Inéditos: tres poemas de Luciana Reif

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«A veces sueño con el desprendimiento/ del glaciar, con fisurar por fin/ el nudo primordial, ese que tejió/ la helada en su corazón/ el día que murió mi abuelo», concluye uno de los poemas inéditos de Luciana Reif. La poeta, socióloga becaria del CONICET y ganadora del Premio Loewe a la creación joven en 2017, propone en sus versos una tensión constante entre la belleza y el terror, una suerte de recordatorio que toda luz produce su sombra.  (Foto: Adolfo Rozenfeld)



Sobre la autora

Luciana ReifLuciana Reif nació en la localidad de Lanús, provincia de Buenos Aires, en 1990. Es Socióloga y becaria CONICET. Participó de la antologías El Rayo Verde (Viajero Insomne, 2014 y 2015). Poemas suyos fueron traducidos al italiano por el Centro Cultural Tina Modotti. En 2016 publicó Entrada en calor (El ojo del mármol) y en 2017 obtuvo el Premio Loewe a la creación joven con su poemario Un hogar fuera de mí (Visor, 2018).

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Abuela

1.

Ella que supo ser un hombre
más temible que mi abuelo
su mirada fría devorando
el humo del cigarrillo que
la envuelve.
Mi abuela asfixiando
gatos en palanganas
porqué las crías
eran demasiadas
y no hay lugar para todos
en este mundo.
20 cigarrillos cada día
la voz áspera
de un capataz
en épocas de guerra
y la bondad de quien
raciona milimétricamente
el alimento.
Fui la nena que durmió
a su lado tantas noches
como en un campamento
militar, el soldado raso
bajo la mirada del sargento.
La escuché roncar con
la furia de los perros
que pierden tempranamente
a su madre. Así ella
perdió a su marido
arrollado por un auto.
La veo por las noches
sumergirse en el sueño
con un rosario, rezándole
a un Dios que jamás
la ayudó en nada.
Y así como le reza
yo también le rezo
a la noche
porqué ella es un sargento
y yo un soldado raso
y podría cocinarme en el horno
con tal de sobrevivir
podría ser la nena
envuelta en llamas
por un accidente doméstico.

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2.

Aguanté hasta que el hilo de pis brotó
como una flor entre mis piernas.
Al lado dormía mi abuela
roncaba como un oficio o una plegaria,
su boca abierta era una tumba
en la que revoloteaban
y se estrellaban
mis murciélagos.
Miré hacia adentro, hacia el pozo negro
de sus fauces,  y tomé
lo que era mío por derecho:
el paquete de cigarrillos que obligada
le compraba todas las tardes.
Fumé hasta que el sol me reveló
la humareda, el olor a pis aplastado
como un insecto en la habitación de la niebla.

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3. Una foto donde peino a mi abuela

No hay en ella
nada que se le parezca
a la contención o a la dulzura.
Y sin embargo ahí estoy
cepillándole el pelo
lacio y canoso como si fuera
capaz de arremolinar
la seda, meter mis manos
entre las telas, elegir
la blanca brillante y sentir
la nieve, el frío de su pecho
escondido entre el frío
de su pelo.

A veces sueño con el desprendimiento
del glaciar, con fisurar por fin
el nudo primordial, ese que tejió
la helada en su corazón
el día que murió mi abuelo.

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