Un viaje al diario | Pasajeros de lo pasajero

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Este ensayo brevísimo sobre lo pasajero no hace más que buscar pequeñas pistas que fueron borradas por el tiempo o están prontas a borrarse. Hacerlo mediante las palabras es una trampa en la que elijo caer siempre. De otra manera, creo que estaría siendo un pasajero dormido o, peor aún, un pasajero muerto de lo pasajero.



La palabra “pasajero” fue la palabra de la última semana. En distintas lecturas, conversaciones, películas, aparecía la idea de lo fugaz de todo. Ya lo sentenció Rainer María Rilke en un poema hace más de cien años: “Ningún sentimiento es definitivo”. Ahora bien, también me puedo detener a pensar en otra acepción del término “pasajero”: la persona que se desplaza de un lugar a otro, que en definitiva es lo que vengo siendo a lo largo de los últimos meses. 

Si algo sabe ser el agua es pasajera, fluir y seguir su cauce, evitar el estancamiento siempre que se pueda. Las personas, en tanto, tendemos a agruparnos en las grandes manchas de humedad.

Podría decirse, entonces, que soy un pasajero de lo pasajero. O que todos, de alguna u otra forma, somos pasajeros de lo pasajero. En su icónico discurso ante estudiantes recién graduados, que luego iba a convertirse en el breve libro Esto es agua, David Foster Wallace dice respecto a la idea de que las ciencias sociales ayudan a “enseñar a pensar”, que a final de cuentas se trata de “ser un poco menos arrogante, tener cierta conciencia crítica de mí mismo y de mis certidumbres…porque un gran porcentaje de las cosas de las que suelo estar automáticamente seguro resultan ser completamente erróneas y fruto del autoengaño”. Bueno, los pasajeros de lo pasajero nos encontramos con esa verdad a los tropezones, en aduanas y trasbordos. 

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La idea central de esa conferencia, que se puede encontrar en la voz de Foster Wallace y subtitulada al español en YouTube, es que hay que recordar constantemente dónde estamos y salir del centro de la escena. Para eso, utiliza la idea de un viejo chiste, en donde dos jóvenes peces no saben qué es el agua ante la pregunta de un pez anciano: “Ey chicos, ¿qué tal el agua?”. Y si algo sabe ser el agua es pasajera, fluir y seguir su cauce, evitar el estancamiento siempre que se pueda. Las personas, en tanto, tendemos a agruparnos en las grandes manchas de humedad.



Pero volvamos a la idea de ser pasajeros de lo pasajero. Al principio de Seda, la también breve y bella novela de Alessandro Barrico, se lee: “Habrán observado que son personas que contemplan su destino de la misma forma en que la mayoría acostumbra contemplar un día de lluvia”. Esa es una forma de ajustarse el cinturón durante el viaje, pero es probable que no sea la más atractiva de todas. Como decía Hebe Uhart en sus clases, “se va escribiendo de a poco, así como uno va viviendo de a poco lo que a uno le pasa”. Ser pasajeros de lo pasajero implica jugar con la cinta retráctil y el seguro del cinturón, estar siempre dispuestos al próximo movimiento.

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Ahora que llevo medio año lejos de casa, siento que mis reflejos están entrenados para poder ir en cualquier dirección. Eso no implica que no haya dudas, miedos o quejas en el medio. Pero todo esos sentimientos también son pasajeros. Después de todo, “esto es agua, esto es agua”. Porque la libertad de movimiento implica decisiones. En su discurso, el autor de La broma infinita es certero al respecto: “El tipo realmente importante de libertad implica atención, y conciencia, y disciplina, y esfuerzo, y ser capaz de preocuparse de verdad por otras personas y sacrificarse por ellas, una y otra vez, en una infinidad de pequeñas y nada apetecibles formas, día tras día”.

Ahora que llevo medio año lejos de casa, siento que mis reflejos están entrenados para poder moverme en cualquier dirección. Eso no implica que no haya dudas, miedos o quejas en el medio. Pero todo esos sentimientos también son pasajeros.

En definitiva, este ensayo brevísimo sobre lo pasajero, no hace más que buscar pequeñas pistas que fueron borradas por el tiempo o están prontas a borrarse. Hacerlo mediante las palabras es una trampa en la que elijo caer siempre. De otra manera, creo que estaría siendo un pasajero dormido o, peor aún, un pasajero muerto de lo pasajero. Prefiero acordarme que todo esto es agua, y es pasajera, incluso en los momentos de ahogo, que son más de los que quisiéramos.

Después de todo, Foster Wallace ya nos advirtió que se trata de “cómo evitar vivir sus cómodas, prósperas y respetables vidas adultas estando muertos, siendo inconscientes, meros esclavos de sus cabezas y de su configuración natural por defecto, que les dice que están extraordinaria, completa e imperialmente solos”.


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