Me la llevé a marzo: Informe PISA y otros rankings educativos

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“Los chicos no estudian”, “La calidad educativa es pésima”, “A los adolescentes de hoy no les interesa nada”, son sólo algunas de las frases que suelen escucharse cuando se trata de debatir acerca del sistema educativo actual y que se encuentran instaladas bajo la forma de prejuicios férreos que se perpetúan entre conversaciones de oficina y charlas de café. Más allá de ser un año electoral en el que la educación es uno de los ejes a tener en cuenta en las plataformas políticas de los candidatos, en 2015 Argentina, al igual que otros países, será puesta bajo la lupa de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) a partir de la realización del Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes, mejor conocido como informe PISA. En este contexto, conviene desnaturalizar una serie de lugares comunes que exceden la discusión sobre la situación educativa.


Las malas notas del informe PISA

El informe PISA, que recibe este nombre por sus siglas en inglés (Programme for International Student Assessment), es publicado desde el año 2000 por la OCDE, asociación fundada en 1961 y formada por 34 países, que analiza índices de productividad y coordina políticas económicas y sociales, colaborando con su desarrollo y el de las naciones no miembros, en función de sus propios objetivos de maximización de crecimiento.

También conocida como “el club de los países ricos”, la OCDE nucleaba, hacia el año 2012, a los estados que representaban el 80% del  PNB mundial. Por lo tanto, antes de cualquier apreciación, es pertinente destacar que el informe PISA no es llevado a cabo por una institución u organismo educativo, sino por una organización comprometida con “la economía de mercado” que genera evaluaciones sobre la base de una metodología cuantitativa y homogeneizante, en detrimento de toda particularidad y diversidad cultural.

Antes de cualquier apreciación, es pertinente destacar que el informe PISA no es llevado a cabo por una institución u organismo educativo, sino por una organización comprometida con “la economía de mercado” que genera evaluaciones sobre la base de una metodología cuantitativa y homogeneizante, en detrimento de toda particularidad y diversidad cultural.

El informe de la OCDE se realiza sobre el análisis de una serie de pruebas organizadas cada tres años, en alrededor de sesenta países de todo el mundo. Las evaluaciones tienen el objetivo de medir las competencias académicas de los alumnos de quince años a partir de la consideración de tres áreas: Matemática, Lengua y Ciencias Naturales. De este modo, se obtienen como resultado una serie de estadísticas que clasifican a las distintas regiones dentro parámetros cuantitativos, que fijan estándares internacionales de lo que la educación debería alcanzar. Rigurosidad paradójica de una falsa objetividad, excluyente de criterios esenciales que derriban cualquier comparación.

Las pruebas ignoran tradiciones históricas, experiencias nacionales y situaciones socio-económicas, pasando a todos los países por el mismo tamiz. Lejos de reflejar las realidades particulares, el informe PISA, cuyos resultados de 2012 colocaron a la Argentina entre los últimos puestos a nivel internacional, descuida las especificidades escolares, midiendo en el proceso una especie de escala del coeficiente intelectual, aislada de contextos y culturas. La OCDE celebra su iniciativa como “la única encuesta internacional para medir conocimientos y habilidades”. Pero, ¿de qué clase de conocimientos estamos hablando? Al parecer de saberes constitutivos de un panorama tripartito que no excede las áreas académicas consagradas desde la época de Sarmiento.


«No soy un 7»

El ranking como instrumento principal a la hora de evaluar resultados no es nada nuevo. La institución educativa se ha edificado sobre este sistema igualador desde tiempos inmemorables. La escala numérica del 1 al 10 parecería en muchas ocasiones definir no sólo conocimientos, sino también destrezas, personalidades y esencias que conforman predicciones proféticas de éxito o fracaso que poco se corresponden con la realidad que el alumno tiene que enfrentar por fuera de un sistema que lo ha contenido desde los tres años de edad hasta pasada su adolescencia.

Más allá de las modificaciones que se han hecho con el paso de los años en los planes de estudio, la escuela ha eternizado las capacidades y competencias valoradas y las ha reducido a objetivos cuantificables, medibles y observables con estándares y parámetros que no logran resaltar las particularidades ni los pensamientos divergentes. En la rutina del aprendizaje sistemático y lineal, la multiplicidad de saberes y conocimientos que circulan de forma paralela al ámbito educativo y mucho más rápido de lo que los contenidos curriculares pueden aprehender, son generalmente excluidos de un diálogo académico estructurado.

En la rutina del aprendizaje sistemático y lineal, la multiplicidad de saberes y conocimientos que circulan de forma paralela al ámbito educativo y mucho más rápido de lo que los contenidos curriculares pueden aprehender, son generalmente excluidos de un diálogo académico estructurado.

Los modelos rígidos difícilmente pueden compatibilizarse con la flexibilidad requerida para fomentar la creatividad, curiosidad e imaginación de todos los niños, que, lejos de no tener interés, en muchas ocasiones no encuentran contención en instituciones que buscan adaptar las nuevas generaciones a moldes estáticos, en lugar de evolucionar en función de las necesidades de los chicos. No es cuestión de desestimar por completo los contenidos, sino de no sobrevalorarlos al punto de considerarlos el único parámetro de inteligencia o capacidad y por lo tanto el indicador determinante a nivel global de la calidad educativa.

sistema educativo

Valorar la originalidad y la diversidad es también dar cuenta de que las habilidades van más allá de escalas, del pensamiento matemático, lingüístico o científico, que el aprendizaje puede ser holístico, y que no existe un camino único de respuestas pre-fabricadas, sino desafíos y retos que implican un viaje hacia lo desconocido, una participación activa y una construcción conjunta.


Foto de portada: «La educación prohibida»

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