Un viaje al diario | El síndrome París constante

por
Invitame un café en cafecito.app

Después de reiterados casos, distintos psicólogos afirmaron la existencia de un patrón de desilusión en los viajeros japoneses que volvían de la capital francesa, que llevaba a la ansiedad, depresión y hasta alucinaciones. En un mundo como el actual, donde todo es considerado marketing o mercancía, el síndrome París se puede encontrar prácticamente en todos lados. ¿Qué ventaja tienen las personas que escriben para enfrentarlo? (Foto: ALAMY STOCK PHOTO)



Este fin de semana, un argentino que lleva varios años viviendo en Francia me contó de la existencia de algo llamado “el síndrome París”. De acuerdo a distintos estudios psicológicos, este síndrome se daría luego de que la capital europea no cumpliera con las expectativas de los turistas, especialmente aquellos de origen japonés. En otras palabras, este hallazgo no hace más que confirmar algo que se aprende a los golpes: toda una vida esperando conocer algo trae la contracara inevitable de la decepción.

En un mundo como el actual, donde todo es considerado marketing o mercancía, el síndrome París se puede encontrar prácticamente en todos lados. Incluso en el vínculo entre dos personas: la proyección de lo que se desea sobre el otro siempre concluye en un final predecible, como la desilusión y el fracaso. Sin embargo, no todo debería terminar así, o al menos podemos divertirnos intentándolo. El siglo XXI puede tener lugar todavía para alguna utopía suelta.

La proyección de lo que se desea sobre el otro siempre concluye en un final predecible, como la desilusión y el fracaso. Sin embargo, no todo debería terminar así, o al menos podemos divertirnos intentándolo

Si me detengo a pensar en el exceso de síndrome París de estos años, no sé si es posible afirmar la existencia de una estrategia para embestirlo de manera eficaz y concreta, pero sí creo que hay muchos acercamientos para que eso pueda pasar. Esto me lleva a Hebe Uhart en sus clases, recuperadas por Liliana Villanueva, cuando señaló: “Existe una tendencia en el ser humano a encontrar lo que está mal en el otro. Ese es un vicio, un hábito que hay que descartar, porque no sirve ni conduce a nada. Tendemos a creer que somos buenos, hermosos y diligentes y que los demás están llenos de defectos”. Ser conscientes de eso es un excelente primer paso.

(Te puede interesar: Un viaje al diario | Barcelona, valijas llenas y escaleras)

Creer que París es realmente “la ciudad del amor” o que vamos a encontrar ahí toda la belleza y cultura del mundo occidental, es un gesto cuanto menos ingenuo. Pero no es cuestión de andar repartiendo culpas cuando todo a nuestro alrededor nos empuja a ser consumidores pasivos, a aceptar los discursos vacíos y unidireccionales de la publicidad. Más aún, cuando la imagen inerte de la Torre Eiffel también podría ser la de nuestra propia existencia.



La generación nacida a finales del siglo XX, los denominados “millennials”, crecimos ante el derrumbe de un modo de vida y la ausencia de un reemplazo. Es decir, podemos ver el póster de la bella París colgado, pero ya perdió su color y casi todas las chinches que lo sostenían. Cuando se caiga del todo, difícilmente aparezca la postal de otra ciudad llenando ese hueco. Ahora pensemos lo mismo, pero en vez de París, pongamos en su lugar la vida profesional, la vida amorosa, los proyectos a futuro. ¿Dónde hay un modelo a seguir que no esté puesto en disputa?

El síndrome París, entonces, capaz sea el nuevo nombre que tiene algo que ya conocemos: el chasco de la vida adulta. Nada es como pensamos, nada va a ser como pensamos

Si me pongo en el lugar de esos turistas japoneses decepcionados con la capital francesa, envidio ese costado ilusorio de todavía creer en algo. Entiendo, también, el golpe que significa comprobar que en los pies de la Torre Eiffel se acumulan ratas, latas de basura y calles rotas. Al mismo tiempo que los visitantes hacen filas para ver la ciudad desde arriba, los vendedores ambulantes tienen que escaparse de los controles policiales. Una vez en la cima, se puede comprobar que el cielo estrellado de París existe, pero detrás de la contaminación lumínica. Una vez abajo, se comprueba que no hay un filtro de Instagram que nos haga ver felices en las fotos más eficaz que el olvido; y cada vez más tenemos que recurrir a él para que todo parezca bello.

(Te puede interesar: Un viaje al diario | Cortázar, Buenos Aires y la cruz del sur)

El síndrome París, entonces, capaz sea el nuevo nombre que tiene algo que ya conocemos: el chasco de la vida adulta. Nada es como pensamos, nada va a ser como pensamos. Pero acá es donde paro la pelota del nihilismo e intento cambiar de frente. ¿No es mejor aceptar la verdadera cara de una ciudad y movernos en base a eso? Si ni siquiera el espejo puede devolvernos una imagen aceptable porque no sabemos ya qué es lo aceptable, entonces hay una libertad de movimiento que nos puede venir de maravilla.

En ese mismo capítulo de Las clases de Hebe Uhart, la narradora argentina señala en torno a la actitud de un escritor ante un texto: “A veces uno se siente escribiendo o viviendo por debajo de algo que podría hacer mejor y se siente en falta”. En otras palabras, el síndrome París también en la escritura. Al final de cuentas, capaz las personas que escribimos tengamos una única ventaja: la desilusión dice presente en cada palabra que escribimos.


** Conscientes del momento económico complejo en el que gran parte de la sociedad se encuentra, dejamos abierta una vía de colaboración mínima mensual o por única vez para ayudarnos a hacer nuestro trabajo, sobre todo a la hora de solventar los gastos – muchas veces invisibles- que tienen los medios digitales. Sumate a LPP y HACÉ CLIC ACÁ 🙂.

☕ ☕También podés donarnos un cafecito o la cantidad que quieras ❤️.