Hombre irracional: otra más de Woody

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“La nueva película de Woody Allen”. Eso será lo que se escuchará a partir de esta semana dentro del mundillo cinéfilo, y los fanáticos sin dudas correrán a verla sin necesidad de leer ninguna de estas críticas.

Quien escribe se confiesa fanática del director, aunque no tan piadosa cuando las producciones no están a la altura de su genial estilo. Después de algunos films fallidos en los últimos tiempos, tales como A Roma con amor o Conocerás al hombre de tus sueños, Woody Allen regresa con una obra que registra cierto tono familiar al de la gran Match Point (una de las más alabadas por el público y la crítica) o la recordada Crímenes y pecados, con los profundos dramas morales de sus personajes y la monumental obra de Dostoievski, Crimen y castigo, como faro.

En Hombre Irracional retornan muchas de sus eternas preocupaciones: el amor, la muerte, el azar, el compromiso con el mundo, la moral, la ética, la culpa, la búsqueda de justicia, la acción humana para equilibrar la balanza; pero estos temas regresan con un aire renovado, el aire de la creación auténtica. Muchos alegarán que “el director se repite a sí mismo”, cuando en verdad quienes se repiten son ellos mismos en las críticas. ¿Por qué no insistir en ciertas cuestiones cuando aún no se ha conseguido ninguna respuesta certera? ¿Acaso no es el hombre un animal de preguntas? ¿De qué otra cosa se trata el arte si no de la pura indagación?

En Hombre Irracional retornan muchas de sus eternas preocupaciones: el amor, la muerte, el azar, el compromiso con el mundo, la moral, la ética, la culpa, la búsqueda de justicia, la acción humana para equilibrar la balanza; pero estos temas regresan con un aire renovado, el aire de la creación auténtica.

Abe Lucas (Joaquin Phoenix) es un profesor universitario de filosofía, cuarentón, alcohólico y bastante deprimido. En un intento por encontrarle algún sentido a su existencia, se muda al campus universitario de una pequeña ciudad de los Estados Unidos para impartir clases a una nueva camada de “alumnos inmaduros y mediocres” (tal como él los define). Pero en el camino conocerá a Jill Pollard (Emma Stone), su mejor alumna, quien comparte con él muchos de sus intereses y tormentos existenciales. La conexión entre profesor y alumna es inmediata y casi irresistible; ambos se sienten en perfecta sintonía y comienzan a compartir bastante tiempo juntos (aún más del que la ética institucional permitiría). Tal como indica la costumbre en cualquier pueblo chico, los rumores de lenguas malévolas comienzan a esparcirse rápidamente por el campus; Jill está de novia con Roy, y Abe está comenzando una relación con una de sus colegas de la universidad, Rita Richards; aún así, profesor y alumna no pueden evitar los encuentros. Abe parece estar sumergido en un abismo existencial, y Jill parece tener la soga perfecta para salvarlo justo a tiempo.

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En uno de sus almuerzos, oyen una inquietante conversación que mantiene un grupo de amigos en la mesa de al lado: una mujer está destruida porque sabe que perderá la tenencia de sus hijos gracias a la amistad que une al juez de la causa con el abogado de su ex esposo; ella está deshecha y busca consuelo en sus amigos, pero no hay nada que ellos puedan hacer para aliviar su angustia. La injusticia parece ineludible. “Desearía que al juez le de cáncer”, sentencia la mujer. Y esa frase se convierte en el gran disparador de la trama, el verdadero punto de inflexión, porque son las palabras que lograrán sacar a Abe de su letargo. Finalmente encuentra el sentido de la vida y entiende que puede hacer algo significativo, un acto verdaderamente trascendental que (por fin) no implica la mera escritura de un ensayo contra la injusticia del mundo. Esta vez se trata de un acto mucho más concreto y radical en pos de la humanidad, que va más allá de las fronteras del asfixiante ámbito académico. “No basta con desearlo”, piensa Abe, “hay que actuar”. Si al juez le sucediese algo, la mujer resultaría ser la primera sospechosa; sus amigos tampoco lograrían escapar de esa categoría, pero él no tiene ninguna relación que lo una al juez o a esta mujer. Es sólo un extraño que ha oído una conversación en un bar por pura casualidad. Se trata del azar. Nada más. Eso es todo. No habría por qué temer. Nadie, absolutamente nadie, podría sospechar de él porque no tiene un móvil sólido para perjudicar al juez Spangle.

¿Hasta dónde es ética la relación entre un profesor y su alumna? ¿Qué relación se juega allí? ¿Cuál es la distribución del poder que impone una institución más allá de los deseos de cada individuo? ¿Acaso puede llegar a ser una relación simétrica o están condenados a la disparidad que establece la institución?

Así es como este atormentado profesor de filosofía, en el seno de un apacible campus universitario, comienza a tejer un plan macabro para alcanzar al juez con la flecha de la justicia. Mientras tanto, Abe y Jill se involucran cada vez más; Abe insiste en no entrometerse entre ella y Roy, pero Jill persevera y se sumerge en una atracción que parece incontrolable. Es aquí donde se introducen muchas de las preguntas que han atravesado casi toda la filmografía de Allen. Las cuestiones éticas en torno al amor y los dilemas morales en torno a la muerte, ambos atravesados por profundas relaciones de poder. ¿Hasta dónde es ética la relación entre un profesor y su alumna? ¿Qué relación se juega allí? ¿Cuál es la distribución del poder que impone una institución más allá de los deseos de cada individuo? ¿Acaso puede llegar a ser una relación simétrica o están condenados a la disparidad que establece la institución? ¿Quién es tan poderoso como para decidir sobre los destinos que correrán las vidas de las personas? ¿Quién se cree tan poderoso como para arrogarse la potestad de arruinarle la vida a un par de niños separándolos de su madre? ¿Quién se cree tan poderoso como para arrogarse la potestad de quitarle la vida a otra persona? ¿Cuál es el límite para imponer una voluntad sobre otra? ¿Cómo equilibrar la balanza de la justicia a través de un acto tan rotundo como la muerte? ¿Hasta qué punto es capaz de llegar un hombre en su afán de restablecer el supuesto equilibrio del mundo? Y ese es el principal nudo. Estamos convencidos de que hay un orden primigenio, o al menos debe haberlo. Estamos convencidos de que seres malvados o fuerzas sobrenaturales lo han quebrado, y por eso debemos restablecerlo. El ser humano jamás ve la tensión (o prefiere no verla); jamás percibe la lucha (la pasa por alto); jamás se detiene en el conflicto inherente que atraviesa toda la historia de la humanidad (decide enmascararlo para no enfrentarlo). Pero ¿de qué otra cosa estamos hechos si no de puros conflictos y contradicciones?

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Del cine de Woody Allen no se puede decir mucho más de lo que ya se ha dicho a lo largo de su carrera. Cada plano forma parte de la totalidad de la película y es funcional a ella, pero al mismo tiempo logra autonomía y belleza en sí mismo. La trama adquiere fluidez en el montaje y no se percibe fragmentación alguna. Por momentos la voz en off puede ser un escollo y parece hacerle un flaco favor a la continuidad del film, pero a la vez podría decirse que ya es un sello de Allen, una marca estilística con sus largos parlamentos y sus vagabundeos filosóficos. Desde el argumento se proponen varias sorpresas que irán dinamizando el relato en el transcurso de los minutos y los desenlaces no decepcionan, como así tampoco el infaltable tinte humorístico (aunque esta  resulta un poco más oscura que las últimas producciones). Las actuaciones son excelentes, sobre todo la de Joaquin Phoenix y el último descubrimiento femenino (su nueva “actriz-fetiche”, como gusta señalar la crítica): Emma Stone en el rol de Jill Pollard.

Desde el argumento se proponen varias sorpresas que irán dinamizando el relato en el transcurso de los minutos y los desenlaces no decepcionan, como así tampoco el infaltable tinte humorístico.

Si puede agregarse algo más a las innumerables reseñas que hubo, hay y habrá acerca de este director, tal vez sea mejor abordar la observación desde sus planteos existenciales (sin duda los diálogos y la voz en off de los narradores son lo más valioso de este film). Muchos arguyen estar cansados de la repetición de los tópicos en los films de Allen; sin embargo, esa insistencia demuestra cierta coherencia y cierta honestidad en su quehacer. Si persevera en las mismas indagaciones que tenía a los treinta años, tal vez sea porque aún no ha hallado respuestas a esos traumas (y probablemente no lo haga jamás, como tantos de nosotros). Pero, ¿para qué otra cosa puede servir el arte si no para seguir formulando preguntas que jamás serán contestadas por nadie? Y celebremos que no haya respuestas, porque el día que aparezcan… ese día morirá el arte.

FICHA ARTÍSTICA

Título original: Irrational Man

País: Estados Unidos

Año: 2015

Dirección/Guión: Woody Allen

Reparto: Joaquin Phoenix, Emma Stone, Jamie Blackley, Parker Posey

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