¿Qué es la poesía? #15 – Rodolfo Edwards: «La poesía no te lleva a nada, pero ¿quién te quita lo bailado?»

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«Para mí escribir la poesía es algo súper natural, lo hago desde muy chico», afirma Rodolfo Edwards. Como parte del grupo «18 whiskys» y de la generación de los 90’s, señala que «cada generación reacciona a distintos estímulos» y, además, observa que actualmente «la poesía ha recobrado una vitalidad y una fuerza importante dentro de la literatura, se la piensa más en serio». ¿Cómo perder el miedo a la hoja en blanco? ¿Qué lugar ocupa un poeta en la sociedad actual? ¿La poesía se puede mezclar con otros géneros? La respuesta a esas preguntas y mucho más, a continuación.


Sobre el autor

Edwards1Rodolfo Edwards nació en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires el 11 de febrero de 1962. Es Licenciado en Letras (Universidad de Buenos Aires), con especialización en Literatura Argentina y Latinoamericana. Tiene publicados los libros de poesía: Culo Criollo (Editorial Siesta, 1999), That´s amore (Ediciones del Diego, 2000), Los Tatis (Edwards & Edwards, 2003)¡Vamos con esas imágenes! (Eloísa Cartonera, 2005), Mosca blanca sobre oveja negra (Ediciones Vox, 2007), Mingus o Muerte (Ediciones Gog & Magog, 2009), entre otros. Fue miembro de la redacción de la revista 18 whiskys y dirigió las publicaciones La Mineta y La novia de Tyson. En 2016, Eloísa Cartonera publicó La épica del movimiento continuo, que reúne todos sus poemas publicados hasta el año 2015.


-Para vos, ¿qué es la poesía?
-Yo no me siento a escribir poesía, para mí escribir no es un hito, sino que es una necesidad y lo hago con total naturalidad. Es algo que no podría dejar de hacer. En cambio, con la prosa sí sucede que necesito sentarme a escribir, poner el culo en la silla. Para mí escribir la poesía es algo súper natural, lo hago desde muy chico.

-¿Cuándo fue tu primer acercamiento a la poesía?
-Arranqué desde los 13, 14 años y no paré hasta el día de hoy. Yo empecé escribiendo y no leyendo, porque mi acercamiento fue a través de pensamientos e ideas que iba teniendo y por la necesidad de pasarlas a un papel. Podría decir que mi acercamiento a la poesía fue a través de la música más que de los libros. Todo ese mundo de la mística del rock me pegó mucho. Spinetta era una llave para mucha gente de mi generación que quizás no tenía libros en su casa o una biblioteca. Escuchar Artaud te llevaba a investigar quién era Artaud, que después te lleva a Bretón, al surrealismo y ahí llega un momento en el que no parás.

-¿Y cómo seguiste?
-En un momento una profesora me dice: «Vos escribís como Neruda» y yo nunca lo había leído. Pero repito que mi primer impulso fue escribir y recién después leer, que por supuesto después lo hice, porque si no leés, no aprendés.

Podría decir que mi acercamiento a la poesía fue a través de la música más que de los libros. Todo ese mundo de la mística del rock a mi me pegó mucho. Spinetta era una llave para mucha gente de mi generación que quizás no tenía libros en su casa o una biblioteca

-¿Qué autores, además de los que nombraste, recordás que te marcaron?
-El primer impacto fue con Neruda, pero hay dos autores que me cambiaron la forma de escribir. Uno es el chileno Nicanor Parra y el otro es César Fernández Moreno. Los dos me impactaron tanto con su forma de escribir poesía, su idea de la misma, que me formatearon el disco rígido.

-La influencia de César Fernández Moreno se puede ver mucho hasta el día de hoy en lo que escribís, ¿no?
-Sí, tanto él como su padre Baldomero Fernández Moreno, son tipos que escriben mucho sobre Buenos Aires y que usan un lenguaje muy oral, coloquial, los ritmos de la conversación y todo en escenas urbanas. De ellos me impactó ese laburo con el acontecer cotidiano en una ciudad.

-¿Y de Parra?
-De Parra tomé mucho el humor; el humor es básico en él y me ha acompañado siempre en la poesía. Fabián Casas detectó una influencia que muchos no se dan cuenta, que es el jugueteo que hace Lewis Carrol con juegos de palabras, chistecitos medio ingleses. También me llevé el hecho de no tomarse demasiado en serio el oficio. Hay un poema de Parra que se llama «Manifiesto», que dice «Los poetas bajaron del Olimpo». Esa cuestión de quitar al poeta de su torre de cristal bajando línea, sino que el poeta es un hombre como todos. Para mí la poesía siempre estuvo entre las cosas más banales, es algo vivo. Por eso trato que cada poema mío sea como un organismo vivo, un bichito que camina, que impacte, como decía Robertlo Arlt -otro escritor que me influenció muchísimo-: «Un cross a la mandíbula». Hay que golpear al lector, al que te está escuchando.

(Leer nota relacionada: ¿Qué es la poesía? #1 Fabián Casas: “La mejor poesía está siempre en estado de incertidumbre”)

Para mí la poesía siempre estuvo entre las cosas más banales, es algo vivo. Por eso trato que cada poema mío sea como un organismo vivo, un bichito que camina, que impacte, como decía Robertlo Arlt -otro escritor que me influenció muchísimo-: «Un cross a la mandíbula». Hay que golpear al lector, al que te está escuchando.

-En ese sentido, tu poesía tiene mucho de lo oral. ¿Cómo ves ese campo de la poesía leída en voz alta?
-Sí, mi poesía tiene mucho de la poesía oral. Siempre me gustó recitar poesía, lo hago desde muy chico. Para mí, el hecho de la puesta en escena de un poema es muy importante.

-¿Tenés relación los recitales de poesía que se arman actualmente, como por ejemplo el Slam?
-Sí, tendría que investigar un poco más en profundidad, pero me han recomendado algunos slams. Conozco sobre todo a Sagrado Sebakis. Me gusta mucho la palabra en acción, cuando ya no sabes si es poesía o no, si es un stad up, es un monólogo, ¿qué es? Yo también pertenezco a ese límite. Hay un libro que se llama Los Tatis, que es un viejo sueño que tengo de que sea representado en teatro. Si se lee, no parece un libro de poesía, es como un largo monólogo. Es bueno que la poesía se mezcle con otras cosas, como el teatro o la música. Yo siempre ando más con músicos y actores que con poetas, no me encierro con la poesía.

-Antes hablamos de poetas que tuviste de referentes en tus inicios. ¿Qué lees ahora?
-Los de mi generación los sigo leyendo, son muy buenos. Fabián Casas, Daniel Durand, José Villa, Daniel Rojo, son todos excelentes poetas. De autores jóvenes también voy leyendo, y veo cómo cada generación reacciona a distintos estímulos.

Me gusta mucho la palabra en acción, cuando ya no sabes si es poesía o no, si es un stad up, es un monólogo, ¿qué es? Yo también pertenezco a ese límite.

-¿Qué diferencias podés ver entre la generación de los 90’s y la poesía actual?
-La poesía de los 90’s por ahí fue mucho más de ir de frente. Hoy capaz se está haciendo una poesía más íntima, al menos lo que veo yo, una poesía más tranquila. Son las vueltas y revueltas de las generaciones, siempre se puede ver bajadas y subidas de tono en la historia de la poesía. Ahora hay una vitalidad tremenda dentro del mundo de la poesía, con el surgimiento de ciclos y editoriales. Nosotros en los 90’s fuimos un poco la punta de lanza de eso. Hasta la década de los 80’s la poesía era considerada un género menor, ahora creo que la poesía ha recobrado una vitalidad y una fuerza importante dentro de la literatura, se la piensa más en serio.

-Vos como parte de la generación de los poetas de los 90’s, ¿cómo tomás qué ahora se estén leyendo a esos autores más que en esa época?
-Yo creo que se generó un relato de esa época, de la revista 18 whiskys, y por eso me parece que perdura. Se formó un mito muy fuerte, aunque también hay que reconocer que fue un cambio de paradigma de lo que se suele llamar «poesía». El origen de muchas editoriales autogestionadas también viene de ahí, ¿no? Yo, por ejemplo, formé parte de un grupo que se llamaba La Mineta, en el que sacábamos en una hoja oficio a doble faz doblada poemas. En ese momento, si vos querías sacar un libro de poesía, tenías que pagar sí o sí. Ahora también, pero ya no tanto. En esa época no quedaba otra. Con ese grupo pensamos cómo difundir poesía de otra manera y doblábamos una hoja, la cortábamos con tijera y mecanografiábamos los poemas, porque no había computadora, y le agregábamos dibujitos, figuritas, boludeces que encontrábamos y con eso salíamos a la calle. De repente, derivó en 60 poetas repartiendo poesía por la ciudad y ahí pudimos romper en parte el cerco de las editoriales, porque nosotros nos autogestionábamos. Es algo que empezó primero en la música, basta con recordar a Los Redondos, por ejemplo.

Yo creo que se generó un relato de esa época, de la revista 18 whiskys, y por eso me parece que perdura. Se formó un mito muy fuerte, aunque también hay que reconocer que fue un cambio de paradigma de lo que se suele llamar «poesía». El origen de muchas editoriales autogestionadas también viene de ahí


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Fabián Casas, Darío Cantón, Rodolfo Edwards y Ezequiel Alemian en la última Feria del Libro de Buenos Aires.


-A la hora de escribir un poema, ¿tenés algún mecanismo o una rutina?
-Con el tiempo,  cambié bastante el rito a la hora de escribir. Antes tenía siempre una libreta donde iba escribiendo algunas cosas. En los últimos años vengo escribiendo directamente en la compu, me lanzo a la hoja en blanco. También retomo algo que dijo una vez Hugo Padeletti, de la concentración previa antes de ponerse a escribir. Cierro los ojos, me concentro, veo la pantalla en blanco y me largo, no sé lo que va a salir, es un misterio. Por ahora sale (risas). Puede ser una boludez tremenda o algo maravilloso.

-También das talleres literarios, ¿qué consejos les das a tus alumnos?
-Siempre les digo a mis alumnos que lo importante es producir, yo no les voy a corregir en términos de «malo» o «bueno», lo que pido es producción, porque ahí es donde se puede trabajar. Lo más terrible siempre es la hoja en blanco, superar esa primera traba. Conozco un amigo que me decía orgulloso que este año había escrito cuatro poemas y yo me cagué de risa. Son métodos, el mío siempre es producción y producción. A la hora de pensar un libro ahí sí tengo que ponerme a editar. También por mi afán de producir, le puse al libro que salió en Eloísa Cartonera La épica del movimiento continuo (2015), porque la vida lo es.

Siempre les digo a mis alumnos que lo importante es producir, yo no les voy a corregir en términos de «malo» o «bueno», lo que pido es producción, porque ahí es donde se puede trabajar. Lo más terrible siempre es la hoja en blanco, superar esa primera traba.

(Leer nota relacionada: ¿Qué es la poesía? #3 Washington Cucurto: “A la poesía no se la puede definir porque está cambiando todo el tiempo”

DSC04264(2)-A la hora de enfrentarte ante todos tus poemas para armar La épica del movimiento continuo, ¿qué sensaciones te quedaron?
– Por un lado fue una gran alegría y, por el otro, me dio bastante melancolía, porque era toda mi vida que pasaba delante de mis ojos. Hay quienes hablan de una «ética del pudor» que yo realmente no tengo. En mi poesía vas a encontrar intimidades mías, no me importa, soy muy libre cuando escribo, es un gran vómito en un buen sentido, un acto de total libertad. Cuando armé el libro iba viendo gente que ya no está, mi infancia, mi juventud, incluso he llorado en algunos momentos evocando cosas de mi vida a través de mis poemas. Yo los siento como hijos, por eso respeto cada cosa que escribo.

-¿Con el paso del tiempo te pasó de no reconocerte en tus poemas, de sorprenderte?
-Sí, me pasó, tuve esa sensación a la distancia. Decía Eráclito que uno no se baña dos veces en el agua del mismo río, ¿no? Lógicamente ese que fui, hoy ya no soy, uno se va multiplicando a lo largo del tiempo. A veces sentía que era otro yo.

-Para alguien que le interesa el mundo de la poesía y todavía no se animó a leer o escribir, ¿qué le dirías?
-Básicamente le diría que no hay que respetar a nadie. A veces yo tengo alumnos que dicen: «¿Qué voy a escribir yo si ya lo hizo Neruda o Elliot?» y ahí se están poniendo varas muy altas. Eso en un punto es paralizante. Yo intento que pierdan ese miedo a los maestros, por supuesto sin dejar de leerlos, imitarlos, plagiarlos, hasta encontrar la propia voz, pero eso lleva mucho tiempo. Si vos tenés en la cabeza a Joaquín Giannuzzi, por ejemplo, no vas a poder escribir nunca, era un poeta increíble. Hay que perder el respeto, ser más audaz. Yo tampoco creo en eso de guardarla, perfeccionar la obra, total un libro de poemas, ¿en qué va a cambiar el curso del mundo? Mientras más gente se exprese va a haber menos asesinatos, menos locura, porque escribir es una herramienta de terapia maravillosa. Me acuerdo que a la vuelta de mi casa había una óptica donde el viejito era poeta. Mi vieja le dijo una vez: «¿Sabe don que mi hijo está escribiendo poesía?», y este hombre que era un poeta frustrado le dijo: «Señora, recuerde que con eso no se llega a nada» (risas). Tenía razón, la poesía no te lleva a nada, pero ¿quién te quita lo bailado?

Hay que perder el respeto, ser más audaz. Yo tampoco creo en eso de guardarla, perfeccionar la obra, total un libro de poemas, ¿en qué va a cambiar el curso del mundo? Mientras más gente se exprese va a haber menos asesinatos, menos locura, porque escribir es una herramienta de terapia maravillosa

-La última: en el mundo editorial y literario se suele decir que «la poesía no se vende», ¿vos qué opinás al respecto?
-Venden mucho otros géneros o personas reconocidas por fuera del mundo literario, pero digamos que la literatura en general no vende mucho tampoco. Hace mucho me enteré de que un escritor muy famoso, del que no voy a decir el nombre, vendió 1.500 ejemplares. Es muy relativo eso, te puede pasar que saques la mejor novela del mundo y que no se venda, no pasa solo con la poesía. Creo que siempre fue una chicana que se le hizo a la poesía desde otros géneros, pero la poesía no tiene que victimizarse, apuesto más a una cosa positiva en las próximas generaciones: que arman ciclos, editoriales, movidas. Si uno quiere ser best-seller con la poesía es difícil, no creo que alguien pueda (risas).


Todas las fotos: Gustavo Yuste

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