Inventando a Anna y El Estafador de Tinder: ¿qué es lo que enceguece?

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En las últimas semanas dos producciones de Netflix estuvieron en la lista de las más reproducidas: El Estafador de Tinder e Inventando a Anna, un documental y una miniserie basada en una historia real que retratan el caso de dos estafadores. Más allá de las diferencias de los métodos e historias particulares hay una pregunta en común que puede desprenderse: ¿qué es lo que lleva a caer en las mentiras de ambos protagonistas?



Estilos de vida suntuosos, aviones privados, restaurantes de lujo y ropa de marca. Elementos que podrían ser parte de una serie de Netflix que se desarrolla en la zona pudiente de una ciudad estadounidense pero que son parte de las historias personales detrás de dos recientes producciones: El estafador de Tinder e Inventando a Anna. A simple vista, pueden parecer muy diferentes entre sí, pero hay algo que puede funcionar a modo de pegamento, que une tramas, circunstancias, embaucadores y embaucados: el sueño del capitalismo prometido en herencias millonarias. 

A simple vista, pueden parecer muy diferentes entre sí, pero hay algo que puede funcionar a modo de pegamento, que une tramas, circunstancias, embaucadores y embaucados: el sueño del capitalismo prometido en herencias millonarias.

La historia de El estafador de Tinder se difundió rápidamente en redes. Simon Leviv, cuyo verdadero nombre es Shimon Hayut, se hizo pasar por hijo del empresario israelí Lev Leviev, conocido como “el rey de los diamantes”. Con sus autos de alta gama y sus viajes internacionales armó un perfil en una de las apps de citas más populares y a partir de ahí diseñó lo que en el propio documental se nombra como una “estafa piramidal”. Varias mujeres hacen match, son invitadas por el supuesto magnate a un hotel de cinco estrellas, salen, se enamoran, planean convivencia, casamiento e hijos, hasta que un día, después de un tiempo, él las convence de que está siendo perseguido por personas que lo quieren matar a causa de sus negocios. Entonces les pide plata, transferencias de miles de dólares para asegurar su vida bajo la promesa de una devolución que nunca llega.


Inventando a Anna


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Como el título de la otra miniserie lo indica, Inventando a Anna – basada en una historia real también retrata la creación de un personaje a medida de la clase alta neoyorquina. Anna Sorokin se hace pasar por Anna Delvey, una heredera alemana con un fideicomiso millonario, que consigue estafar a banqueros, hoteles e inversores. Con el tiempo fue adentrándose en los círculos más exclusivos, mientras vivía en hoteles de lujo y daba propinas de US$100 dólares. Cuando comenzó las gestiones para fundar un club de arte privado no tardó demasiado en convencer a quienes necesitaba de que su riqueza era legítima pero que por cuestiones burocráticas no podía mover los fondos de Europa a Estados Unidos y de que necesitaba un préstamo para financiar su emprendimiento. ¿Qué fue lo que llevó a todas esas personas a creer en la imagen que Anna retrató de sí misma? ¿A los banqueros a considerar un crédito sin la documentación tangible que se requiere?

¿Qué fue lo que llevó a todas esas personas a creer en la imagen que Anna retrató de sí misma? ¿A los banqueros a considerar un crédito sin la documentación tangible que se requiere?

En la primera historia está el componente del amor romántico y la idea de los cuentos de hadas que incluso una de las protagonistas destaca como parte de lo que la llevó a creer en el personaje inventado de Hayut. Esa es la línea en la que se enmarca el documental desde el inicio: “Los primeros recuerdos del amor son de Disney (…) “Te queda grabada esa sensación de que un príncipe azul vendrá a salvarte”, dice una de las mujeres estafadas. Una idea que está sin dudas entrecruzada con su versión capitalista: la “salvación” monetaria, el estatus social. En Inventando a Anna amistades e inversores ven ella una fuente inagotable de recursos. Cuando la periodista que investiga el caso se pregunta cómo el personaje de un banquero con experiencia y renombre autoriza el préstamo, la respuesta es menos sorpresiva de lo que se imagina: un trato de esa magnitud significaría para él ingresos millonarios de por vida.

Estas no son las únicas producciones que hablan sobre estafas. Sin ir más lejos, en Inventando a Anna, hay una mención a otro caso que también fue noticia central en los medios en 2017: el festival Fyer, una fiesta con entradas vendidas por miles de dólares  que se suponía tendría lugar en una isla en Bahamas. Quien estaba detrás del proyecto Billy McFarland convenció a inversores y celebrities de la exclusividad de un evento que nunca sucedió. Cuando todos llegaron al lugar solo encontraron carpas, colchones tirados y comida de máquinas expendedoras.

Lo que se suponía que sería el evento al que no se podía faltar para no quedar fuera del estatus social en el mundo de redes, influencers y celebridades, fue una farsa que, en el fondo, siguió el mismo patrón que las historias anteriores: cuanta más plata, más lujo y más personajes de renombre involucrados, más efectiva la mentira bajo la promesa de la riqueza capitalista.



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