La hija oscura: algunos tabúes sobre la maternidad

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La hija oscura, el debut como directora de Maggie Gyllenhall basado en la novela homónima de Elena Ferrante, se perfila como una de las películas favoritas de la temporada. Una mirada sobre los conflictos con la maternidad que escapa los relatos más tradicionales para plantear contradicciones y visibilizar tabúes atravesados por el deseo. ¿Qué es lo natural? ¿Cuál es el peso de las redes necesarias para las tareas de crianza con las que muchas veces no se cuenta?



En los últimos años, la maternidad ha sido un eje ampliamente retratado en ficciones que buscan mostrar un costado diferente de aquellos modelos idealizados de amor incondicional y sacrificio que se arrastraron durante generaciones. La hija oscura, el debut como directora de la actriz Maggie Gyllenhaal y adaptación de la novela homónima de Elena Ferrante, puede incluirse en este repertorio, aunque con algunas vueltas de tuerca que escapan los libretos más tradicionales. Y es que hasta hace no tanto tiempo, la maternidad era vista como un tema exclusivamente privado, sin que hubiera posibilidad de discutir las complejidades y ambivalencias que la rodean, el deseo y la crianza como dos caminos que pueden entrecruzarse, pero también alejarse. 

Y es que hasta hace no tanto tiempo, la maternidad era vista como un tema exclusivamente privado, sin que hubiera posibilidad de discutir las complejidades y ambivalencias que la rodean, el deseo y la crianza como dos caminos que pueden entrecruzarse, pero también alejarse.

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Leda Caruso, interpretada por la multifacética Olivia Colman, es una profesora británica de Literatura Comparada que está de vacaciones en un pueblo costero de Grecia. No le gustan las multitudes y parece ser reacia al contacto, lo que lleva a un primer punto de análisis: son varias las personas a quienes le llama la atención que esté sola, como si hubiera algo que le falta. Es por eso también que su cara se transforma cuando la tranquilidad se ve interrumpida por la llegada de una ruidosa familia que suele alquilar una de las casas de la zona y que funciona como un clan al que todos temen y respetan por igual. Leda tiene una suerte de discusión que se termina de resolver poco después, cuando encuentra a una de las niñas del grupo que se aleja de la playa y se la regresa a Nina, una desesperada madre encarnada por Dakota Johnson.

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La realidad es que la protagonista ya la venía observando hacía días con una angustia que todavía no se sabe muy bien de dónde viene. “¿Tenés hijos?”, le preguntan, y ella afirma, responde como ausente, lejana en sus pensamientos. Martha y Bianca tienen 23 y 25 años y las conocemos por algunos flashbacks que muestran a una joven Leda (Jessie Buckley) que juega con ellas y pela una naranja al compás de una canción que hace de secreto compartido por las tres. Pero también la vemos más adelante, desbordada, en una casa con el espacio justo, junto a su pareja, sin estar segura de cómo seguir adelante con las demandas y las exigencias que la agobian cada día un poco más, mientras su carrera académica se estanca y el tiempo personal parece ser un recuerdo. El hartazgo y el cansancio se reflejan en sus expresiones y movimientos: quizás eso sea lo que la conecta con Nina que, aún rodeada de personas, se siente sola, triste, sin poder conectar del todo con su propia hija.

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La hija oscura


De a momentos, Leda adopta con ella un rol casi maternal, percibe su sufrimiento y le da algunos consejos hasta que le confiesa que cuando sus hijas eran chicas las abandonó durante tres años. “¿Y cómo se sintió?”, le pregunta Nina. “Increíble”, contesta la protagonista entre lágrimas. La vemos de joven tomar la decisión, cerrar la puerta sin mirar atrás. La contradicción entre la culpa y el alivio está presente en su mirada, en su forma de relacionarse, la vemos en el pasado y en el presente, en actos que no terminamos de comprender, como cuando decide robar la muñeca de la hija de Nina a pesar del tormento que esa pérdida genera en la nena y en la familia durante días. Los ángulos que se desprenden de la trama son muchos, pero todos pueden construirse alrededor de la tensión de aquellas escenas en las que distintos ingredientes se vierten en una olla a presión, que una joven Leda intenta mantener bajo control pero que finalmente deja explotar. 

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“Soy una madre antinatural”, dice la protagonista hacia el final. Pero ¿qué es lo natural? ¿Cómo se habla en las ficciones de los padres que abandonan y cómo de las madres? ¿Dónde está el peso y dónde el tabú? La hija oscura se aleja de juicios tajantes para hablar de lo que muchas veces se oculta sin clasificar acciones en casilleros vacíos, invitando a repensar la vulnerabilidad, el deseo y las identidades que se conjugan en el vínculo con los hijos. Así, visibiliza las complejidades de la maternidad en lo que refiere a las tareas de cuidado, a la necesidad de redes que permitan llevar adelante las crianzas, a la construcción de una experiencia que se aleja de lo instintivo para introducir una dimensión humana y problematizarla. Una película que, en definitiva, cuestiona y obliga, como no muchas lo han hecho, a enfrentar las sombras que buscan encerrarse.



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