Ana Ojeda: «Estamos atravesando un proceso de diálogo social»

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Con la publicación de su última novela, Vikinga Bonsái (Eterna Cadencia, 2019), Ana Ojeda rompe límites convencionales, experimenta, juega y crea una forma distinta para narrar lo convencional. Escrita en lenguaje inclusivo, pero con muchos otros recursos reversionados, este libro propone una clave distinta de lectura que, además, explora los vínculos y atraviesa temas como la sororidad o la familia. La literatura en tiempos de pandemia, las transformaciones profundizadas por los feminismos y más en la siguiente entrevista. 



Escritora y editora, Ana Ojeda tiene un largo camino recorrido dentro del mundo literario. Su octavo libro, Vikinga Bonsái (Eterna Cadencia, 2019) reconfirma su trayecto por fuera de los parámetros tradicionales y su habilidad para encontrar formas no convencionales de narrar lo cotidiano. Al respecto, afirma en diálogo con La Primera Piedra: «No escribo pensando en cómo va a funcionar determinada cosa. Mi idea de escritura sería poder hacer circular el material ni siquiera enterándome de lo que pasa después». Además, agrega: «Es como si fueras al gimnasio y diez años después siguieras haciendo el mismo circuito».

De esa búsqueda surgió así una novela que se distinguió desde el momento de su publicación por un rasgo particular: está escrita en lenguaje inclusivo. Sin embargo, no es lo único que caracteriza a Vikinga Bónsai. A través de sus páginas, el lenguaje se desarrolla en múltiples direcciones, formando un mosaico con palabras en diferentes idiomas, neologismos y, en particular, una manera de narrar en la que hechos rutinarios cobran otra dimensión. En ese sentido, Ojeda dice: » Lo que me interesa ahí es que estos personajes que tienen ideas, objetivos de vida, deseos,  hijos e hijas, están maniatadas por necesidades muy banales que, además, son repetitivas, permanentes».

En Vikinga Bonsái el lenguaje se desarrolla en múltiples direcciones, formando un mosaico con palabras en diferentes idiomas, neologismos y, en particular, una manera de narrar en la que hechos rutinarios cobran otra dimensión.

Pero además, Vikinga Bonsái pone la mirada sobre los vínculos para preguntarse sobre un tema que adquirió mucha presencia en el último tiempo con la masificación de los movimientos feministas. «En el momento en que estaba escribiendo quería pensar el tema de la sororidad, que era algo que se estaba discutiendo mucho, porque nos preguntábamos públicamente qué significa». La novela sigue así de cerca a un grupo de mujeres que, ante determinadas circunstancias, se ven obligadas a convivir en un departamento durante una semana, repartiéndose tareas de cuidado y enfrentándose a los desafíos que comienzan a surgir, en un ritmo por momentos frenético donde no falta el humor como elemento esencial.



— ¿Como venís llevando la cuarentena en relación la lectura y escritura?

— Estoy leyendo un montón, que no era un objetivo que me había puesto, ni algo que hubiera pensado. Escribiendo, más o menos, porque es una situación muy rara y a mí me pasa que, para escribir, necesito no ser protagonista, estar un poco en la oscuridad y tener esa libertad de observar sin ser vista. Lo que siento con esta cuarentena es que somos todos protagonistas. Tiene que pasar un tiempo hasta que eso precipite y dé origen a algo, si es que lo hace, o  tal vez no da origen a nada, y preferimos olvidarlo.

— Al inicio de la cuarentena se la relacionaba mucho con la idea o la posibilidad de  productividad.

Estoy en contra en general de la productividad, si une es productive , le sale y le hace feliz, genial, pero la productividad capitalista como objetivo de vida me parece que es una cagada, tener que escribir porque sí y porque tenés el tiempo. Me acuerdo que una vez leí una entrevista de Lucrecia Martel – que es alguien que me encanta y quien realmente creo que tiene una claridad conceptual enorme –  en la que le preguntaban por qué había hecho tan pocas películas y ella decía “Yo, en realidad, estoy en contra del trabajo y trato de hacer todo  para trabajar lo menos posible”.  La verdad es que, cuando lo leí, pensé que justamente eso me representa. Mi búsqueda vital va mucho por el hedonismo y por hacer cosas que me hagan sentir bien y casualmente la escritura está entre esas cosas. No me interesa la productividad por la productividad misma.

Mi búsqueda vital va mucho por el hedonismo y por hacer cosas que me hagan sentir bien y casualmente la escritura está entre esas cosas. No me interesa la productividad por la productividad misma.

— Entre los discurso que circulan en relación a la cuarentena se habla también mucho de una “nueva normalidad”. Desde tu rol como escritora y editora, ¿cómo ves esa salida? Sobre todo en un ámbito tan vulnerable como la cultura independiente.

— Creo que nosotros acá, en Argentina, vivimos en un estado de crisis constante y la industria cultural independiente vive permanentemente en crisis. Tuvimos cuatro años de macrismo que eran el fondo del tarro, no había más abajo y, cuando parecía que íbamos a empezar a repuntar, nos cae la pandemia. Estamos permanentemente buscando la luz al fondo, pero no nos veo realmente en una pradera iluminada en la que se viva sin esfuerzo. Realmente no recuerdo haber vivido ninguna, ni siquiera en los años del  krichnerismo más prototípico, en que los pequeños sellos editoriales podían vivir sin preocupaciones. Siempre había que buscar el mango, asociarse, tratar de hacer distribuidoras independientes y ver cómo vender los libros en las ferias. Tal vez no soy tan positiva, pero nunca conocí esta panacea o momento en el que todo funciona sin esfuerzo.

— En el medio se ve la necesidad de seguir tejiendo redes…

— Sí, también darnos cuenta de que somos seres muy habituados a vivir en medio de una incertidumbre total. Vos fijate que nos cae la pandemia, estamos encerrados en nuestras casas – los que tenemos la gran suerte de estar en una casa – y, de pronto, todo el mundo está haciendo pan de masa madre, yoga…No hay delay. Hay un nivel de reacción rapidísimo, todo el mundo inmediatamente conectó estar enclaustrado, encerrado y va para adelante. Creo que eso también habla de nuestra resiliencia, de estar acostumbrades a estar remando permanentemente.



Ana Ojeda// Foto: Pedro Pérez para Tiempo Argentino


— Hablando ahora de tu último libro, Vikinga Bonsái, es una novela conocida por estar escrita en lenguaje inclusivo pero por ser también disruptiva en muchos otros sentidos. ¿Cómo trabajaste esa experimentación con el lenguaje?

— La realidad es que mi objetivo principal es pasarla bien. No escribo pensando en cómo va a funcionar determinada cosa. Mi idea de escritura sería poder hacer circular el material ni siquiera enterándome de lo que pasa después. Tengo sentimientos encontrados: en el momento en que lo estoy haciendo es cuando siento que algo se está moviendo: me divierto, me entristezco, me frustro… Es como una especie de pelea greco-romana conmigo misma, con los materiales, con la idea de lo que quiero decir y con lo que realmente me sale que, a veces, no se acerca. La realidad es que no dije “lo que voy a hacer es trabajar con el lenguaje”, es algo que fue surgiendo de no aburrirme. Lo que yo quiero hacer de mi vida es estar constantemente escribiendo y esto genera después publicación, un montón de cajón de cosas que quedan guardadas y una cotidianeidad con el hecho de escribir. No puedo escribir siempre igual porque sería un garronazo. Es como si fueras al gimnasio y diez años después siguieras haciendo el mismo circuito. Lo del lenguaje y del juego son búsquedas semi conscientes  de hacer algo que no haya hecho, lo que no quiere decir que sea nuevo porque, en general, ya todo está hecho y, lo que hacemos, es combinar de forma nueva cosas que ya existen.

— ¿Qué es lo que te propusiste con la historia de la novela?

— Di con este grupo de amigas que, como señaló Cecilia Fanti en una entrevista, están efectivamente como en una cuarentena. Estas chicas  quedan con sus hijos en un departamento donde tienen que aguantar una semana. Lo que me interesaba también en el momento en que estaba escribiendo era pensar el tema de la sororidad, que era algo que se estaba discutiendo mucho, porque nos preguntábamos públicamente qué significa. ¿Significa que una mujer no puede criticar a otra? ¿Que todas las otras mujeres del mundo hacen todo correctamente? Un poco lo que quería era cruzar eso con la pregunta sobre qué es una familia que, para mí, no está dado solamente por los vínculos de sangre, sino que las verdaderas familias  que tenemos son las electivas, las culturales, la gente de la que elegimos rodearnos, que a veces coincide con gente que tiene tus mismos genes y otras veces no. Me parecía  interesante pensar: ¿no será esa la familia? Ese núcleo mínimo que nos hace existir en sociedad.

Lo que me interesaba también en el momento en que estaba escribiendo era pensar el tema de la sororidad, que era algo que se estaba discutiendo mucho, porque nos preguntábamos públicamente qué significa.

—  Es interesante ver también como la construcción de estos personajes se forma con este grupo de mujeres en el núcleo de un espacio doméstico, obligadas a realizar tareas de cuidados, y  ver cómo el libro viene a romper mandatos tradicionales en se aspecto.

— Sí, efectivamente. No solo en la literatura, también en el cine, cuando estás contando una historia, hay un montón de tareas del hogar y de reproducción que, por monótonas y aburridas y, porque no se quieren hacer, no se cuentan. La realidad que tu día a día está lleno de obligaciones imbéciles que tenés que hacer, como por ejemplo ir a comprar comida. Lo que me interesa ahí es que estos personajes que tienen ideas, objetivos de vida, deseos,  hijos e hijas, están maniatadas por necesidades muy banales que, además, son repetitivas, permanentes. ¿Cómo se narra entonces eso para que no resulte pesado?  Es ahí donde el lenguaje es capaz de mostrarlo de manera novedosa. Las mujeres que están en ese comedor una semana se la pasan cocinando, yendo a comprar, cuidando a les pibes  para que no se maten, entreteniéndoles y, después,  juzgando silenciosamente y tratando de soportarse. Las vías de fuga de esa máquina permanente de repetición son mínimas, una masita o un mate. De alguna manera, lo que las une ahí es el deber ser.

— En relación a esa reversión de lo cotidiano, hecha desde el lenguaje, también puede distinguirse al humor como un elemento muy presente entre los hechos que van sucediéndose casi como si se trataran de flashes fotográficos.

Totalmente, me di cuenta de que no tolero la tragedia, no la puedo procesar y entonces recurro naturalmente al “río para no llorar”. La única observación que me hizo la editora cuando lo leyó fue que en ningún momento nadie dice “qué horror esto que paso”. Todas siguen a pesar de la situación trágica, todo el universo sigue hacia adelante, porque así es la vida: te mueras vos o se muera otro. Me parece que la manera de poder atravesar eso es justamente el humor, que es potentísimo, hace bien poder reírse.



Ana Ojeda en el ciclo Siga al Conejo Blanco


— Este año se cumplieron cinco años desde la primera marcha Ni Una Menos, evento que desencadenó múltiples transformaciones.  ¿Qué creés que cambió desde ese momento en el ámbito de la literatura?

Creo que es un cambio astronómico, no solo en lo literario, sino en nuestra sociedad, que realmente marcó un antes y un después. La primera marcha de Ni Una Menos fue la sociedad civil, salimos a las calles. Fue re contra multitudinaria y, a partir de ahí, las mujeres empezamos a entender de manera masiva que tenemos una opinión, que podemos darle voz, que tenemos la posibilidad de salir a la plaza pública, expresarnos y exigir respeto e igualdad de condiciones. Me parece que eso es un hito, no porque antes no hubiera mujeres individuales que lo hicieran, que por supuesto las había, pero ahora hay una consciencia social sobre eso y, además, hay diálogos permanentes entres dos, tres, cuatro personas, mujeres, hombres… Todos estamos debatiendo cómo rearticular cuestiones vinculares que no nos gustan, hacia donde queremos ir, qué queremos guardar de lo que teníamos, qué queremos cambiar. Estamos atravesando un proceso de diálogo social, las olas que se desprenden de eso son imparables.

— Cambiaron las formas de percepción…

—  Ojalá generen un cambio para siempre y lleguemos a entender que el género es una aspecto más de un ser, no es algo definitorio de la identidad. Si te hubiera conocido hace cinco años hubiera dicho “es una chica alta, faca, no flaca, lesbiana, hetero…”. Esas son todas cosas que te integran pero no te definen necesariamente. Creo que ahí se abrió una puerta enorme, casi a un mundo de la semiología, de la interpretación de los signos, de ponerse a pensar con qué elementos quiero yo definir a un ser. Eso es muy interesante de ver en el ámbito literario. Hay una literatura tradicional en la que, cuando se introduce un nuevo personaje, inmediatamente se dice cómo se ve. Ya ahí te cago la mitad de la libertad que tenés vos como lectora para decir quién será o como será, para conectar con ese personaje. Pienso que los feminismos nos traen esa libertad, poder desvestirnos de un montón de mandatos, no necesariamente malos, sino de cosas que no pensamos previamente, que ya no queremos reproducir. Eso lo que hace es liberarnos de un peso ajeno que no nos corresponde.

Todos estamos debatiendo cómo rearticular cuestiones vinculares que no nos gustan, hacia donde queremos ir, qué queremos guardar de lo que teníamos, qué queremos cambiar. Estamos atravesando un proceso de diálogo social, las olas que se desprenden de eso son imparables.

—  Sí, es algo muy amplio, que fue excediendo círculos.

Los feminismos arrancaron muchísimo antes, lo que pasó en estos cinco años es que tomaron una dimensión masiva. Fue como cuando en el kirchnerismo Néstor dijo “Clarín miente” y, de repente, todos nos pusimos a pensar sobre eso, fue una especie de clase de semiología masiva, todes pensando de dónde sale un mensaje, a quién va, cómo se modifica, si refleja o no refleja el pensamiento de la persona que lo emite. Esas son cosas que se estudian en la universidad y que, de pronto, pasaron a la calle. Con los feminismos es lo mismo: eran disciplinas o militancias que estaban contenidas en ámbitos específicos, particulares, pequeños y desbordaron. Ahora eso va a avanzando y nos vamos  planteando problemáticas, porque hoy en día muchas veces nos enfrentamos a situaciones de las cuales ya no sabemos qué pensar.

— Para ir cerrando, ¿qué autores o autoras podés nombrar como referentes respecto a lo que es la experimentación del lenguaje?

— Todos (risas). De los últimos que estoy leyendo, te puedo nombrar a Elvira Orpheé, que tiene una novela maravillosa que se llama Aire tan dulce, publicada por Bajo la Luna. También está Libertad Demitrópulos, otra grandísima escritora que, además de escribir divinamente, llevó a cabo un plan escritural que abarcaba todo el país, porque tiene la novela del Noroeste, del Nordeste, de la Patagonia, del centro… Cada novela tiene una temática que tiene que ver con esa región. No es una novela suelta, sino una mujer que se pone a pensar cómo transmitir este país.  Está Sara Gallardo, me gusta mucho César Aira, Horacio Quiroga. Son gente que leo y que me inspira, que me da ganas de escribir, no sé si necesariamente hacen lo que hago yo.



— Por último, ¿en que otros proyectos estás trabajando ahora o tenés pensados para el futuro?

— Ahora terminé una novela que cuenta una supuesta revolución feminista en Buenos Aires que triunfa, es un género que me encanta y desde el que ya había escrito. Se llama ucronía: es imaginar que hubiera pasado si no sucediera lo que sucedió. Ya había escrito una novela medieval, Muy in Medias Res le había puesto, en la cual imagino que hubiera pasado si no nos hubiéramos declarado independientes y hubiéramos seguido siendo una monarquía  en lugar de avanzar hacia la independencia. Ahora, hice una a la que llamé Mañana Fulgor, que es una revolución feminista que empieza cuando el lenguaje inclusivo hace entrar en crisis al Estado, que no se puede comunicar con sus súbditos, con nosotres. Los movimientos feministas se agarran de esa situación de mucha dificultad para salir a las calles con bombas y tomar el Estado, imponiendo, por reparación histórica, que se pase a hablar en femenino. Toda la novela está entonces escrita en femenino y es uno de los pocos libros que sobreviven a una especie de purga de libros escritos en masculino que pasan a estar prohibidos. Es una especie de fantasía distópica de lo que sucede cuando cambia el régimen hacia los feminismos, pero el problema es cómo habitan los feminismos una estructura  patriarcal como es el Estado.

De a poco, entre todas y todos nos vamos a ir autoeducando para encontrar formas más justas y equitativas de vincularnos.

— Podría relacionarse también pensando en lo que hablabámos antes respecto de la familia.

— Claro, eso también nos lo podemos preguntar con la familia que es la estructura patriarcal mínima de la sociedad. Estamos en todos los estadios de nuestras vidas en estructuras patriarcales, que me parece que es algo que hay que pensar y que no vamos a poder resolver de manera individual, son situaciones colectivas. De a poco, entre todas y todos nos vamos a ir autoeducando para encontrar formas más justas y equitativas de vincularnos. En el fondo, después de que nos pasamos factura, llegamos a un momento en el que ya nos desahogamos y ahí es donde hay que empezar a construir. Eso es lo que tenemos que pensar: qué tipos de vínculos queremos, porque si no, cada une se va a quedar sole. La idea es que, como somos animales sociales, como decía Durkhein, tenemos que aprender a vincularnos. En ese sentido, soy muy optimista y creo que, como sociedad, vamos a ir hacia adelante y se va a establecer una especie de inconsciente colectivo en el que no importe si se es hombre, mujer, travesti o trans, con ser un ser ya está.


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