional. Su punto máximo, claro, fue «Fina Estampa», el disco infaltable en toda casa junto a El amor después del amor de Fito Páez.  

Los boleros tienen la capacidad de cambiar sus composiciones secundarias, como un virus, y despertar una pandemia de romance y tristeza al mismo tiempo.

Así como es sabido que el tango fue un género que nació debido a la mixtura de cultura típica de principios de siglo XX, en donde criollos argentinos, otros latinoamericanos y europeos pusieron en diálogo sus géneros musicales para dar a luz la música nostálgica por excelencia, el bolero también tuvo sus hibridaciones. Nacido en Cuba a mediados del siglo XIX, llega a México para alcanzar su máxima potencia y luego moverse en todo el continente como una fiebre imparable. 




En el derrotero de esa popularidad, el bolero cubano -y después mexicano- fue encontrándose con los ritmos locales de cada país, tomando estructuras rítmicas más alegres y movidas, como el bolero son o bolero cha-cha, lo que terminó de implantar el germen definitivo en quien escribe este texto: la melancolía bailable. La potencia de la música para transmitir lo contrario a lo que suena, algo que después evolucionó en las canciones de los boliches: acordes menores, letras alegres. 

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En un libro, y también en una entrevista, el chileno Alejandro Zambra sentencia con la potencia de toda máxima: todos los libros son libros del desasosiego. Esa definición bien podría calificar para los boleros, el encuentro de dos personas que por una razón u otra no coinciden en tiempo en forma, un cruce accidentado que deja una secuela para toda la vida. Sobre esa falla, un continente puede construir su identidad musical, su identidad sentimental. Sobre el tema existe un bello libro de Martín Kohan: Ojos Brujos (Ediciones Godot, 2015), en donde también se analiza al tango.

 Los boleros, el accidente de dos personas que por una razón u otra no coinciden en tiempo en forma, un cruce accidentado que deja una secuela para toda la vida. Sobre esa falla, un continente puede construir su identidad musical, su identidad sentimental.

Para terminar de ejemplificar esto, tomemos el caso de «Algo contigo», un bolero que trasciende décadas desde su composición por Chico Novarro a mediados de la década del 70′ y que en la interpretación de María Martha Serra Lima con Los Panchos encuentra su versión definitiva.  La primera frase ya toma el tono derrotista: «¿Hace falta que te diga que me muero por tener algo contigo?». Es decir, no alcanza ya con sentir ese amor no correspondido, sino también la necesidad y la incomodidad de expresarlo, de notificar a la otra persona. Desde el principio todo es accidente, dolor, angustia. Pero como dirían nuestros amigos cubanos, padres originales de la criatura: qué rico se siente. 

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