Posverdad: el discurso político que llegó para quedarse

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La posverdad es un negocio. Aunque suene contradictorio, es útil para el sistema de medios y para los políticos que se hable de premisas que causen impresión en quienes las leen o escuchan. ¿Qué pasa cuando se busca Pfizer en Google? ¿Qué consecuencias tiene decir algo sin pruebas en el prime time de la TV? ¿A quién le conviene un mar de información que nunca se contrasta? 

Por Ignacio Martínez*



Al escribir en Google el nombre del laboratorio “Pfizer”, el motor de búsquedas ofrece como primer resultado la palabra “coimas”. Esta secuencia de tipeo era impensada incluso para el propio algoritmo hasta hace tres semanas, que luego fue actualizándose en base a la cantidad de veces en las que se buscó, efectivamente, la relación entre las palabras mencionadas.

En el medio, hubo una declaración de la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, en el programa de LN+ conducido por Luis Majul, sosteniendo que el gobierno pidió un supuesto “soborno” como parte del acuerdo para negociar la llegada de vacunas Pfizer al país. “Ginés González García quiso un retorno por esa vacuna. Eso el presidente lo ignoraba”, -sostuvo Bullrich, en vivo por LN+- “eso es criminal y lo tienen que investigar los fiscales de la Nación. Si llaman a las personas de Pfizer, ellos van a decir la verdad y no van a mentir”.

el marco general es la política de la posverdad, o mejor dicho, el discurso de sostener afirmaciones aparentemente verdaderas, que no se basan en la realidad, y cuyo fin es generar una reacción emocional o creencias a quien se dirige.

En menos de doce horas, el propio laboratorio emitió un comunicado desmintiendo “categóricamente” las palabras de la líder del PRO, ratificando la inexistencia de pagos indebidos a gobiernos interesados en la obtención de las vacunas contra el covid-19. No obstante, Bullrich volvió a defender su postura sosteniendo que “el comunicado de Pfizer no niega nada de lo que dijo, y que por lo tanto reafirma sus dichos”. Finalmente, sus declaraciones llevaron a que tanto Alberto Fernández como Ginés, decidieron iniciar acciones legales por las falsas acusaciones recibidas en su contra. Una causa más se abre en la justicia en base a una mentira dicha como verdad.

No es casual que una representante política se siente en un programa con miles de televidentes, y manifieste un hecho de corrupción a la ligera en medio de la pandemia. Pero el marco general es la política de la posverdad, o mejor dicho, el discurso de sostener afirmaciones aparentemente verdaderas, que no se basan en la realidad, y cuyo fin es generar una reacción emocional o creencias a quien se dirige. De hecho, en 2016, el diccionario de Oxford la eligió como la “palabra del año”. Salvando las distancias, la política argentina deambula en tiempos de posverdades símiles a un discurso de guerra, exacerbados por la desinformación vinculada a la pandemia.

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Patricia Bullrich y una apuesta por la política de la posverdad.


Si bien el neologismo tiene un origen en la década del 90, se masificó con el advenimiento de Donald Trump en la presidencia estadounidense, y con la campaña europea del Brexit. Sobre el ex presidente de Estados Unidos, se manifestó un recurrente discurso en contra de las “fake news”, ya que según Trump, éstas hacían de mecanismos de desinformación para ensuciar su presidencia. La idea era deslegitimar la viralización de noticias críticas sobre su gestión y tildarlas como meras posverdades carentes de verosimilitud. Lo cierto es que a pesar de que la presidencia de Trump fue cuanto menos polémica -en términos de verborragia discursiva y reaccionaria-, también es válido mencionar que la falta de validación de información constante en redes es una característica de los tiempos de hoy.

Es muy fácil forzar un tema de agenda si lo que importa es el impacto en el público y la polemización o el daño de quienes estén implicados

En este sentido, es muy fácil forzar un tema de agenda si lo que importa es el impacto en el público y la polemización o el daño de quienes estén implicados. En política siempre valió todo, pero con la utilización de la réplica de la información diaria en diferentes canales de comunicación, sostener un dicho que no se condice con la realidad, es más potable para que su consumo sea presentado como verdadero. En suma, las redes sociales si bien pueden ser democratizadoras, son también un cúmulo de operaciones destinadas a establecer un tema en particular en favor o en contra de una causa o una personalidad pública. Mecánica que, por supuesto, es facilitada por un contexto pandémico.

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La pandemia no miente

No se trata de imponer discursos “antivacunas”, sino de insinuaciones sobre algo a denostar. El caso paradigmático es la negociación por la Sputnik V entre Argentina y Rusia, que trae aparejado desinformación diaria desde que comenzó el acuerdo por la llegada de vacunas. Tildada como “veneno”, la Sputnik V fue foco de críticas de una oposición política cuyo cómodo posicionamiento les valió para sostener suposiciones negativas, y regodearse por cuanto  medio de comunicación para deslegitimar su validez. Con una sola dosis, se sabía en sus primeras fases de prueba que la vacuna rusa tenía un 78,6% de efectividad. Con dos dosis, el vacunadx sumaría mayor inmunización y escaso porcentaje de propagación del Covid-19.

No conforme, las falsedades nunca dejaron de ser tema de agenda mediática y política. Sin embargo, recién cuando la revista científica The Lancet publicó en febrero de este año que la Sputnik V tenía una eficacia del 92%, fue que empezó a vérsela de otro modo. Pero como todo es político, no fue suficiente para el insaciable discurso de la posverdad.

En primer lugar, porque la vacuna es rusa. La ex aliada de JxC, Elisa Carrió, -quien además está en campaña para su candidatura-, había dicho en TN que “los funcionarios nacionales al comprar la vacuna rusa atentaron contra la salud pública”, y que “la alianza política con Rusia la hace Cristina. Ella trabaja para Sputnik”. Nada lo que dijo es contrastable con la realidad, y tampoco  hay evidencia alguna al respecto. Sin embargo, poco le interesó a los medios de comunicación interesados en masificar como verdaderos los dichos de la verborrágica Carrió.

Pesa mucho la desinformación en pandemia. Aunque se intente con hechos científicos y pruebas a niveles mundiales, es cuestión de horas para que se instale una premisa falsa y que se repita hasta el hartazgo como cierta.

Y en segundo lugar, pesa mucho la desinformación en pandemia. Aunque se intente con hechos científicos y pruebas a niveles mundiales, es cuestión de horas para que se instale una premisa falsa y que se repita hasta el hartazgo como cierta. El transitar un virus novedoso fomenta a que en apariencia “todo es posible, porque no se demostró lo contrario”. En esta línea, se ha manifestado –incluso con movilizaciones- que el virus no existe, que las vacunas son veneno, que China en realidad trajo esta pandemia a propósito, que las restricciones son dictaduras –irónicamente, repetido por la derecha-, y que en el fondo, todo se trata de la llegada de un supuesto “Nuevo Orden Mundial”.  Aunque a priori estas ideas son absurdas, a la vez son peligrosas. A fin de cuentas, todo el sistema de salud y sus trabajadorxs luchan día a día contra un negacionismo arbritrario, entre otras realidades que padece la sociedad actualmente.

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La posverdad y el cruce con los discursos más reaccionarios.


Clickfake

La posverdad es un negocio. Aunque suene contradictorio, es útil para el sistema de medios y para los políticos que se hable de premisas que causen impresión en quienes las leen o escuchan. Ya no basta con que un titular sea lo suficientemente atractivo en una red social o el sitio oficial de un medio masivo, además tiene que impresionar al consumidor. En esta lógica, el periodismo lleva años deambulando entre “anzuelos” capaces de llamar la atención del lector, cuanto menos para sumar una visita más a la página de internet. No obstante, el negocio no es redituable, ya que para ver las publicidades que lo sostienen, es necesario que el usuario acceda la dirección de un medio.

Con casi de 19 millones de vacunas distribuidas, y una inminente producción local, aún se sigue instalando que en Argentina no hay dosis disponibles. Una vez más, no importa qué, sino más bien cómo sostener falsedades que perjudiquen a los actores sociales, en tanto el discurso influya en la opinión pública.

La falta de monetización del periodismo digital provoca una inclinación hacía el sensacionalismo y la espectacularización de la noticia. En suma, la lógica del consumo de redes – Twitter, por sobre otras- incita a que la información sea emitida horizontalmente, por lo que una noticia falsa puede compartirse y replicarse una determinada cantidad de veces hasta que se consuma como verosímil. Al conjugarse una falta de chequeo de la información,  junto a una viralización inmediata, se abre paso para que el discurso de la posverdad sea consistente e imparable.

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Con casi de 19 millones de vacunas distribuidas, y una inminente producción local, aún se sigue instalando que en Argentina no hay dosis disponibles. Una vez más, no importa qué, sino más bien cómo sostener falsedades que perjudiquen a los actores sociales, en tanto el discurso influya en la opinión pública. Dicho esto, poco les importa a los operadores políticos y a los periodistas, que en este mundo desigual conseguir vacunas es cuanto menos dificultoso.

Si previo a la pandemia ya se sostenía que transitábamos un tiempo de posverdad, la crisis sanitaria y económica contribuye a que se reproduzca con facilidad la repetición de mentiras. En suma, la vorágine de la hiperconectividad y la inmediatez en el consumo y el traslado de la información, configuran una red de discursividades respaldadas en flojas suposiciones y no en hechos contrastables.

Tal vez, este momento sea como dijo García Márquez, que “lo peor de la mala situación, es que lo obliga a uno a decir mentiras”. Aunque en este contexto, habría que agregarle “posverdades” a la frase.

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Por Ignacio Martínez* / @Nachoam91


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