Comunicación y democracia

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Ya conocemos la historia. Después del final de la mayoría de las dictaduras latinoamericanas, nuestros países aún viven las secuelas y las consecuencias de un plan económico (en primera instancia) y político (en segundo plano), sistemático e integral, que buscó desarticular las cohesiones sociales y aplicar un modelo neoliberal a través de estrategias de terror, miedo y persecución; estrategias que necesitaron de los medios de comunicación para la creación de significaciones y sentidos que respaldaran y justificaran (y en menor medida se resistieran) a la nueva situación. Lo ocurrido en los países latinoamericanos en los años ’70 y ’80 tiene que ver con un proyecto que buscó instaurar un modelo económico de apertura del mercado y concentración financiera en pocas manos (apoyado en las medidas impulsadas por los organismos internacionales y posteriormente con las recomendaciones dictadas por el llamado Consenso de Washington de 1989). Todavía hoy vivimos las consecuencias de ese período que no debemos olvidar. Es por eso que es necesario discutir la relación entre la comunicación y la democracia para no volver a caer en viejos errores y avanzar hacia nuevos tipos de participación ciudadana. En este marco cabe preguntarnos: ¿en qué tipo de democracia queremos vivir?

El ámbito comunicacional sigue siendo de gran importancia para la conformación de la opinión pública (aunque alejado de las viejas teorías funcionalistas que consideraban a los sujetos como pasivos ante los medios masivos) y las nuevas tecnologías amplían el terreno para una multiplicidad de voces y versiones, y para un mayor acceso a la información (con su contracara: una pérdida cada vez mayor de las privacidades personales). Es preciso, por lo tanto, repensar la democracia. Es preciso, también, traer a escena los medios de comunicación con todas sus flaquezas, sus errores y sus potencialidades: la capacidad de acercar, junto a todas las opiniones comunes, las voces de los más alejados, de los pueblos originarios, de las minorías marginadas, de los nuevos colectivos sociales, etc. para que adquieran visibilidad y puedan formar parte de esta nueva alianza social en pos de un nuevo concepto de democracia. Hay que velar por la reapropiación de los conceptos de libertad e igualdad, conceptos que cayeron en desuso y desmitificación, y tratar de resignificarlos dentro del nuevo escenario que se está configurando. Y es por eso que necesitamos, hoy más que nunca, la presencia de nuevos periodistas independientes, intelectuales orgánicos que puedan actuar no tanto como voceros sino como articuladores de las demandas de la sociedad, de toda ella, con diferentes puntos de vista y con disposición al debate y la articulación de ideas para poder pensar en una nueva democracia como un proyecto a largo plazo que aprenda de los errores anteriores y avance para llenar los espacios allí donde aún no puede dar respuestas.

Esta nota, lejos de dar soluciones, propone abrir de nuevo el debate y poner el foco de atención sobre la importancia y la responsabilidad que debe adquirir la comunicación en la construcción de una nueva sociedad. No hay democracia política sin comunicación democrática. La comunicación es un servicio público y debe estar sometido, a su vez, a la decisión ciudadana. Es fundamental considerar y repensar a los medios de comunicación como un ámbito de debate público, espacio para instituir simbólicamente lo que la democracia debe ser de acuerdo a lo que los ciudadanos desean que sea, con respecto a sus propios aportes y a la posibilidad de que cada uno de ellos, con igualdad de oportunidades, puedan participar de esta elección. Por eso es importante crear nuevos espacios de comunicación y transmisión, espacios de formación y mutua con-formación, y exigir que el ámbito público se presente como un espacio para debatir la necesidad de replantear los proyectos democráticos y repensar la responsabilidad de los diferentes actores que se involucran en este trabajo. Asumir la responsabilidad periodística como una responsabilidad cívica, política y moral. Así, con el aporte de todos, podemos formar la democracia que todos queremos.