Usá tu odio para el bien común: cinco poemas argentinos para pensar una revolución

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La política y la literatura tienen una relación aún no resuelta. Mientras algunos sostienen que es una pieza clave para alcanzar una revolución, otros la piensan como algo accesorio. A través de cinco poetas argentinos -cada uno con sus propias particularidades-, repasamos poemas que tienen a la política incluida de distinta forma y ayudan a pensar que el cambio del orden establecido es posible.



1) Vicente Luy

Antes pedimos que se vayan.
Antes, pedimos justicia.
Ahora pedimos que no se rían de nosotros.
Después, ¿qué pediremos; piedad?
Usá tu odio para el bien común.
Pone tu odio al servicio del bien común.

(Leer nota relacionada: La vuelta a Vicente Luy en 80 citas)


2)  «Leyendo a Amdanda» – Diana Bellessi

¿Y si fuera ésta la revolución?, se pregunta Amanda
Y yo con ella siento ese temblor como si lo fuera
De latido alrededor donde nadie queda afuera
Y pareciéramos juntos abrir camino
Con el batir intenso del no
El si es de nosotros
Como el agua ajena y el barro nuestro, dijo Juan
Mientras la marea rebozaba bordes
Del arroyito seco
Y como se reía y nos reímos sobre el bote que atravesaba la media noche
Fuera de cause los pequeños soviets de los barrios porteños
Y piquetes a lo ancho de todos los pueblos
¿Y si fuera…? Miedo da viniendo aquello que no sabemos

Y parece siempre otra cosa
O la sombra de un error conocido, amanda
Que de ambas está hecha la historia
Pero la gracia, quizá , reposa en esa
Pregunta íntima, temblorosa que vos hacés lanzada al aire
Con el recuento minucioso de los hechos
Y hablándonos a todos en el cyber
Conseguís al mismo tiempo
Un misterio grande y delicado
Una cuestión de amor en la frase o en el gesto
Que interroga
Diciéndote al decirnos…Y si fuera ésta la revolución…

De amor asi, y tan íntima, la creyera
Porque te creo a vos y a juan y a la marea

Hermosos en el instante como una estrella fugaz
Cruzando el cielo.



3) «Eugenesia» – Beatriz Vignoli

Ustedes seducen, yo acoso
ustedes aman, yo dependo;
ustedes felices, yo, maníaca;
ustedes, enamorados, yo, obsesionada;
ustedes hacen poesía, yo hago catarsis;
ustedes expresan, yo exorcizo;
ustedes regalan, yo derrocho;
ustedes se casan, yo debería saber estar
sola;
ustedes se reproducen, yo muero.



4 -La verdad es la única realidad – Francisco «Paco» Urondo

Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe
bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la
explotación o de la producción.
Los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos
hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de
policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen
necesariamente el presente, pero pertenecen a
la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo
inmenso cubriendo la Patagonia
porque las
masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad,
como
la esperanza rescatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la
convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver
después del peligro
como los designios de todo un pueblo que
marcha hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a
defenderse, a rescatar lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la
realidad.



5) Tragedia griega – Estela Figueroa

A veces la confusión se produce

al elegir un rol equivocado.

Algunos sólo servimos

para estar en el Coro

diciendo parlamentos y canciones

que aclaren las pasiones de la Obra.

Cuando la vanidad

la euforia o simplemente

la grandeza del tema

nos convierte en actores

paralizados

olvidamos el texto

quedando en un ridículo silencio.



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