Entrevista a Cecilia González: «No se puede prometer el fin del narcotráfico»

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«La guerra contra las drogas es un fracaso porque no se terminó el consumo ni la producción, todo lo contrario. Se generó más violencia», afirma Cecilia González, periodista mexicana radicada en Argentina desde hace quince años. Su exhaustiva investigación sobre el narcotráfico la llevó a publicar numerosos libros, en los que analiza sus complejidades y desmonta estereotipos. «Es un tema que está plagado de lugares comunes que asustan a parte de la población, y que permiten el surgimiento de ideas que justifican o promueven la famosa mano dura», sostiene respecto de la cobertura mediática en el país. Los inicios de la denominada guerra contra el narcotráfico, la situación mexicana y  las políticas del gobierno de Mauricio Macri, en la siguiente entrevista. (Foto de portada: Ale Meter).


Sobre la autora

Cecilia González nació en México en 1971 y es corresponsal de la Agencia Notimex, en Argentina, desde el año cecili2002.  Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación y realizó un posgrado en la Universidad Complutense de Madrid, en donde obtuvo el título de Experta en Información Internacional.  Escribió varios libros, entre ellos: Escenas del periodismo mexicano: historias de Tinta y Papel (Fundación Manuel Buendía, 2006), Narcosur. La sombra del narcotráfico mexicano en la Argentina (Marea, 2013), Todo lo que necesitás saber sobre el narcotráfico (Paidós, 2014) y Narcofugas. De México a la Argentina, la larga ruta de la efedrina (Marea, 2016). Participó también en los libros 72 Migrantes y Tú y yo coincidimos en la noche terrible, ambos proyectos colectivos que rescatan historias de las víctimas de la guerra contra el narcotráfico en México.


— ¿Cuál es el impacto del narcotráfico a nivel mundial?

— El narcotráfico a escala global es el crimen más redituable para las organizaciones criminales, está en el puesto Nº 1. La Organización de las Naciones Unidas estima que produce ganancias aproximadas por 350 mil millones de dólares anuales, así que le gana al tráfico transnacional de armas y de personas, también muy graves. Genera entonces una gran cantidad de dinero que termina circulando sin ningún tipo de regulación y que beneficia a muchos actores. De hecho, durante el crack bursátil del año 2008, muchos bancos reconocieron que no se terminaron de fundir gracias a ese dinero en efectivo que provenía del narcotráfico porque, además, recordemos que es dinero líquido que luego, cuando se bancariza, ya se transforma y se lava.

Los que se quedan con las ganancias y con el producto son los que más consumen drogas ilegales: Estados Unidos y los países europeos. Ahí es donde empiezas a ver una división bastante tajante entre quienes producen y quienes consumen y cómo la violencia que se queda en los países pobres.

En otras entrevistas mencionás que es un negocio funcional al capitalismo, ¿cómo sería eso?

— Es funcional al capitalismo porque permite mantener los status a nivel socio-político. Los países productores son pobres, básicamente latinoamericanos y también está Afganistán, en el caso de la heroína. En cambio, los que se quedan con la plata, con las ganancias y con el producto son los que más consumen drogas ilegales: Estados Unidos y los países europeos. Ahí es donde empiezas a ver una división bastante tajante entre quienes producen y quienes consumen y cómo la violencia se queda en los países pobres.


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Foto: Enfoque Rojo


— ¿Cuál es la influencia de Estados Unidos en la denominada «guerra contra el narcotráfico», teniendo en cuenta las políticas implementadas por Richard Nixon en los ’70?

— La llamada guerra contra el narcotráfico había comenzado ya a inicios del siglo pasado, cuando en Estados Unidos se empezaron a aplicar políticas prohibicionistas, basadas siempre en prejuicios y cuestiones raciales, como la idea de que los negros nos van a invadir de cocaína, los chinos de opio y los mexicanos de marihuana. Pero fue a principios de los años ‘70 cuando Richard Nixon creó la Administración para el Control de Drogas [DEA, por sus siglas en inglés] y lanzó su famosa guerra contra el narcotráfico a nivel mundial, que luego fue impuesta a otros países. La constitución de la DEA en América Latina es una instancia ilegal, porque es intervencionista. Es decir que evalúa qué políticas realizan el resto de los países para ver si se ajustan o no a lo que decide Estados Unidos. Ahora ya no hay, pero durante varias décadas, EE.UU revisaba e imponía sanciones, era chantaje.

— ¿En qué consiste esta guerra contra las drogas?

— Tiene tres ejes fundamentales: prohibir determinadas sustancias; criminalizar a los usuarios, lo que implica que el consumidor sea visto como un delincuente; y militarizar la lucha contra el narcotráfico. Nunca jamás hay un componente de salud. Conforme a esto, se ha venido estudiando en los últimos años lo que pasa en Estados Unidos, por ejemplo. Hay teorías que avalan que esta guerra narco fue una nueva manera de segregar a la población negra. Las cárceles de EE.UU están colmadas de población negra y de latinos, la mayoría vinculados a delitos menores por narcotráfico.  La guerra les permitió seguir manteniendo este aplazamiento cultural, político y social en un país en el que el racismo y la xenofobia nunca se han terminado y donde el maltrato y la violencia policial están a la orden del día. Así, esta estrategia, con estos tres ejes, se impuso en el resto del mundo y generó que la violencia se exacerbara.

La denominada «guerra contra el narcotráfico» tiene tres ejes fundamentales: prohibir determinadas sustancias; criminalizar a los usuarios, lo que implica que el consumidor sea visto como un delincuente; y militarizar la lucha contra el narcotráfico. Nunca jamás hay un componente de salud.

— ¿Cuál es la relación con la implementación de esa guerra en países como México o Colombia?

—Estados Unidos nunca asumió la gran responsabilidad que tiene como principal país consumidor de drogas ilegales. Entonces, en vez de hacerse cargo y de implementar políticas de cooperación, acusa a los países latinoamericanos de llenarlos de drogas. Luego hay procesos como los de Colombia y los de México, donde la violencia responde a momentos históricos muy específicos, que tienen que ver con el fracaso de esa guerra contra las drogas. Es un fracaso porque no se terminó el consumo, ni la producción, ni tampoco se eliminaron a los cárteles, todo lo contrario.


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— ¿Cuáles fueron las consecuencias de la guerra contra el narcotráfico en México?

— La tragedia mexicana está invisibilizada porque muy pocos saben o son conscientes de que hay más de 100 mil asesinados y 30 mil desaparecidos en plena democracia. Las desapariciones son actuales. Hoy, en mi país, está desapareciendo gente. México es también el país más peligroso para ejercer el periodismo. Todo tiene que ver con una falacia a partir de la cual se suele pensar que se trata de una lucha entre el narcotráfico malo contra el gobierno bueno, y eso no es cierto. Hay complicidades y responsabilidades del Estado, es una situación muy compleja. En México se están combatiendo violaciones de Derechos Humanos, hay una masacre permanente de la cual espero que, en algún momento, los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto tengan que rendir cuentas.

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— ¿Quiénes son los verdaderos beneficiados de estas políticas?

— Los países productores de armamentos, como Estados Unidos, por la plata que ganan. También se benefician con la permanencia de prejuicios y estereotipos a poblaciones tradicional e históricamente segregadas, como los latinos de los países pobres en general y la población negra.

La “mexicanización” no existe. Es como cuando dicen que Argentina iba a ser Venezuela. Eso es imposible. Está muy bien como un eslogan político y fácil, que genera prejuicios y estereotipos, pero ningún país es como otro, no tiene ningún sentido. Somos como los seres humanos, cada uno responde a su propia historia política, económica y social. La situación es incomparable.

— ¿Cuál es la dimensión del narcotráfico en Argentina?

— El gran problema de Argentina es que no hay cifras certeras, ni de consumo, ni de producción, porque hace años que se dejaron de hacer. No se puede hacer un diagnóstico concreto, porque no existen datos estadísticos para ello. Lo que señalan la ONU y organismos internacionales es que hoy Argentina sigue siendo fundamentalmente un país de tránsito. Lo que es cierto es que acá no se produce hoja de coca, ni heroína. Lo que hay son drogas de diseño que también se encuentran en el resto del mundo, porque son muy fácil de elaborar.

— En este sentido, no se podría hablar de un «Estado narco» o de una «mexicanización» del país, como muchas veces se afirma desde los medios hegemónicos. 

— No, para nada. Nada más lejos que eso. La “mexicanización” no existe. Es como cuando dicen que Argentina iba a ser Venezuela. Eso es imposible. Está muy bien como un eslogan político y fácil, que genera prejuicios y estereotipos, pero ningún país es como otro, no tiene ningún sentido. Somos como los seres humanos, cada uno responde a su propia historia política, económica y social. La situación es incomparable. México limita con Estados Unidos, el mayor productor y consumidor de drogas, y produce a gran escala hace más de un siglo. Es un país con 120 millones habitantes, con la mitad de su población en pobreza. Tanto en México, como también en Colombia, por ejemplo, se puede ver el poder económico que tienen los cárteles, que incluso han ofrecido pagar la deuda externa a sus estados.


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Foto: Christian Bochichio


— ¿Qué otros mitos y estereotipos se instalaron en Argentina alrededor del narcotráfico?

— Que la droga está en las villas, por ejemplo. Siempre se habla de las villas y nunca de Nordelta, Las Cañitas, Belgrano o de la zona norte de Buenos Aires, donde evidentemente hay drogas de consumo, e incluso se han allanado pequeños laboratorios. También la idea propagada y falsa de que la marihuana es la puerta de entrada a drogas más duras. Eso es mentira. No hay prueba alguna, ni estudio que lo compruebe. Lo que sí se ha demostrado es que la puerta a drogas duras es la ilegalidad, porque el dealer de marihuana en algún momento le llega a ofrecer a los consumidores otros tipos de drogas, pero no es la planta la que te provoca que quieras consumir cocaína o heroína.

Siempre se habla de las villas y nunca de Nordelta, Las Cañitas, Belgrano o de la zona norte de Buenos Aires, donde evidentemente hay drogas de consumo, e incluso se han allanado pequeños laboratorios.

— ¿Qué diferencias observás en las políticas contra el narcotráfico aplicadas en el gobierno de Mauricio Macri respecto del anterior?

— Las políticas son totalmente opuestas. El kirchnerismo minimizó el problema y el macrismo lo sobredimensionó, es uno de sus tres ejes. Parecería que aquí está instalado el mundo narco y tampoco es tan así. Es cierto que hay narcotráfico y que creció el negocio, pero como ha sucedido en todo el mundo. Argentina no es una excepción, es un caso más. El macrismo fue a las antípodas, en lugar de poner en marcha políticas de otro tipo.

— ¿Cuál sería la mirada que se tiene sobre el narcotráfico a partir de las políticas que se quieren implementar?

— Se parte de una idea facilista, ingenua en el mejor de los casos, mentirosa en el peor. En cualquiera de los dos sentidos es peligrosa. No se puede prometer «narcotráfico cero» o «fin del narcotráfico», eso es imposible. El narcotráfico no va a terminar. Lo que sí puede terminar es la violencia generada por la guerra contra las drogas, porque el narcotráfico per sé tampoco genera violencia; la violencia es provocada por esa guerra. Entonces lo que hay que diseñar son nuevas políticas de drogas, algunas de las cuales ya están recorriendo el mundo, por suerte. Un ejemplo está en Uruguay, con la legalización de la marihuana para fines recreativos y medicinales. Es el único país del mundo que lo ha hecho. Legalizó producción, consumo y venta. Pero es difícil desterrar los estereotipos y moralinas que vienen arraigados desde hace muchas décadas.

Se parte de una idea facilista, ingenua en el mejor de los casos, mentirosa en el peor. En cualquiera de los dos sentidos es peligrosa. No se puede prometer «narcotráfico cero», eso es imposible. El narcotráfico no va a terminar. Lo que sí puede terminar es la violencia generada por la guerra contra las drogas, porque el narcotráfico per sé tampoco genera violencia; la violencia es provocada por esa guerra.

— El documento del acuerdo «Argentina sin Narcotráfico» menciona en uno de sus apartados «políticas de reducción de la demanda» y «campañas de prevención» ¿cómo relacionás estos planteos con las medidas concretas?

— Es solo un cambio discursivo, que es completamente distinto en los hechos. Quieren comprar armamento para combatir, pero ¿a quién? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Qué población es la que consume? ¿Dónde se trafica? ¿Qué van a vigilar? ¿A quiénes vas a detener? ¿Van a seguir criminalizando al usuario? El único cambio que fue impulsado fue la legalización de la marihuana medicinal, pero eso fue una lucha social, instaurada de abajo hacia arriba. Aunque no fue vetada, no es que el gobierno la promoviera. 

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Cecilia González en una entrevista a Mauricio Macri. Foto: Revista Anfibia


— ¿A qué pensás que responde la presencia del narcotráfico en la agenda mediática en el último tiempo?

— A que es un tema morboso que genera rating y está plagado de lugares comunes que asustan a parte de la población, y que permiten el surgimiento de ideas que justifican o promueven la famosa mano dura, ahora que está muy presente. Es un tema que se maneja de manera amarillista. De hecho, los momentos en los que se habla de narcotráfico en serio o de consumo de drogas no tienen tanto rating. Lo mismo pasa con el caso de Rosario. El tratamiento mediático es un horror. Rosario no es la capital del narcotráfico, ni mucho menos. Hay bandas operando, pero hasta hay más en la provincia de Buenos Aires. Son todas construcciones mediáticas que sólo abonan al prejuicio y al estereotipo, pero que no tienen sustento alguno con la realidad.

El narcotráfico es un tema morboso que genera rating y que en los medios está plagado de lugares comunes que asustan a parte de la población, y que permiten el surgimiento de ideas que justifican o promueven la famosa mano dura, ahora que está muy presente. Es un tema que se maneja de manera amirilllista

— ¿Qué diferencias encontrás en las movilizaciones sociales de Argentina y las de otros países latinoamericanos?

— La gran ventaja de Argentina con respecto a la gran parte de los países de América Latina es que tienen un historial de lucha social muy importante, y también la fortaleza de la clase media, aunque no sólo de ese sector. En otros países son tales los niveles de pobreza que la mayoría de la población se levanta para ir a ver qué van a comer, ni siquiera piensan en la posibilidad de la protesta social. Aquí, la pobreza está en aumento, pero no es tan profunda, ni la inequidad de ingresos es tan alta como en otros países, así que eso también otorga solidez. Hay un alto nivel de población con un gran nivel de compromiso en luchas sociales.


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Foto: Sin Embargo


— ¿Y en relación a los movimientos feministas?

— El  caso de Argentina es único en el mundo, hace más de 30 años que realizan el Encuentro de Mujeres, por ejemplo. Las luchas sociales en este país, incluyendo los movimientos feministas, llevan décadas de trabajo. El Ni Una Menos no nació de un tweet, fue resultado de todos esos años, que dieron frutos. Las luchas feministas aquí están muy a la vanguardia, por lo menos respecto de México y de otros países.

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El gobierno desprecia la protesta social y valora únicamente a los que salen a marchar en su favor. Es una lectura maniqueísta y acomodaticia de lo que es la toma de las calles.

— Para terminar, ¿cuál es en tu opinión la postura del actual gobierno respecto de la protesta social?

— El Gobierno está partiendo de la idea de que “los que protestan contra mío están mal y los que salen a marchar a mi favor están bien”. Está sobrevalorando la marcha que hubo el 1 de abril y ninguneando las marchas en su contra, así que con ese discurso no sabemos en qué va a terminar. Desprecia la protesta social y valora únicamente a los que salen a marchar en su favor. Es una lectura maniqueísta y acomodaticia de lo que es la toma de las calles.

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