Entrevista a Maider Oleaga: “Mi película trabaja fuertemente con la identidad de género”

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Este año se celebra la 5º edición de Espanoramas, la muestra de cine español que se llevará a cabo en las salas del Espacio INCAA Cine Gaumont Km 0 (Av. Rivadavia 1637), del 21 al 27 de febrero con entradas a $30. La Primera Piedra entrevistó a las invitadas de honor.


La quinta edición de Espanoramas tendrá su sede en el Cine Gaumont y en esta oportunidad nos trae tres invitadas especiales. Por un lado, Meritxell Colell Aparicio y Mónica García (directora y protagonista de Con el viento, la película de apertura); por otro, Maider Oleaga (realizadora del documental Paso al límite). Charlamos con ellas para que nos cuenten algo del proceso creativo.

Maider Oleaga vivió en México muchos años. Cuando regresó al País Vasco se puso a buscar una casa de alquiler, pero antes de iniciar la búsqueda un amigo le comentó que alguien estaba rentando una casa. Fue a verla y se enamoró inmediatamente de ese espacio en el cual transcurre la totalidad de este documental. Después vio una placa conmemorativa sobre la fachada y alguien le habló de la mujer que había habitado esa casa durante tanto tiempo, Elbira Zipitria. Pero no sólo fue su hogar sino que además fundó allí una escuela para preservar el euskera (lengua vasca), y hacia el final de sus días decidió recluirse entre esas cuatro paredes. “Al principio no le hice mucho caso, hasta que un día cayeron en mis manos las notas de una biografía y allí me empezó a picar la curiosidad”, cuenta la cineasta.

Maider recuerda que un día entró al salón de su casa y ocurrió algo que hoy sería muy difícil describir. “Fue algo que no era visible pero que estaba ahí: un espacio cargado de memoria. No podía dejar de contarlo”. Paso al límite contempla tres ejes: por un lado, la figura de Elbira Zipitria que aparece como una suerte de fantasmagoría traída al presente; por otro, la propia directora que emerge como un médium en ese juego de identidades; y finalmente la casa como reservorio de memorias, ecos y resonancias múltiples (al fin y al cabo es una protagonista más en este relato).

El proceso fue largo: los primeros tres años estuvieron enteramente dedicados a la investigación en torno a la figura de Zipitria, pero muchos aspectos que Maider iba encontrando en esa búsqueda la atravesaban personalmente. “No sólo fue un proceso de investigación sobre ella, sino que también supuso un trabajo de introspección en mí. Una de las cosas que más me costó en esta película fue distanciarme de la materia con la que estaba trabajando”, confiesa.



— Hay un concepto muy interesante en el documental que alude a ese “espacio privado-público”. Elbira hizo de ese lugar íntimo algo público abriendo las puertas de su casa para enseñar el euskera, y vos de alguna manera recreás el mismo gesto con la película. ¿Cómo pensás ese pasaje desde lo privado hacia lo público?

— Hubo un momento durante la escritura del guión en el que decidí que quería ahogarme y ahogar al espectador dentro de la casa, tal como ella se había ahogado ahí dentro. Uno de los detalles que más me conmovió al conocer su historia fue que durante los últimos años de su vida se deprimió y se encerró en esa casa. Además, el espacio simboliza muchas cosas: para la cultura y la tradición vascas la casa es un elemento central, eje de una identidad. Y también era nuestro espacio íntimo, el de Elbira y el mío; ambas lo hicimos público, se llenó de voces y luego ella decidió terminar sus días en ese encierro.

Paso al límite transcurre esencialmente entre las cuatro paredes de esa casa compartida. Desde el inicio la idea de Oleaga fue construir una atmósfera asfixiante; lo ejecuta apelando a recursos cinematográficos de aparente simpleza y enorme potencia. Sobre las paredes de un espacio pequeño la cineasta proyecta imágenes que retratan la vida de Elbira, se vale de la luz natural que entra por las ventanas o registra algunos momentos en esos ambientes con una Súper 8 (casi una declaración de principios). En una de esas escenas que quedarán fijadas en la retina del espectador por su poder de síntesis, la propia cineasta ingresa en el plano y se funde con una vieja fotografía de Zipitria proyectada sobre la pared, en un acto de pura simbiosis.

La segunda fase del documental inicia con una mudanza: la casa se vacía y allí aparecen los ex alumnos para cargarla de sentido a partir de sus recuerdos en primera persona. “En un momento supe que yo tenía que desaparecer de ahí como personaje, Elbira me tenía que echar porque se había desarrollado cierta tirantez entre nosotras”, explica Maider. Aquí el relato se expande, toma aire y aparecen nuevos puntos de vista que se distancian del propuesto por la realizadora en los primeros minutos del metraje. “Lo que intenté hacer con esta película fue buscar diferentes caminos para acercarme a ella, para encarnarla, para darle cuerpo y voz”.

— Elbira Zipitria no sólo fue una maestra muy avanzada en su propuesta pedagógica, sino que también fue una figura femenina muy fuerte desde el punto de vista político, como activista del Partido Nacionalista Vasco. Ella fundó una red de escuelas clandestinas en pleno franquismo para transmitir el legado del euskera. ¿Qué fue lo que más te atrajo de ella desde esta perspectiva?

— Al principio de la investigación sinceramente no podía creerme que en el País Vasco una persona como Elbira Zipitria no fuese conocida. Me enfadaba. Ella modeló una forma pedagógica de estudiar el euskera que se llama el Nor-Nori-Nork, la base de estudio hoy en día. Elbira fue política antes de la guerra civil, fundó la escuela vasca y formó parte de la intelectualidad de su época; si hubiera sido hombre sin dudas habría estado en otro lugar. Cuando digo que en esta película trabajo sobre la identidad no sólo me refiero a la identidad nacional o cultural, sino a la de género. Mi película trabaja fuertemente con la identidad de género; es uno de los principales ejes porque muchas de las cosas que detecto para entender por qué su vida transita ciertos lugares o por qué acaba como acaba, tienen que ver con el hecho de ser mujer.

— ¿Qué rol creés que debe tener el cine con respecto a historias como la de Elbira, tan íntimamente ligadas a la identidad de un pueblo?

— Creo que el cine puede darnos muchas cosas, y una de ellas es rescatar historias como la de Elbira. En lo personal tengo un compromiso con lo que supone para mí ser cineasta, y por esa razón no podía quedarme con una película que pudiera encuadrarse dentro de la memoria histórica. Considero al cine como un campo creativo, que debe trabajar también desde la forma con esa memoria. El cine tiene mucho para decir como arte, y es nuestro trabajo pensar nuevas formas para hacernos llegar historias olvidadas, más allá del documental tradicional. De todos modos creo que están muy bien y los veo, pero me parece que el cine puede hacer mucho más por esos relatos.

Maider dice que una de las cuestiones que más le interesan con respecto al trabajo cinematográfico es establecer alguna clase de conexión con los muertos. “Para mí Elbira es uno de mis muertos aunque no sea parte de mi familia. Tener muy presente esa cadena, revisarla y reflexionar sobre ella es una de las tareas más hermosas que podemos hacer a través del cine”.

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