Entrevista a Susana Hornos, directora de Almacenados: «Esto está escrito para la España de hace siete años y resuena en la Argentina de hoy»

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Almacenados es una pieza escrita por David Desola y dirigida por Susana Hornos (ambos españoles). El texto gira en torno al choque generacional entre dos personajes: Lino (Horacio Peña), el empleado más antiguo de una fábrica de mástiles, y Nin (Juan Luppi), un joven aprendiz que lo relevará después de su jubilación. Aquí se aborda un tema de gran impacto social en estos tiempos: el trabajo. La Primera Piedra charló con la directora horas antes de su viaje a Santa Fe, donde participó del Festival de Teatro de Rafaela. La obra puede verse los domingos a las 17.30 hs. en La Carpintería (Jean Jaures 858).


El origen: un laberinto de casualidades

— ¿Cómo llegaste a esta obra de David Desola?

— ¡Uy, se dieron tantas casualidades que a veces no sé ni por dónde empezar! Un amigo me mandó la versión mexicana hace dos años, y poco después fui a ver Un charco inútil, dirigida por Matías Puricelli. Ahí me di cuenta de que se trataba del mismo autor: David Desola. Al tiempo él vino a la Argentina por un proyecto con Iberescena y, por esas casualidades de la vida, yo estaba dirigiendo Las últimas lunas en el Centro Cultural de la Cooperación. Vino a verla y me esperó a la salida para decirme que había encontrado en mi trabajo un tipo de dirección que le interesaba. Sus obras se han montado en muchos países y con miradas muy distintas sobre el material, así que era un gran desafío. Tengo que decir que fue un gran acto de fe de su parte.

— ¿Cómo y por qué convocaste a estos actores?

— Esa fue otra de las casualidades porque en muy pocos meses vi Animales nocturnos, Decadencia y Pequeñas infidelidades [obras en las que actuó Peña]. En ese momento estaba leyendo Almacenados, así que era inevitable pensar en Horacio porque puede hacer todo. Sin embargo, el registro y la humanidad que yo imaginaba en Lino no tenían nada que ver con los colores que yo había visto de Horacio en esas obras. Pero él es camaleónico, un bicho de escena.

— ¿Y en el caso de Juan Luppi?

— Bueno, actores jóvenes… ¡acá hay tantos! Había dos o tres que me gustaban mucho, pero justo fui a ver La forma de las cosas. Cuando vi el trabajo de Juan quedé encantada: estaba lleno de detalles, de cositas muy chiquitas. En su mirada veías el pensamiento del personaje y eso es maravilloso en un actor.

— ¿Cómo trabajaste la brecha generacional entre los personajes? Hay cierto componente de ternura que emparenta esta relación a la de padre/hijo. ¿Cómo se dio el vínculo ente los actores?

— Yo creo que el trabajo es siempre un aquí y ahora. El último gesto que Nin tiene para con Lino… bueno, Horacio lo llama “acto de amor” y creo que es así. No hay forma de ir en contra de eso, es algo que ya está en el texto de Desola. Estos personajes tienen una curva dramática increíble y, además, Lino termina donde Nin y Nin termina donde Lino. Eso no es casual y para un director es un regalo, porque si no está tienes que inventártelo. En cuanto a los actores, siempre dejábamos un ratito para el mate y esas cosas, entonces se fue dando una relación de compañerismo entre los tres: a Horacio no lo conocía tanto; a Juan sí, evidentemente, pero no desde un lugar de trabajo [Juan es el nieto  del actor Federico Luppi, esposo de la directora recientemente fallecido].


El mundo del trabajo como un signo de época

— Uno de los grandes temas de Almacenados es el trabajo. Vos naciste en España, vivís parte del año en Argentina y viajás permanentemente. ¿Cómo fue abordar hoy una obra de estas características?

— Es increíble. El autor cuenta que cuando escribió esta pieza llevaba mucho tiempo buscando trabajo, era la España de la crisis. Y aquí, cuando pasábamos letra, de pronto encontrábamos frases que resuenan muchísimo en la actualidad. Es increíble porque esto está escrito para la España de hace siete años y resuena en la Argentina de hoy. También se está haciendo en México, Costa Rica, Brasil, Perú, y resuena en todos lados de la misma manera. Lo tremendo es la situación que tenemos hoy con el salario, la flexibilización laboral, los despidos masivos. Todo esto no tiene que ver con un país porque la globalización lo ha teñido todo. Es muy triste que eso pase.

— ¿Creés que se trata de un signo de época?

— Sí, lo que yo me pregunto es desde dónde va a venir la revolución. En su momento fue el marxismo, aunque a muchos no les guste. Pero ahora, ¿cuál sería? Yo pienso en las generaciones jóvenes que recién arrancan. En España aparece la “no visión”; ya nadie piensa en un futuro a largo plazo como antes, ni en conseguir un empleo fijo o comprar un departamento. Creer que vamos a conservar un trabajo durante seis meses parece muchísimo, y de alguna manera es eso lo que nos mantiene con la soga al cuello. Esa inestabilidad va generando miedos.

— Es una obra que genera mucho impacto e identificación en el público (sobre todo en estos tiempos). Ya pasaron algunas funciones desde el estreno. ¿Qué sensaciones percibís entre los espectadores y que esperás que se produzca al salir de la función?

— Voy a contar una anécdota al respecto. El día del estreno volvíamos caminando para casa con Leidy [Yohanna Gómez Roldán], mi asistente de dirección, y ella me dijo: “Susana, esta obra me deja llena de preguntas”. Eso. A mí no me gusta ir a ver una obra y que me bajen línea ideológicamente o me digan lo que tengo que pensar; me interesan más los puntos de vista y la posibilidad de tener una charla a la salida del teatro. Me gusta que al espectador le queden lindos recuerdos de los personajes y que, desde ahí, desaparezca la dirección, que a nadie le importe quién la dirigió sino que se queden con los pequeños detalles de la obra. Como espectadora es eso lo que más me atrae, así que busco que suceda lo mismo con mis obras.


Un recorrido por la puesta

— En esta puesta se nota ese trabajo minucioso enfocado en los pequeños detalles. Los actores logran crear un gran universo con poquísimos —aunque significativos— elementos escénicos. ¿Cuáles fueron las principales indicaciones con respecto al tono de la actuación?

— Con esta obra corríamos el riesgo de irnos hacia la caricatura, hacia el exceso, y lo que yo quería era llegar a la humanidad de estos personajes. En los momentos de ensayo e improvisación la principal indicación era: “de esos diez gestos sólo hagamos uno”. Economía (risas). Para mí lo más importante era traerlos a tierra.

— En Almacenados hay humor, pero como decías no es el humor de la caricatura o el estereotipo sino algo más sutil que roza el absurdo. ¿Cómo lo trabajaste?

— En realidad lo trabajé justamente pensando que eso no era humor; jamás pensé en hacer una comedia. Lo que ocurrió es que nos superó totalmente. La segunda función fue increíble, el público moría de risa y… ¡guau! No esperábamos tanto. El humor es absurdo y, al mismo tiempo, se trata de algo muy cercano. Si a cualquiera de nosotros nos ponen una lupa… ¡ojo con los Linos que llevamos dentro! En realidad se trata de eso: hemos puesto una lupa sobre estos dos personajes y el humor viene de ahí.

— ¿Cómo trabajaste el espacio y los pocos elementos que aparecen en escena?

— El espacio fue surgiendo a medida que íbamos ensayando, entre pasada y pasada, a prueba y error, con los actores siempre en movimiento. Después tuvimos el aporte del genio de Marcelo Valiente [escenógrafo]. Las didascalias indicaban “espacio vacío” pero, claro, había que darle entidad a ese espacio vacío. Él diseñó unos telones pintados para que el fondo se asemejara a una pared. Y además tuvimos que encontrar la máquina de fichar y el mástil; hay objetos reales que tienen que estar y no pueden ser reemplazados.


La utopía en nuestros lentes

— Desde cierta mirada, la obra habla de la utopía y la revolución, aunque quizás no como solemos imaginarla, de manera grandilocuente. Acá la revolución parece estar en los gestos, en las pequeñas cosas. ¿Qué lectura hacés de eso?

— Fíjate que la utopía existe a pesar de ellos. Ninguno de los dos está pensando en lo utópico de un trabajo, ni en la realización de ellos mismos; somos nosotros los que idealizamos todo y lo ponemos ahí. Creo que eso es lo rico de la obra. Nin en ningún momento piensa en revolucionar nada; somos nosotros quienes queremos que lo haga. La utopía es nuestro deseo.

— También se alude a las diferentes formas de sujeción en nuestra vida cotidiana. En este caso se trata del ámbito laboral, pero esto puede ocurrir casi en cualquier espacio: la familia, la escuela, la pareja.

— Sí, fíjate que Lino se impone a sí mismo unas normas increíbles, como por ejemplo no sentarse durante 11 años en su espacio de trabajo. Esa no es una norma que venga de la empresa ni de un jefe; viene de él mismo. Lino va creando barrearas que terminan cercándolo. Me parece que todos llevamos un Lino dentro nuestro, y hay una cantidad de cosas que nos perdemos por miedo, por vergüenza, por no atrevernos. Allá afuera hay un mundo que nos estamos perdiendo y no podemos echarle la culpa a nadie más que a nosotros mismos. Todos hemos estado ahí alguna vez. Eso seguro.


FUNCIONES: Domingos a las 17.30 hs. en La Carpintería (Jean Jaures 858, CABA)
LOCALIDADES: Por Alternativa Teatral o boletería

FICHA TÉCNICA
Autoría: David Desola
Actúan: Juan Luppi, Horacio Peña
Vestuario: Julieta Harca
Escenografía: Marcelo Valiente
Iluminación: Alfonsina Stivelman
Música: Leandro Calello
Fotografía: Akira Patiño
Diseño gráfico: estudiopapier
Asistencia de dirección: Leidy Yohana Gómez Roldán
Prensa: Marisol Cambre
Producción ejecutiva: Maria Velez
Dirección: Susana Hornos

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