Entrevista a Edgardo Scott: «Lo que más valoro de un artista es que sea impredecible»

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«La novela siempre tiene que tener algo de experimentación formal o que represente una dificultad», afirma Edgardo Scott, quien recientemente acaba de publicar Luto (Emecé, 2017), una novela breve que, en cierto sentido, va en otra dirección que sus anteriores producciones. «Creo que más directo que esto no puedo ser, al menos en una novela», señala el escritor que actualmente vive en Francia. ¿Cómo escribir distanciándose de las tendencias de la época? ¿Cuál es el rol del artista contemporáneo?


Sobre el autor

Edgardo Scott scott-perfilnació en Lanús, provincia de Buenos Aires, en 1978. Fue fundador e integrante del Grupo Alejandría, que en 2005 inició en Buenos Aires el movimiento de lecturas y ciclos literarios en narrativa. Publicó No basta que mires, no basta que creas (nouvelle, 2008); Los refugios (cuentos, 2010); El exceso (novela, 2012); Caminantes. Flâneurs, paseantes, vagabundos y peregrinos (ensayo, 2017). Es traductor y editor de Clubcinco editores. Colabora con artículos de crítica literaria para distintos medios. Actualmente vive en Francia.


«No todo tiene que ser sutil, también está lo directo y lo frontal»

A partir de capítulos breves, Edgardo Scott propone en Luto (Emecé, 2017) una novela veloz y potente, donde la furia de los acontecimientos convive con la lentitud y precisión de los detalles. Ubicada en el conurbano bonaerense de los ’90, la historia de este libro trasciende la fecha y el territorio en el que están situadas, proponiendo una visión más amplia que se ramifica hacia lo sentimental, los consumos y la influencia de la tecnología en la vida cotidiana.

En esa dirección, uno de los rasgos a destacar de Luto son los riesgos que decide tomar el autor al seleccionar un narrador en tercera persona, que solo narra lo que sucede, sin tomar ningún tipo de partido o afecto hacia Chiche, el protagonista del libro que, tras el asesinato de su mujer en un asalto, encara el camino de una vida silenciosa y oscura. Lo político está solapado en los leves gestos, en el rumbo que toman las cosas y en las descripciones concisas del entorno en el que transcurre. Así como René Lavand, ese mítico mago con una mano, decía «no se puede hacer más lento», Scott señala a La Primera Piedra sobre Luto: «más directo que esto no puedo ser».

La novela siempre tiene que tener algo de experimentación formal o que represente una dificultad. Se podrían pensar un montón de cosas sobre el por qué habría una estética de la brevedad o la fragmentación.

— ¿Cómo surgió la idea de escribir Luto (Emecé, 2017)? Me imagino que es una historia que, al menos socialmente, te tocó durante tu juventud
— Generalmente yo soy bastante poligámico con la escritura, siempre estoy escribiendo y con ideas de libros o relatos. Es una especie de magma subterráneo que siempre está ahí. Hace varios años se me había venido la historia de Luto a la cabeza, pero de una manera general. Resulta que, desde hace dos años, estoy escribiendo dos libros más grandes, extensos, que me están llevando mucho tiempo. Eso es algo que está bueno y a la vez es agotador, porque a veces también se necesita terminar algo, que sea de más rápida ejecución. Luto fue como una suerte de desahogo de esa situación y hasta me puse una suerte de programa, que era escribir un capítulo por día durante una semana.

— En ese sentido, la disposición del segundo capítulo, donde se van repitiendo los títulos como una suerte de mantra, ¿te ayudó a agilizar la escritura?
— Sí, siempre está ese problema de lo que uno quiere escribir y la forma. La forma es lo que te puede trabar o empujar, a mí me ocurrió encontrar esa forma. Sin embargo, creo que va más por lo que decía antes, ese contrapunto entre las formas barrocas que venía trabajando en otros libros y lo que terminó siendo Luto. Creo que más directo que esto no puedo ser, al menos en una novela, que para mí es el terreno de la experimentación formal y del mundo. También es similar a un guión literario en su modo, al menos me lo imagino así.


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— Luto encaja un poco en cierta corriente contemporánea que hay en algunos escritores argentinos: capítulos breves que van hilando una historia. ¿Qué opinás sobre eso?
— Hay dos cuestiones con eso: el estilo no es la escritura o el fraseo. El estilo pasa por la ética del escritor, hay quienes solo tienen una voz o solo escriben dentro de un género. Hay otra tradición, en la que supongo que me puedo incluir, donde somos más versátiles, más elásticos, nos gusta construir distintas voces narrativas para los textos. Por el otro lado, con lo que decís respecto a la estructura fragmentada, justamente contra esa corriente escribí El exceso (2012). Ya me parecía que había saldado esa deuda un poco, porque veía que mi generación estaba abusando un poco de ese corto aliento. Ahí vuelvo a lo anterior: la novela siempre tiene que tener algo de experimentación formal o que represente una dificultad. Se podrían pensar un montón de cosas sobre el por qué habría una estética de la brevedad o la fragmentación.

— Sí, hablando con otros autores de tu generación, son escritores que ya crecieron viendo series o películas. ¿A vos qué se te ocurre?
— Sí, seguro, hay un poco de todo, como siempre ocurre cuando hay un problema que atraviesa a muchas obras, al menos en su valor estético. Puede ser que haya un poco de comodidad, a la vez que somos una sociedad que tiene una gran dosis de ansiedad e impaciencia, donde no se puede soportar la incertidumbre o la espera. Muchas veces se quiere que el hecho estético ocurra ya, y se lo confunde con el impacto, la ocurrencia. En ese sentido, el arte contemporáneo tiene mucho de ocurrencia, pero no la profundidad de las grandes obras de arte. La experiencia estética está un poco lavada, entrenada. En ese sentido yo soy bastante enemigo de las series, por ejemplo.

 Somos una sociedad que tiene una gran dosis de ansiedad e impaciencia, donde no se puede soportar la incertidumbre o la espera. Muchas veces se quiere que el hecho estético ocurra ya, y se lo confunde con el impacto, la ocurrencia.

— Internet y su inmediatez, se podría pensar, ¿están afectando a algunas disciplinas del arte?
 Yo creo que sí, tiene que ver un poco con cierta subjetividad de época en la que no me reconozco ni escribo. Elías Canetti decía que la misión de un gran artista es ser original, resumir su época y criticar su época. La idea es ir un poco en contra, las mejores obras son las que van en contra de esas obras reproductoras. En el caso de Luto, aunque yo era un crítico de esa fragmentación, creo que me pasó al revés: estaba siendo demasiado barroco y quería cambiar un poco eso. También estoy en contra de ciertas cristalizaciones en el mundo de la crítica. Por ejemplo ahora es el momento de lo sutil, lo cual está muy bien, pero es solo un elemento más. No todo tiene que ser sutil, también está lo directo y lo frontal. Depende qué es lo que quieras o lo que sientas que hay que comunicar. Lo que más valoro de un artista es que sea impredecible.

— ¿Qué dificultades te planteó encarar una historia con tanto peso político e histórico en Argentina más allá de la ficción?
 Capaz la dificultad en un escritor es lo formal, porque en la temática un escritor puede escribir sobre lo que quiere. Siempre fue un propósito el tratar de no vivir de mi obra, en eso me curó bastante el haber tenido bandas de rock. No tengo ningún condicionamiento en ese lugar. Lo que sí es complicado la cuestión de cómo utilizar los elementos ideológicos que están dando vuelta para que a su vez se puedan estetizar en una historia que los trasciendan. Sino, una novela queda fechada en su coyuntura y con suerte será un buen periodismo. La cuestión es no ir hacia una dirección, porque eso sería panfletario, burdo y sobre todo aburrido. Por otro lado, yo tengo presente que ahí está mi infancia y mi juventud, hay cosas que me afectaron y un escritor siempre tiene un gran comercio con el recuerdo, la evocación, esas primeras intensidades. Ahora, si bien la historia puede estar ambientada en un momento histórico, siempre hay que tener en cuenta cuándo lo estás escribiendo y publicando. Ahí hay una tensión, pero el arte siempre tiene que ver con la libertad.

— En esa dirección, ¿por qué elegiste un narrador en tercera persona, que no termina de dar su opinión sobre lo que ocurre?
—  Muchas veces lo autobiográfico te resuelve problemas formales y yo acá era el vecino. El narrador acá es un testigo, tiene esa proximidad, por más de que yo después inventé todo. La maqueta y los vestuarios para mí eran muy fáciles. Además, yo venía escribiendo en primera persona y sintiéndome muy cómodo con eso, pero creo que acá era mejor dar cuenta de esa intimidad engañosa que tiene un vecino.


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— ¿Qué escritores tenés como referentes?
— Siempre estoy leyendo lo contemporáneo, lo cual incluye a aquellos que murieron hace 30 años. Si bien siempre estoy leyendo novedades, trato de poner cierto filtro, el cual muchas veces está relacionado con cierto desfasaje de tiempo. Me gusta llegar último en cierto sentido. Después sí, tengo mi panteón que se va ampliando un poco.

— ¿Quiénes forman parte?
 Me gusta mucho Juan Carlos Correa, Roberto Arlt, Borges, volvía a leer a Puig, Bioy Casares o Walsh. Lo bueno de estos casos es no agotarlos rápidamente, más cuando hay una obra tan extensa. Por ejemplo, es genial poder leer un libro de Saer nuevo para uno dentro de 10 años. Por supuesto también hay escritores extranjeros, como Ian Sinclair a quien traduje.

Si bien la historia puede estar ambientada en un momento histórico, siempre hay que tener en cuenta cuándo lo estás escribiendo y publicando. Ahí hay una tensión, pero el arte siempre tiene que ver con la libertad.

— De los autores de tu generación, ¿qué corriente te llama más la atención?
 Bueno, tengo la suerte de estar en pareja con la mejor escritora de mi generación, Ariana Harwickz. También me gusta mucho lo que hace Matías Alinovi, Hernán Ronsino, Oliverio Coelho. Eso está bueno, por que lo que uno no escribe, lo escribe otro. Después tengo una línea de hermanos mayores, por un tema generacional, como Gustavo Ferreyra, Eduardo Muslip, Martín Kohan.

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— Al principio decías que eras un escritor bastante polígamo. ¿Tenés alguna rutina a la hora de escribir?
 Dependo un poco de la inspiración y de los plazos. Últimamente pacto algunos plazos porque me ayuda a ordenarme y además necesitás que, cada tanto, algo se publique. Eso sirve para sentir cómo te aproximás a lo que vas a escribir después. A pesar de eso, suelo ser alguien aplaza un poco la escritura, no es algo inmediato. Escribo cuando ya no puedo no escribir.

— Por último, ¿qué consejo le darías a alguien que está dando sus primeros pasos en el ambiente literario?
 Primero y principal es que lea, aunque suene un poco reaccionario. Me acuerdo siempre lo que me dijo Piglia cuando le dí un ejemplar de El exceso. Me dice»Buen título, pero ¿vos sabés que esto es largo no?» (risas). Esto es largo y si es realmente una pasión va a estar para toda la vida, por lo que es bueno formarse, cuidarla. También recomiendo mucha paciencia. Otra cosa importante es no estar solo, rodearse de sus contemporáneos, lo que te hace sentir que no sos único y bajar un poco el ego.

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