¿Qué cambió a tres años de Ni Una Menos?

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Este domingo 3 de junio se cumplen tres años desde la primera marcha por Ni Una Menos, la convocatoria que, desde 2015, viene llenando las plazas de todo el país reclamando el fin de la violencia machista en todas sus dimensiones. La movilización logró con el tiempo masificar demandas y ampliar los núcleos de los movimientos feministas, llevando la problemática a espacios hasta hace un tiempo impensados. ¿Qué es lo que cambió durante este tiempo? (Foto: China Díaz)



Hace casi tres años, los movimientos feministas dieron un salto histórico. Para muchos, el 3 de junio de 2015 quizás se presentó como un hecho inesperado, pero la realidad es que fue el resultado de años de militancia activa y de reclamos imposibles de callar, que se pintaron en las paredes, en los cuerpos y en cada rincón de las calles para decir «basta». La primera movilización desbordó las plazas de todo el país. Semanas antes, el 10 de mayo, Chiara Páez, una adolescente de 14 años de la localidad de Rufino, provincia de Santa Fe, había sido asesinada a golpes y su cuerpo enterrado en la casa de su novio. El hecho se sumó a la ola de femicidios que todos los días demuestran el extremo más cruel de una cadena de violencias a las que las mujeres se enfrentan de forma cotidiana.

En el Congreso se concentraron alrededor de 300 mil personas. Las consignas fueron muchas, pero todas apuntaron a lo mismo: desarmar la cultura machista que se encuentra en la base de las agresiones y exigir al Estado que tome acción frente a las desigualdad de género, visible en múltiples ámbitos sociales.

En el Congreso se concentraron alrededor de 300 mil personas. Las consignas fueron muchas, pero todas apuntaron a lo mismo: desarmar la cultura machista que se encuentra en la base de las agresiones y exigir al Estado que tome acción frente a las desigualdad de género, visible en múltiples ámbitos sociales. Se trató no sólo de repudiar la violencia física, sino también de denunciar las de índole económica, psicológica, simbólica y sexual. Fue la continuación de un grito que se gestó durante años y cuya masividad ocupó un lugar central en la agenda mediática. De a poco, el feminismo se hizo un lugar en espacios que antes se encontraban vedados y la conciencia acumulada se expandió por fuera de los círculos militantes y académicos tradicionales. 

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Foto: Mar Garrote Cortínez



Se comenzaron a cuestionar los roles y a repensar las prácticas, despertándose en varios espacios una necesidad de transformación, con la certeza de que ahora, a diferencia de lo que sucedía años atrás, las denuncias tienen oportunidad de ser escuchadas. Pero deconstruir el sentido común arraigado en todas las instituciones sociales es una cuestión compleja, colectiva y permanente. No es fácil derribar los discursos patriarcales en los que se basa toda educación que, desde la primera infancia hasta la adultez, reproducen estereotipos y relaciones de dominación. Es por eso que, al tiempo que los movimientos feministas y sus reclamos se fueron extendiendo, encontraron también la resistencia de quienes les resulta molesto o incomprensible que las mujeres defiendan la libertad sobre sus vidas y sus cuerpos a viva voz. 

Se comenzaron a cuestionar los roles y a repensar las prácticas, despertándose en varios espacios una necesidad de transformación, con la certeza de que ahora, a diferencia de lo que sucedía años atrás, las denuncias tienen oportunidad de ser escuchadas.

Mucho se dijo – y se continúa diciendo – sobre el feminismo, en particular desde los medios de comunicación, que son los que tienen una responsabilidad esencial a la hora de crear conciencia sobre una sociedad más justa y respetuosa, construida sobre la equidad de género. Que el feminismo «exagera», que «es una moda», que «ya no se puede decir nada», son solo algunas de las frases más comunes que buscan deslegitimar una lucha necesaria, en un contexto en el que una mujer es asesinada cada 29 horas porque su cuerpo es visto como una propiedad, donde el acoso es moneda corriente y la brecha salarial respecto de los varones es del 27%. Así, desnaturalizar también la discriminación, los prejuicios, la culpabilización de la víctima es entonces fundamental, y es lo que genera que lo que antes era motivo de indiferencia – o incluso de risa – ahora sea objeto de condena pública.

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Foto: Mar Garrote Cortínez



En aquel sentido, el 2017 y estos primeros meses del 2018 fueron un ejemplo del poder movilización y de los resultados de la organización colectiva, que demostraron que la marcha atrás ya no es posible. Las denuncias de violencia simbólica contra los chistes y comentarios sexistas de personajes públicos – como sucedió con el show del humorista «Yayo», o los dichos de Facundo Arana, Roberto Pettinato y Cacho Castaña -; los reclamos de liberación de Higui y Belén; las marchas espontáneas contra femicidios, como los de Micaela García, Araceli Fulles o Anahí Benitez; la visibilización de la violencia machista al interior de ámbitos hasta hace poco herméticos, como el rock o el fútbol y la caída de «ídolos» tradicionales, son algunos de los tantos hechos que demuestran que estamos ante un cambio de época.

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Que el negocio de la clandestinidad del aborto saliera a la superficie y se debatiera no sólo en el parlamento, sino también en la pantalla chica de la televisión, significó arrancar uno de los tabúes más grandes sobre el cuerpo y la libertad de las mujeres.

Y lo que en este último tiempo marcó sin dudas una de las conquistas más grandes fue lograr, después de años de trabajo, que el aborto sea finalmente un tema de discusión central en la agenda política, social y mediática. Que el negocio de la clandestinidad saliera a la superficie y se debatiera no sólo en el parlamento, sino también en la pantalla chica de la televisión, significó arrancar uno de los tabúes más grandes sobre la libertad de las mujeres. Y eso, en un país como Argentina, donde la Iglesia continúa evidentemente teniendo peso sobre las políticas estatales representa un paso extremadamente valioso. Reclamar el derecho a la decisión y a la autonomía, tomar el poder y el control sobre el propio cuerpo y teñir las calles con esa consigna es así uno de los resultados de la acción feminista.

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Foto: Nadia Díaz



La movilización por Ni Una Menos, que este año se realizará el 4 de junio desde Plaza de Mayo hasta el Congreso, es otra oportunidad para apropiarse de ese espacio público del que la mujer tantas veces es relegada, y convertirlo en un escenario para continuar reclamando por todo el camino que falta andar. Para exigir las políticas públicas necesarias, para que ni una sola mujer sea víctima de violencias, para que no tenga que vivir con miedo, para que no se vea afectada por las injusticias que recaen sobre su cuerpo por su sola condición de género. 

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Como tantas otras, esta marcha es así una forma de reivindicar la participación política y social de las mujeres, de continuar construyendo vínculos y herramientas para empoderarse y deconstruir de forma conjunta el lugar asignado por la tradición machista.

Como tantas otras, esta marcha es así una forma de reivindicar la participación política y social de las mujeres, de continuar construyendo vínculos y herramientas para empoderarse y deconstruir de forma conjunta el lugar asignado por la tradición machista. Es una nueva jornada para revertir las prácticas que se empeñan en disciplinar y oprimir todo lo que no encaja  en las normas patriarcales y para seguir profundizando un cambio que ya no tiene vuelta atrás. 


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