La Mona Jiménez no esquiva el bulto: otra lectura posible

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«La Mona Jiménez, impresentable y obsceno en público», titula en su portal web el gran diario argentino en una nota con una fuerte bajada moral en la que se habla de “anormalidad”, «obscenidad» y hasta de «estupor». Arriba, en los enlaces recomendados, aparecen destacadas otras notas como «El video sexual de Cinthia Fernández, el más votado entre los que se filtraron en las redes sociales», donde se muestran los resultados de una votación promovida por el mismo diario. Al lado mismo otra nota titulada «Gran Hermano 2015: el coqueteo hot de Maipi a Nicolás». Ambas publicaciones son acompañadas por fotos y videos de las mujeres en cuestión y redactadas en un tono más bien picarón y cómplice, sin la solemne condena que caracteriza a la nota sobre el cuartetero.

La noticia que salió repentinamente a la luz en realidad se trata de un video de hace dos años que se “re-viralizó”. En la grabación se puede ver a Juan Carlos Jiménez Rufino – más conocido como “La Mona”- en el escenario, al cual permiten subir a algunas seguidoras y con una de ellas el cantante mantiene cierto jugueteo sexual. Las repercusiones, la mayoría en un tono de similar indignación a la de Clarín, fueron seguidas por numerosas críticas de algunos medios alternativos y del público en general, aborreciendo un acto que parecía contrastar con el espíritu de lo que fue la movilización #NiUnaMenos, que se daba casi con simultaneidad a esta nueva viralización del video. Todas estas expresiones, sin embargo, encontraron contrapeso sobre todo en las redes sociales, en las que fanáticos y no tanto defendían al artista o restaban importancia al hecho registrado.

Usado y desechado desde hace décadas por los medios porteños, como así también por los políticos cordobeses, el cantante nunca dejó de ser un símbolo vivo de la cultura cordobesa, un símbolo que ya trascendió a su propia persona y sin temor a exagerar, similar a lo que producen Charly García o Diego Maradona en el territorio nacional; eso es Jiménez en el campo cultural cordobés. Adorado y odiado con la misma intensidad, desconocido por ninguno, arrasador de boleterías semana tras semana, superando en ello a cualquier otro artista que se presente en Córdoba, y también, como todo personaje popular, contradictorio: así como logra emocionar al cantar historias cotidianas y realistas sobre las aventuras y desventuras de personas pertenecientes a los sectores más ninguneados y despreciados del pueblo, también ha sabido apoyar al actual gobierno de la Provincia, el cual se caracteriza por políticas tendientes a la estigmatización de esos mismos sectores que el cantante reivindica, utilizando para ello las normativas sancionadas años atrás y el brutal y diario accionar de la policía.

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Foto: Juan Cruz Sánchez Delgado

La crítica

¿Qué es lo que se cuestiona en torno al hecho que tuvo como actor central a la Mona Jiménez? Se supone que la lucha contra la violencia de género implica no sólo apuntar contra las formas más llamativas de la misma, es decir, las formas evidentes de violencia verbal, la violencia física y el femicidio, que suelen ser la parte sobresaliente de este iceberg, sino que se trata de hacer visibles, de concientizar acerca de todas las demás formas que, al estar naturalizadas y en muchos casos fuertemente arraigadas en una cultura con un alto grado de componentes machistas, como lo son las violencias económica, psicológica, obstétrica, mediática, laboral, institucional, etc., tienen un menor grado de visibilización. En definitiva, toda falta de igualdad es violencia y el horizonte de la lucha es esa igualdad.

En el marco de estas formas menos -pero cada vez más- visibles de violentar a la mujer, se encuentra la llamada «cosificación», que consiste en la exposición y el uso del cuerpo femenino y sus atributos físicos como mero objeto de satisfacción sexual para un público determinado. Lo podemos ver todos los días en publicidades, en programas de TV, en revistas «de hombres», en revistas «de mujeres», etc. El programa de Marcelo Tinelli es quizás el mejor y más grotesco ejemplo, como así también, uno de los más cuestionados, sobre el cual más críticas han recaído desde el feminismo y sobre el que bastante se ha escrito.

La típica respuesta rápida a este tipo de críticas, suele consistir en apelar a la libre decisión de las mujeres que participan en cualquiera de estos programas, que posan para este tipo de publicidades, que leen este tipo de revistas, que «se prestan» a este tipo de trato. «Nadie las obliga», se suele decir. La contra respuesta sería sencilla: no se trata de cuestionar a esas mujeres que por motivos tan disímiles puedan formar parte de distintas modalidades de cosificación, sino que se trata de comprender que existe una cultura cosificante, que es la que propone a la mujer como objeto, y que uno puede elegir formar parte o no, como Tinelli, en la producción de esa maquinaria machista. Por otra parte, es atinado también preguntarse de qué grados de libertad hablamos cuando esta enorme maquinaria, que excede ampliamente a Tinelli y se reproduce a nivel planetario, impone  fuertemente sus modelos sobre el imaginario social afectando las formas de percibir el mundo, la belleza, las relaciones, etc., aunque eso implica una discusión más amplia que abarca muchas variables filosóficas, sociales, psicológicas, culturales, entre otras. En principio, podríamos arriesgar que a mayor grado de igualdad y conciencia en una sociedad, existirá mayor libertad.

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Foto: DYN

Matices, diferencias e interrogantes

¿La Mona Jiménez forma parte de esta maquinaria? ¿Se dedica a eso? ¿Su negocio, lo que ofrece a su público, es eso? A primera vista, se podría decir que no. Hace 48 años que se dedica a cantar en sus bailes, o bailantas, como se dice en Buenos Aires y -si bien merece una nota aparte- esos bailes son ritos cargados de música, de mística, de encuentros, de guiños culturales que parecieran no tener como centro, para nada, al cuerpo de la mujer sobre un escenario.

Entonces, y volviendo al famoso video, cabe preguntarse si existe realmente cosificación o si existen mujeres libres haciendo lo que tienen ganas con un ídolo popular. ¿Cuál es la línea que separa la exposición de la mujer como un mero objeto sexual, de ejercer una conducta libre y soberana con su propio cuerpo? ¿Y quién tiene la palabra autorizada para decidirlo? En principio, las participantes del hecho, que en este caso declararon que lo hicieron por propia voluntad, con mucha alegría, y en el marco de una vez más de tantas en las que La Mona las hacía subir al escenario, resaltando que lo hicieron con respeto y que se sintieron respetadas, con la nota de color de que una de las chicas tiene movilidad restringida y siempre se sintió incluida en los bailes de la Mona (dato interesante, sobre todo en una ciudad que cuenta con innumerable cantidad de denuncias a locales bailables que no cuentan con las modificaciones necesarias para no discriminar a nadie, o que no dejan entrar a personas con capacidades diferentes).

Dejarlo ahí sería volver un paso atrás, volver al «nadie las obliga» que invisibiliza una cultura patriarcal sobre el cuerpo femenino. Pero analizarlo y decretarlo sin más como un hecho cosificante, sería elidir las voz de las mujeres, sería ejercer una forma de violencia, intelectual si se quiere, desde arriba, que no aporta mucho en la enorme complejidad de este tipo de temas.

Todo «lo social» acarrea este tipo de complejidades, y no ponerlas sobre la mesa sería necio a la hora de ejercer una mirada que pretende ser crítica y, especialmente en este caso, porque existen una serie de aspectos que lo diferencian de otros típicamente cosificantes.  Para graficarlo, tomemos nuevamente de ejemplo a Tinelli, otro nombre, una marca, un símbolo que ya se trasciende a sí mismo y a sus producciones concretas.

El Show de Tinelli se basa en la cosificación de la mujer, se trata esencialmente de eso, sin muchos matices: de cuerpos semidesnudos, de polleras cortadas, de la promoción de objetos sexuales que luego atraviesan toda la maquinaria de videos hot, revistas, publicidades y obras de teatro con el mismo sello. El baile de La Mona es otra cosa, es un encuentro de multitudes populares que, congregados por un plus que va más allá de la identificación con sus letras, no se basa en la cosificación de las mujeres, que sin embargo puede suceder, pero como en cualquier otro ámbito de esta sociedad atravesada por el mismo machismo.

Otro punto en que difieren ambos shows y ambos personajes, es en algunos componentes más sutiles que no queremos dejar escapar. En Tinelli, podemos observar constantes tics machistas como la demanda hacia las mujeres de cierta sumisión a sus deseos, a veces caprichosos. Que la vueltita para que te vean, que quedate quietita para la cámara, que dejate cortar la pollera, lo cual quedó expuesto en aquel patético y humillante episodio con Carla Conte y su negativa que provocó la insistencia inútil y el posterior enojo del conductor. La Mona Jiménez, en última instancia, «deja hacer», o pacta con sus fans lo que van a realizar de manera conjunta.

Por último, existe una diferencia esencial entre uno y otro, y es que Marcelo Tinelli, tipo sofisticado, culto y suponemos que anoticiado de las críticas que permanentemente recaen sobre sus productos y conductas, jamás pidió disculpas por el trato que la mujer recibe en su show. La Mona, por el contrario, convocó inmediatamente a una conferencia de prensa exclusivamente a tal fin.

Notoriamente compungido, cosa pocas veces vista en alguien que se caracteriza por ser casi hiperkinético, al menos en el personaje. Jiménez leyó sus disculpas dirigidas a la sociedad en general y, en particular, a las mujeres que pudieran haberse ofendido por sus actos, redactadas con las palabras austeras pero precisas propias de un hombre de 64 años de origen humilde. Las repercusiones de las disculpas no fueron las mismas que las del video, pero uno de los que se hizo eco fue el popular relator de fútbol cordobés Matías Barzola, quien le dedicó unos minutos en la previa de San Lorenzo – Belgrano.

El «caso Jiménez» nos debiera poner en alerta respecto a ser capaces de leer la complejidad de los fenómenos sociales, de los hechos puntuales y de sus contextos -que implican cuestiones ya mencionadas como la libertad relativa del ser humano en general y de las mujeres en particular-, como así también de poder abarcar estas lecturas, deconstruirlas y sopesarlas sin caer en sentencias morales y sexuales que deriven en una comprensión equivocada de una problemática tan delicada como la violencia de género, como así también estar atentos a los manotazos oportunistas de cierta discriminación hacia los sectores más humildes de la sociedad, flagelo tan dañino, opresor y omnipresente como el machismo.

 

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