Un viaje al diario | Pablo Aimar y unos apuntes contra la ansiedad

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Los hospitales reciben aumentos de consultas por molestias cardiacas los días de partidos decisivos. La imagen de Pablo Aimar en el banco durante el partido contra México primero, y contra Croacia después, nos abre la puerta a pensar en la ansiedad como un sentimiento inevitable, pero abordable. ¿Cómo vivir el Mundial a la distancia?



Existe algo llamado “El síndrome Abreu”: en cada definición apasionante de fútbol, las consultas por problemas cardíacos aumentan de manera significativa. El nombre del síndrome, como cuenta Dylan Resnik en una nota de Página/12, se debe al caso de una mujer de por entonces 39 años que fue internada en Montevideo después de que el delantero decidiera picar el penal decisivo en los cuartos de final de la Copa del Mundo 2010. Este fenómeno, cuyo nombre fue creado simpáticamente por una revista uruguaya, nos obliga a hablar de la ansiedad. 

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En el partido contra México, una final inesperada recién en la segunda fecha de este Mundial, circuló por todos lados la imagen de Pablo Aimar -ayudante en el cuerpo técnico de Lionel Scaloni- profundamente emocionado después del gol de Messi para abrir el partido que, finalmente, Argentina ganaría 2 a 0 y marcaría el camino inicial para llegar a la final. Lejos de convertirse inmediatamente en un meme, como suele suceder con todo hoy en día, la imagen del exjugador de River causó una gran empatía. 

Verlo a Aimar nervioso primero, contento después, fue un reflejo personal en el sentido más exacto de la palabra, ya que podía ver mi propia cara reflejada con gestos similares en el monitor de la computadora. 

El último partido -la victoria de Argentina 3 a 0 ante Croacia-, mostró la exacta contracara de ese momento: ya con el partido resuelto, la cámara volvió a enfocar al tándem Scaloni-Aimar y se podía ver un gesto de felicidad enorme en la cara del ayudante. Esas dos imágenes, puestas una al lado de la otra, podrían ser el resumen de lo que es este Mundial para todos los argentinos. La presión por ganar y el miedo al fracaso están presentes todos los días, cada vez más. 

Quizás esto pueda percibirlo gracias a la distancia: vivir un momento tan importante a nivel social como la Copa del Mundo a más de 11.500 km de casa produce una perspectiva diferente. Verlo a Aimar nervioso primero, contento después, fue un reflejo personal en el sentido más exacto de la palabra, ya que podía distinguir mi propia cara reflejada con gestos similares en el monitor de la computadora. De fondo, relatores italianos que gracias a su imparcialidad, por suerte no agregan más estrés al momento. 

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Por el lado de las transmisiones argentinas, una de las frases cabecera de uno de los relatores del Mundial, Rodolfo De Paoli, es “aguante corazón aguante”. El síndrome Abreu, siempre a punto de suceder. Sobre esto, el propio Scaloni habló en la conferencia de prensa post partido con México, partido en el que a él también se lo vio emocionado tras el 2 a 0. “Habría que tener más de sentido común y pensar que es solo un partido de fútbol. Mi hermano (Mauro) me llamó, se fue al campo llorando y no podía ver el partido… y no puede ser. No lo comparto y eso mismo sienten los jugadores al salir a la cancha. Tenemos que corregirlo, intentaremos seguir por el camino de que sientan que es un partido de fútbol”. 

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El nerviosismo en exceso de ese partido en particular consistía en que si Argentina perdía, se quedaba afuera por primera vez antes del tercer partido de un Mundial. La presión, sin embargo, fue una constante en todos los partidos de esta Copa: desde la derrota inaugural ante Arabia, cualquier otro traspié significaba la eliminación del conjunto nacional. En un país que se dice que está “condenado al éxito”, al final lo más importante parece no perder primero. 

La derrota siempre está esperándonos a la vuelta de la esquina. Es más, suele ser una visitadora mucho más frecuente que la victoria, sin importar muchas veces lo que hagamos.

Y es ahí en donde la ansiedad dice presente en todo su esplendor: la declaración de Scaloni tras el partido con México llama a darnos cuenta que la derrota siempre está esperándonos a la vuelta de la esquina. Es más, suele ser una visitadora más frecuente que la victoria, sin importar muchas veces lo que hagamos. Vivir el deporte, como cualquier otro aspecto de la vida, con esta sentencia en claro, podría servir de aliciente para calmar la ansiedad de la época, en donde el nerviosismo no siempre está depositado en la victoria propia, sino en no permitir que los demás nos vean perder. 



Lejos de Argentina en estos días, me siento conectado por una soga que se ensancha cada vez más gracias a la emoción y la adrenalina de estos partidos. No quiero que esa soga se suelte y me impacte de lleno en la cara ante cualquier mal resultado: necesito que se mantenga ahí, firme, porque es la que me sirve para poder volver a casa. Después de todo, crecí en una familia en donde no importaba ser el mejor a toda costa, sino hacer lo que se desea con convicción. Tampoco puedo pecar de ingenuo, porque sé que eso no es un remedio infalible contra la ansiedad; pero es el que mejor conozco.

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En definitiva, y siendo honesto, yo también soy Pablo Aimar en este Mundial. Y también fuera de él, en el resto de los problemas cotidianos que llenan la agenda. Pero pienso que, si enfoco diferente, quizás haya otra manera de atravesar las emociones fuertes sin que todo se tiña de oscuridad gracias a la ansiedad.

En su célebre primera “Carta a un joven poeta”, Rilke nos abraza con calma y serenidad a pesar de los más de 100 años de distancia del momento en que fue escrita: “Ser artista quiere decir: no calcular ni contar. Lo aprendo cotidianamente entre dolores a los que estoy agradecido: la paciencia es todo.Procure estar cerca de las cosas que no lo abandonarán; aún están las noches y los vientos que pasan por muchas tierras y atraviesan muchos árboles; incluso entre las cosas y los animales todo está lleno de acontecimientos de los que usted puede participar; y los niños son todavía tan tristes y felices. Hay mucha belleza en todas partes”. 

En definitiva, y siendo honesto, yo también soy Pablo Aimar en este Mundial. Y también fuera de él, en el resto de los problemas cotidianos que llenan la agenda. Pero pienso que, si enfoco diferente, quizás haya otra manera de atravesar las emociones fuertes sin que todo se tiña de oscuridad gracias a la ansiedad. La derrota es una chance más, pero cómo atravizo la misma es una posición estética que intento trabajar a diario. Después de todo, y como escribió Andi Nachon en un poema bellísimo, existe un destino inevitable de todas formas: “«tendría que»/ «lo intentaré»/ «debería de»/ no dejan de repetirme los dictados/ de esas lenguas desatadas/ ante el espejo/ por la ansiedad del porvenir/ como si el placebo de la cosmética/ pudiera con su fe mágica/ detener/ la desesperación ingrávida/ de mis pómulos/ en caída libre/ sobre el remolino inquieto/ de la vida”

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